Tierra, piedra, gres y madera, los protagonistas de esta casa soñada en la Sabana de Bogotá
Fotografía: Andrés Valbuena. Producción: Ana María Zuluaga. Texto: María Juanita Becerra / agosto 3 - 2018
Desde el punto de vista compositivo, el empalme entre un volumen ortogonal y uno circular genera un contraste singular. Se trata de dos geometrías opuestas cuya unión deviene en otros espacios, como el cul-de-sac (o plaza) que se ubica en el vértice que forman ambas construcciones.
Este último sirve como una especie de núcleo “articulador”, al mismo tiempo que funciona como remate del recorrido a los estacionamientos.
El volumen ortogonal ha sido definido como una escuadra abierta: una estructura angular que zonifica los espacios. La primera corresponde al área social de la casa, mientras que la segunda alberga la zona privada.
La fachada oriental es abierta, enmarca la figura de los árboles y la superficie del lago; mientras que la occidental es cerrada y presenta un conjunto de aberturas en la parte superior, las cuales capturan la luz del poniente.
Sin embargo, es en el segundo piso de este cuerpo donde se percibe el eje de rotación de sus partes.
El espacio de la imponente sala es de doble altura, por lo que arriba sobresale un vacío de grandes proporciones, atravesado por un puente que conecta dos estudios y en el medio aloja una enorme biblioteca. Asimismo, a ese nivel se contempla –a través de una serie de vistas fugadas– el paisaje ataviado con la silueta de los árboles frondosos y el cielo que emerge del lago como un reflejo apacible.
El recorrido de la escuadra remata en un volumen secundario, el circular. Este acoge un apartamento de huéspedes, zona de servicios y parqueadero. Aunque su programa es complementario al cuerpo principal, su diseño no lo es, este presenta un elemento arquitectónico decorativo: una celosía de tapia pisada que permite el paso de luz de manera controlada y la transición entre exterior e interior. Por otra parte, en la entrada principal se hallan unas gradas que siguen la topografía y conducen hasta un deck, un espacio similar a un muelle desde donde es posible admirar el horizonte. Todo ello se traduce en una búsqueda constante de integración con el paisaje. En efecto, cada detalle de esta casa contribuye a ello.
El carácter sostenible se refuerza por la presencia de cuatro elementos: tierra, piedra, gres y madera, materiales que se encuentran disponibles en la región, lo cual disminuyó los costos de construcción. En cuanto a la tapia, posee una ventaja diferenciadora: es isotérmica, cualidad que permite mantener la casa fresca en el día y tibia en la noche.
Su aspecto se define por la superposición de capas en diversas tonalidades de ocre; la intensidad de los colores depende del origen de las arcillas –extraídas de cuatro minas distintas–, así como de la cantidad de cal utilizada. Su textura proviene de las vetas de la madera de las formaletas, y su carácter masivo es el resultado de un proceso de apisonamiento (o compactación) cada cincuenta centímetros.
La tapia, por sí misma, no cumple las normas sismorresistentes, por lo que el sistema debió fusionarse con una estructura de concreto y hierro que amarra técnicamente el conjunto. Además, la dilatación entre ambos materiales se realizó con costales de fique para permitir que se responda adecuadamente a un movimiento sísmico.
Las alfajías y goteros son de concreto a la vista; unas y otros se entrecruzan con los muros de tapia pisada manifestando la imbricación de colores y texturas de ambos materiales.
Por último, la cubierta consta de una estructura de caña brava, prepex, abarco y teja de gres. Esta se encarga de recoger todas las aguas lluvias en un cárcamo perimetral que la conduce hasta el lago. Esta casa expresa una imagen sosegada que sobresale por su austeridad. En ella los materiales defienden una construcción razonable, pero sobre todo una conciencia sostenible.
Fenomenal.
Sencillamente espectacular, la composición y la forma como se entrecruzan y articulan los materiales disponibles en la zona para crear está maravillosa obra.