De basurero a parque público: la historia de un mirador en México
Rodrigo Toledo / abril 25 - 2023
Muchas veces creemos que los problemas de seguridad en el espacio urbano se solucionan con su restricción de uso. En algunas ciudades latinoamericanas es común que los gobiernos municipales implementen horarios para la ocupación y libre tránsito de ciertas zonas o, incluso, su cierre definitivo con rejas y muros. Pero esta especie de censura de la ciudad no funciona en realidad, simplemente desplaza la situación a otra parte o la atomiza y multiplica.
En 1961, Jane Jacobs, activista política canadiense nacida en Estados Unidos escribió Muerte y vida de las grandes ciudades. Uno de los libros más influyentes para el urbanismo durante los últimos sesenta años. En él, la autora explica cómo la seguridad llega con el encuentro ciudadano, con la mezcla de actividades y con lugares colectivos acompañados de comercios, servicios y vivienda, que actúan como ojos sobre ellos.
Sobre el diseño del parque
El mirador Barranca de San Marcos, diseñado por el arquitecto mexicano Miguel Montor y construido en el municipio de Tultepec, México, convierte un antiguo basurero en un parque. En este conviven el deporte y la cultura, y al hacerlo aborda la seguridad urbana con apertura en lugar de barreras.
La pendiente natural del lote condujo a que la intervención se hiciera de manera escalonada. Una secuencia de terrazas descendentes dispone una torre de escaleras que sirve de mirador en la parte más alta, así como una biblioteca pública, un taller multipropósito para la comunidad, una garita de vigilancia y una placa polideportiva en el nivel inferior. Este sistema de escaleras abiertas sobre el terreno conecta las cuatro plataformas y permite recorrer el proyecto.
Los materiales seleccionados para la obra
Para la construcción de los muros de contención, necesarios debido a los movimientos de tierra que exigía la topografía, utilizaron concreto pigmentado en tonos tierra. En los pabellones usaron el vidrio y el acero corten –que se caracteriza por su acabado oxidado–. Estas decisiones sobre la materialidad contribuyen a que la obra se integre visualmente con el paisaje árido que le rodea. El resultado es un cañón construido, una arquitectura que también es geografía.
Durante la noche, los pabellones que contienen la biblioteca, el taller y la garita se cierran gracias a las puertas abatibles de acero. Sin embargo, el espacio público permanece abierto durante las veinticuatro horas para permitir un uso y tránsito constantes. Se cierran los edificios, no lo urbano.
Lo que a veces olvidan los políticos suele ser muy claro para los arquitectos: las ciudades cuyo espacio es generoso con los ciudadanos son más seguras que las que restringen, censuran y castigan su ocupación y disfrute. Esta obra da cuenta de eso y nos recuerda que el encuentro comunitario es fundamental para la seguridad en las urbes.
Perfecto ejemplo para seguir,especialmente para una ciudad como Bogotá (Colombia) dónde muchos espacios son inseguros y con poca o ninguna utilidad.