Canto Quinto, la oficina industrial que invita a celebrar la historia de cada elemento
Carolina Lineros Orduz / marzo 30 - 2023
Canto Quinto es el family office de unos clientes muy cercanos a Julián Molina, arquitecto fundador de Refugio y encargado de este proyecto. Se trata de una familia propietaria de una planta de aparatos eléctricos en Zipaquirá, que necesitaba una oficina entre esta zona y Bogotá. Así nació este espacio ubicado en Cajicá.
No obstante, el Canto Quinto también forma parte de la Divina Comedia, del infierno del escritor y poeta italiano Dante Alighieri, que se sitúa en el segundo círculo, donde son castigados los lujuriosos. ¿Inspiración, manifiesto o ironía tras este nombre?
El hijo de los clientes ‒literato e italiano‒, futuro encargado de la empresa familiar y amigo personal del arquitecto, fue el responsable de darle el nombre al proyecto. “Tal vez como una manera de rechazar la obligación de tener que recibir las riendas de algo que probablemente no hubiera querido hacer. Una forma de amarrar su vida con lo que le impuso su familia”, según Molina.
La inspiración para construir la oficina
El piso de pino de una antigua pista de bolos en la casa familiar de los clientes, y la sala de juntas como centro de operaciones fueron los puntos de partida para el diseño de estas oficinas. Su desafío era cumplir con todo el programa y necesidades del cliente en un área muy reducida en San Roque Distrito Local. Proyecto con un concepto industrial entre Chía y Cajicá, con muchas restricciones que impedían intervenir varias partes del espacio.
Un día, en una de tantas conversaciones con los clientes a fin de encontrar un punto de partida o de inspiración para la oficina, Molina les consultó qué materiales tenían guardados. “Entonces descubrimos el piso de madera de la antigua pista de bolos, un material con memoria y significado. Adicionalmente tendría una segunda oportunidad antes de echarse a perder en el depósito donde estuvo almacenado y olvidado durante casi veinte años. Una bonita manera de reciclar, de ser conscientes y darles uso a los residuos que generamos. Aquí radica la importancia del cuidado en la selección de materiales. Cuando estos son de calidad no solo tienen una buena vejez, sino que vale la pena guardarlos para posteriores usos”.
“Estamos acostumbrados a que todo se tiene que ver como nuevo, y si no es así, está mal. Las cosas no pueden tener uso, no pueden tener años, no pueden tener rastros de envejecimiento”. Culturalmente, en Occidente no apreciamos los objetos con memoria y este proyecto nos invita a celebrar la historia de cada elemento y de cada ser. Con énfasis en sus fracturas en lugar de ocultarlas o disimularlas, para darles una nueva vida a las piezas usadas, transformadas en otras incluso más bellas que las originales.
La idea de la obra
El espacio influyó en el concepto y los materiales. Es angosto, alargado, con una ventana al fondo, una altura considerable que enfatiza su estrechez y un muro lateral de ladrillo muy presente. A todo esto se suma el clima frío del lugar, donde están presentes las heladas de la sabana.
Había, por lo tanto, una búsqueda de confort térmico y acústico. Lo que la materialidad responde a ello: tapete color verde –que evoca el paisaje exterior–, además de madera y vidrio que se unen para darle vida a este proyecto.
Según afirma Molina, la idea era “enaltecer la sala de juntas”, por lo cual la distribución, los materiales y el diseño de iluminación giraron alrededor de este espacio. Esta, concebida como un acuario, cuya lámpara fue inspirada en la “Baticueva”, es una sede y centro de operaciones desde donde se supervisan todos los puntos de crisis de la empresa. Por tal motivo, debía estar muy bien iluminada y sobresalir.
De esta manera, el arquitecto definió el cerramiento de la sala de juntas con paneles de vidrio soportados por una estructura metálica interna. La que brinda privacidad sin bloquear la vista ni cortar la perspectiva. Así logra cumplir con el programa establecido, conformado por un área de trabajo, una sala de juntas, un espacio de servicios complementarios –almacenamiento, baño, cocineta– y un archivo, el más desafiante, pues debía albergar toda la documentación contable hasta el momento de las empresas familiares.
Indudablemente, Canto Quinto tiene el sello de Refugio, nombre inspirado en la finca de los abuelos maternos del arquitecto Molina, El Refugio de Antares, donde confort, seguridad y paz se reúnen en un mismo espacio.
Cinco puntos para destacar
1. El reúso de un material olvidado en un depósito por casi veinte años, pero cargado de memoria y significado.
2. La conexión con el paisaje circundante a través de los materiales y la paleta de colores.
3. La reflexión sobre apreciar la belleza de la imperfección y darles una segunda oportunidad a piezas y objetos que se piensan desechar.
4. La idea de hacer de este un refugio para los clientes, donde se prioriza el bienestar de los usuarios al ofrecer seguridad y protección.
5. La importancia en la selección de materiales para el confort térmico y acústico.