Una sorprendente casa frente a un embalse antioqueño que logra mimetizarse en las montañas
Fotografía: Carlos Tobón. Producción: María Mercedes Gutíerrez. Texto: Gabriel Hernandez. / junio 3 - 2014
Un terreno escarpado sobre la orilla de ese lago sumado a los requerimientos de recreación y descanso de una pareja con dos hijos fueron el punto de partida para crear un refugio de vacaciones de 220 metros cuadrados, bajo los parámetros de diseño de Juan Manuel Peláez y Nicolás Hermelin, desarrollado por Daniel Peláez. Los dueños llegaron a este equipo motivados por una de sus creaciones: la Casa Horas Claras, reconocida con una mención de honor en la Bienal Colombiana de Arquitectura de 1998.
Así surgió esta creación: una casa que se integra con el relieve, que hay que buscar en la ladera que cae hasta la orilla. Después de llegar a una primera terraza donde se organiza el parqueo, es necesario bajar al nivel sobre el que se levanta la construcción con fachadas de un concreto que está mezclado con agregados especiales para lograr visos rojizos.
Sus superficies registran la huella de los encofrados que se armaron siguiendo un patrón para lograr la textura que recuerda el ambiente rústico de una cabaña de madera, impreso en las fachadas y los muros de concreto a la vista.
El volumen de la casa sugiere una forma de embudo que dirige hacia un zaguán de acceso con su portón de madera que se abre a un vestíbulo: a la derecha está el corredor de las alcobas y en el centro, la sala de doble altura con grandes superficies de vidrio y puertas corredizas, que se abren para llegar a la terraza hecha con listones de resina aglomerada; la plataforma, con un baño de inmersión en la esquina, está resguardada por un antepecho de vidrio templado.
Todo hace parte de una geometría que fluye para adaptarse a las exigencias del terreno, al aprovechamiento de las visuales y a la entrada de la luz natural, que hace agradable la temperatura interior frente a las variaciones de un clima de montaña a 2.100 metros de altura sobre el nivel del mar.
La distribución interior resalta el ambiente íntimo e informal de un refugio campestre donde la cocina, con muebles de madera de sapán y superficies de acero inoxidable, se abre al comedor que se une con la sala gracias a una chimenea que, organizada en un recodo, forma un giro en la planta arquitectónica.
Un corredor bordeado por una persiana vertical de macana costeña conduce a las habitaciones, cada una con baño, y a la alcoba principal dotada con una chimenea de acero, suspendida frente a la ventana sobre el lago, con un baño que invita al placer y la relajación. Es inevitable tocar la textura de la madera de sapán del lavamanos extendido sobre el muro y sorprenderse con la tina que, frente a la ventana, parece iluminada con el toque barroco de una araña de cristal colgada del cielo raso de concreto.
Conocedora del diseño, la dueña de casa se tomó el tiempo para escoger la ambientación con accesorios que incluyen tapetes y kilims orientales, los muebles de la sala evocan el estilo modernista de los años cincuenta, al igual que una colección de asientos de comedor en torno a una mesa de madera con patas de acero sobre la cual está un juego de tres lámparas Glow, diseño de Enrico Franzolini y Vicente García Jiménez. El tercio inferior del muro del comedor tiene el detalle de una rendija horizontal que deja ver la huerta enmarcada con cañas de guadua.
No obstante la evocación de un ambiente rústico y acogedor que dan las superficies de concreto a la vista, la construcción muestra un alto nivel de precisión y detalle en su ejecución, que resalta la sofisticación del diseño de Juan Manuel Peláez. La casa es fuera de lo común, pero pasa desapercibida ya que se integra a ese paisaje intervenido por la mano del hombre hace menos de cuatro décadas.
La casa gris, 220 m2 de diseño de la mano de los arquitectos Juan Manuel Peláez y Nicolás Hermelin.