La arquitectura de La Casa de la Paz, en Bogotá, habla por sí sola
Mateo Arias Ortiz, editor digital de AXXIS / enero 2 - 2024
Bogotá, más que otras ciudades latinoamericanas, tiene una combinación de corrientes arquitectónicas en muchas de sus construcciones antiguas. La herencia colonial española convive con la arquitectura republicana de inspiración francesa, pero también hay chalets suizos y catedrales góticas que imitan a las italianas.
Entre todos esos estilos hay uno que sobresale: el inglés, presente en barrios tradicionales como Palermo, Quinta Camacho, La Merced y el Sagrado Corazón.
En las décadas de los treinta y cuarenta se empezó a usar el ladrillo —abundante, gracias a que su producción en Bogotá es fácil— de una manera intencional y estética, y la forma de aplicarlo fue imitando las grandes casas victorianas de ciudades como Londres, Manchester y Liverpool, en Inglaterra.
Por esa época se construyó en el barrio del Sagrado Corazón —exactamente en la carrera 13 # 36-37— la vivienda que hoy se llama La Casa de la Paz. Es un lugar liderado por firmantes de los Acuerdos de Paz, en el que conviven varias iniciativas económicas y culturales de excombatientes y víctimas. Esta casa es un espacio cultural que funciona como bar, teatro, librería, salón de clases, taller de costura y boutique, entre muchas otras cosas.
La arquitectura de la casa
Iluminada por sus grandes ventanales y vitrales, la casa conserva el piso de madera original. Tiene tres niveles, ocupados por varias habitaciones, baños, corredores, recovecos, escaleras y hasta un pequeño ascensor de servicio en desuso. Al recorrerla, es fácil imaginar cómo en sus recintos transcurría una lujosa vida familiar del siglo pasado.
Antes de convertirse en La Casa de la Paz, el lugar albergó durante un tiempo una notaría; en algún momento también fue sede de un call center, e incluso en una época se alquiló para usar el patio como escenario de fiestas de música electrónica.
Ahora, considerada patrimonio arquitectónico de la ciudad y con sus fachadas en ladrillo intactas, su interior esconde un universo colorido por el que a diario pasan decenas de personas que van a aprender sobre el sitio, a estudiar, a trabajar o a tomarse un trago.
Y es que “todo comenzó con la idea de hacer cerveza”. Así lo cuenta Alexander Monroy, uno de los tres firmantes —junto con Doris Suárez y Sebastián Paz— que lideran La Casa de la Paz. En 2019, tres años después de que el Gobierno firmara los Acuerdos de Paz con la guerrilla de las FARC, ellos tres, en compañía de otro grupo de excombatientes, fundaron La Trocha, una fábrica de cerveza artesanal que es símbolo de la reconciliación y de la reinserción en la sociedad civil.
“La casa nació como un lugar en el que pudiéramos vender La Trocha, pero luego se fue convirtiendo en el hogar de muchos más proyectos, hasta el punto de que hoy se ha transformado en un referente cultural de historia, memoria, denuncia y reconciliación”, explica Monroy.
El proyecto no siempre estuvo en este tradicional barrio, ubicado a pocas cuadras del parque Nacional. La primera sede fue en Chapinero, pero desde 2021 se mudaron a este caserón inglés, que le pertenece a una familia tradicional de Bogotá desde hace generaciones y que la arrienda a este colectivo.
“Cuando llegamos, esto estaba abandonado —cuenta Sebastián Paz—. El patio tenía tanta maleza que no se veía el adoquín del piso. Nosotros, con nuestras propias manos y con la ayuda de la comunidad, la hemos ido recuperando poco a poco”.
Mediante este proceso, la casa pasó de ser un lugar frío, sucio, desapacible y con goteras, a convertirse en un espacio multicultural y artístico. Está dividida en ambientes. En el primer piso quedan la librería, una sala de reunión, un sitio llamado La Camaradería —en el que se exhiben productos de varios proyectos de paz—, el bar, la cocina y el gran patio.
En el segundo se encuentra un taller de costura dirigido por víctimas del conflicto. Otra de sus habitaciones, en este nivel, alberga la tienda de ropa Manifiesta, una iniciativa de moda colombiana hecha en zonas afectadas por el conflicto; también hay un coworking, otra oficina y un taller de serigrafía. En el tercero tienen una gran área sin divisiones, que funciona como galería o sala de proyecciones.
Hay algo que tienen en común todos los espacios: sus paredes están repletas de carteles, cuadros, murales, recortes, grafitis y postales. “Esta casa está llena de mensajes. Habla por sí sola. Cuenta historias de reconciliación, de arte, de denuncia. Basta echar una mirada alrededor para empezar a descubrir todo lo que tiene por decir”, concluye Doris Suárez.
Me parece muy meritorio y tanto la casa como sus habitantes transitorios están cargados de historia