La arquitectura de lo invisible
Texto y fotografías: Mónica Barreneche Olivares. / febrero 14 - 2019
En un punto estratégico de Bogotá, la obra Fragmentos, de la artista Doris Salcedo, rodea las ruinas de una casa colonial. Realizada por encargo del gobierno del expresidente Juan Manuel Santos, representa un momento histórico en la memoria reciente del conflicto armado colombiano. Su autora planteó la construcción de un lugar cuyo piso estuviera formado con el metal fundido de las armas depuestas por la antigua guerrilla de las Farc. “Fragmentos busca instaurar un espacio radicalmente vacío y silencioso, donde generaciones presentes y futuras de artistas podrán exhibir sus obras”, comenta Salcedo.
Desde su concepción se evidenció que el piso creado por Doris Salcedo necesitaría un espacio que lo albergara y que, además, fuera consecuente con el discurso de construir un contramonumento. La misión de pensar en un lugar que cumpliera con el deseo tectónico de la obra estuvo a cargo de los arquitectos bogotanos Carlos Granada y Andrés Felipe Duarte, quienes desde el estudio Granada Garcés Arquitectos colaboran con la artista hace 15 años. “Este piso posee una carga simbólica enorme, el simple hecho de pararnos y caminar sobre el metal deja atrás las relaciones de poder que establecían las armas”, añade Salcedo.
Con esto en mente, Carlos Granada se dio a la tarea de buscar el punto ideal para construir en tiempo récord, en colaboración con el ingeniero Juan Pablo García, de Gerencia Construcción Arquitectura, este contramonumento. Cuando la Oficina de Patrimonio del Ministerio de Cultura les presentó la opción de un terreno abandonado –dos cuadras al sur del Palacio de Nariño y dos cuadras al norte de Las Cruces–, el arquitecto sintió que el proyecto había hallado su lugar. “Era clave que Fragmentos estuviera cerca al centro de poder”, explica Granada.
Además de su ubicación, el terreno presentaba una característica significativa para el desarrollo conceptual del diseño arquitectónico del proyecto. “Al comenzar la excavación se asomaron las ruinas de una casa antigua, que sobrevivieron a una demolición anterior. Tras la extracción de 600 volquetas de escombros, develamos lo que fueran pequeños volúmenes de interiores domésticos, los cuales, se cree, datan del siglo XVIII”.
Según los arquitectos, para el crítico de arte inglés John Ruskin la ruina se expresa en el deterioro, en la pátina o en la pérdida de su entidad física, y en todo caso parece resultar incompatible con la idea de recuperar su unidad original. Sin embargo, puede constituir una unidad distinta, la de evocación de la ausencia. Tras su hallazgo, este concepto tomó fuerza dentro del proyecto hasta convertirse en el articulador entre el espacio y la obra. “Las ruinas te hablan de un lenguaje de olvido, abandono y guerra… Comenzamos a elaborar un discurso arquitectónico que se llamó ‘arruinar el monumento’, que tenía que ver con el valor implícito de las mismas, más allá de la reconstrucción como tal”.
Los arquitectos escucharon la propuesta de reconstruir el volumen principal por parte de Patrimonio. Sin embargo, Granada y Duarte, debido a la carga emocional que lleva la obra, y en línea con la iniciativa de Salcedo de invertir las relaciones de poder, quisieron alterar la ocupación del predio al conservar los espacios domésticos en ruinas y crear el edificio diseñado por ellos. Ahora el antiguo interior es el exterior en ruinas y viceversa. “Este proyecto de restauración patrimonial no debía abordarse de la forma tradicional, esto debería ser la arquitectura de lo invisible”, agrega Granada.
Visto cenitalmente, el trabajo de Doris Salcedo –encapsulado en un pabellón de estructura metálica con vidrio templado y concreto esmaltado–, gracias a su diseño, nunca toca la obra directamente, actúa como un negativo de las ruinas recuperadas en adobe y tapia pisada. “Buscamos que el proyecto fuera lo mínimo posible, pensando en recursos viables para darle un cerramiento al piso, teniendo la mayor cantidad de transparencia para que las ruinas dialoguen con ese espacio”, afirma el arquitecto. Además de la relación entre la obra y las ruinas –que facilita la transparencia del vidrio–, este material potencializa uno de los elementos más importantes de los requerimientos del diseño: la iluminación.
Este espacio busca convertirse en un nuevo centro cultural de la capital. Tanto para la artista, como para los arquitectos, Bogotá no contaba con lugares de exhibición que cumplieran los requerimientos para montar obras de gran envergadura. Por esto, el diseño del pabellón cuenta con tres estaciones o salas, que innovan en cuanto a altura –van de seis a ocho metros de alto–, estructura para soportar una tonelada de peso en obra suspendida, e iluminación especial, que varía según las necesidades específicas.
Estas salas pueden pasar, en cuestión de minutos, de ser cubos de vidrio inundados de luz, a cajas completamente negras, incluido un estado medio de luz tenue, que mezcla la natural filtrada con la artificial. Todo esto gracias a un sistema de solar screen que viste las áreas de piso a techo y a un diseño de iluminación completamente dimerizable.
Tanto el edificio nuevo como las ruinas se pueden recorrer en su totalidad; entre estos espacios, la paisajista Adriana Uribe se encargó de diseñar patios que funcionan como refugios de descanso y contemplación, con vegetación nativa y selvática representativa del país, como yarumos, heliconias y bores. Varios de los árboles fueron rescatados de ser talados y transportados al sitio por el Jardín Botánico; este gesto hace énfasis en el concepto general que abarca todo el proyecto: articular el vacío y la ausencia que dejan la guerra.