Casa en Barichara, geometría construida desde la tradición del barro y la tierra
fotografía: mateo pérez producción: ana maría zuluaga Texto: rodrigo toledo. / diciembre 20 - 2016
Uno de los asuntos más elementales de la arquitectura es la delimitación, separar un área para así adueñarse de un rincón del mundo y hacerlo propio. Levantar un muro, extender un piso, armar un techo, abrir una ventana. La morada, el dominio de lo íntimo, es quizá la manifestación arquitectónica más cercana a nuestros afectos y caprichos; es el dispositivo que permite a nuestros deseos tocarse con el mundo. La historia que cuenta esta casa, ubicada en Barichara, habla del trópico: del sol, del viento, de la lluvia. Sus letras son el alero, el corredor, la terraza, la tapia, la piedra y la madera.
Un ordenamiento secuencial y lineal de habitaciones reproduce la topografía inclinada del sector, escalonándose para descubrir pequeños balcones hacia el paisaje. Sus cubiertas a dos aguas se solapan filtrando la luz intensa y amarilla que rebota en los muros interiores. El corredor desciende desde el norte y se diluye en un salón abierto que se mezcla con la piscina. En palabras de Ángela Jiménez, arquitecta del proyecto, “…esta es una casa que surge desde el clima y se hace con los materiales del lugar; con la arquitectura del entorno”.
La materialidad de la obra remite y acude a la tradición constructiva de Barichara, donde la piedra característica del lugar se entreteje con la madera de la estructura y los muros de tierra pisada. Se construye con lo que está a la mano. El espacio interior, blanco y desnudo, acoge los objetos de la vida cotidiana como un collage colorido salpicado del brillo que lo inunda desde afuera a través de las fachadas abiertas.
Una nave central contiene las alcobas y zonas de servicio en terrazas niveladas salvando una diferencia de 1,50 metros. Cada habitación tiene un mezanine que multiplica el espacio útil acercando a los habitantes a los tragaluces que se abren en los techos. Los baños se desplazan hacia uno de los extremos y se comportan como pequeños patios en los que la piedra, el agua y el viento se reúnen bajo la sombra.
En el costado sur, la cocina y el comedor se definen como espacios semicontenidos adyacentes al salón que encabeza la construcción. El perímetro se libera; se dispone hacia el mundo exterior. Mientras los balcones que se asoman en el borde de cada alcoba configuran un mirador privado, el corredor se despliega longitudinalmente persiguiendo el relieve del suelo para conectar todas las estancias. Lugar de encuentro y tránsito en el que discurren los habitantes, los meteoros y el tiempo.
El planteamiento urbano de la casa define su geometría. Emplazada en una manzana cuyo centro se despeja para crear un patio público, el proyecto constituye un paramento que hacia un lado permite que crezca un jardín, diseñado por TresV Arquitectura, y hacia el otro encierra ese espacio central que genera un lugar abierto interior para el disfrute de los vecinos. Su condición lineal bordeando un vacío orientado al cielo recuerda una estoa griega…, un edificio de galería que se construía flanqueando el ágora y que servía como resguardo de los embates del clima para quienes asistían a la vida pública en la polis.
Límites difusos entre el suelo y el cielo, entre la luz y la sombra, entre la vida compartida y lo recóndito de la intimidad. Por las fisuras de esta arquitectura abierta y sutil se derraman las palabras de la vida tropical. Y con ellas se escribe un relato cotidiano.
Vibro con el estilo, gusto y conexión con lo natural, sobrio y elegante