La naturaleza como regente en esta hacienda ubicada en Tolima
fotografía: iván ortiz producción: ana maría zuluaga texto: Ramón andrés nivia / agosto 27 - 2016

«Hay que desmontarla”. Esto fue lo primero que pensó David Restrepo cuando visitó la casa en el Tolima que debía intervenir. “No tenía los valores propios de una hacienda de estas proporciones y calidades”, explica el arquitecto antioqueño, quien consideró que la casa original no se vinculaba con el paisaje, con los linderos de piedra que datan aproximadamente del siglo XIX, ni con la actividad agrícola y ganadera del lugar. Los argumentos fueron suficientes para convencer a sus clientes, quienes le dieron carta blanca para proponer una estructura que se adaptara a su entorno y cumpliera con los requerimientos del programa: básicamente una casa de recreo para una familia numerosa. La comparten cinco hermanos con su respectiva descendencia.
Tras decidir solo conservar el paisajismo, Restrepo se dio a la tarea –junto con los arquitectos colaboradores Leandro Godoy y Marcela Bernal– de diseñar una casa con un área privada interior de 492 metros cuadrados, donde la proporción longitud/altura es evidente al verla de lejos y donde un patio semicubierto vincula los dos volúmenes que la componen. Esta propuesta, construida por el ingeniero Otto Walter Bothe, busca ser funcional y atemporal. Simplemente, cumplir con su propósito en una zona agrícola: dar albergue, descanso. “Es sencilla. A la izquierda está el salón-comedor, más la zona de cocina y dos habitaciones. A la derecha se encuentran otros tres cuartos, más dos de menor proporción para los invitados. Además, hay cinco depósitos, uno para cada familia. Eso sí, todas las áreas son generosas”.
Luego de pasar el lindero de piedra –adaptado con una sencilla puerta de madera–, un rústico y angosto camino entre ceibas centenarias conduce a tres amplias puertas pivotantes de madera, que constituyen el ingreso a la casa. Allí, una mesa indonesia, importada por el anticuario Arte y Ritual, da la bienvenida a un patio creado para establecer el eje que vincula la vivienda con la zona de piscina y BBQ –al fondo– y con los antiguos corrales, también de piedra, que contienen el ganado cebú brahman –ubicados frente a la fachada frontal–. En este espacio, dos palmas reales aprovechan la abertura generada por la cubierta a dos aguas para sobresalir.
Uno de los elementos más llamativos de la casa es la cubierta, cuyo armazón está expuesto. “Ese trabajo manual, las maderas entrelazadas, no se podía esconder con un cielorraso. Además, la cercha que atraviesa el muro y sale a los corredores tiene una luz de aproximadamente un metro, por eso está estructurada con varios pies de amigo, cuya sucesión genera un ritmo y proyecta un juego de luces y sombras sobre las paredes”.
La iluminación siempre es un complemento a lo que el arquitecto concibe espacialmente. Explica que en esta casa la luz general sale de los muros y de las vigas para ser reflejada por la caña brava de la cubierta, “esto le da un tono casi coñac”. Añade que “todos los espacios tienen un trabajo de luces puntuales por medio de lámparas de pie y de mesa con pantallas para difuminarla. Esto permite resaltar algo específico y no toda la zona”. Dicho planteamiento también da paso en las noches a un ambiente que invita a disfrutar del aroma de la vegetación circundante y a escuchar el sonido de los grillos, de las hojas contra el viento y del paso del agua.
La forma en que la cocina se integra con varios ambientes, pero a la vez puede aislarse, constituye otro acierto arquitectónico. “Manejamos un sistema de puertas que permite una comunicación fluida y crea un eje para que las corrientes de aire circulen, debido a que la temperatura es alta. El acceso puede hacerse a través del patio, la terraza o el salón, esto la convierte en un lugar participativo. Su desarrollo es lineal, por un lado está toda la parte operativa, y por el otro, la de almacenamiento. Es el alma de la casa por su ubicación”.
La misma premisa del proyecto arquitectónico se tuvo en cuenta para desarrollar el diseño interior de la casa, cuya concepción y coordinación estuvo a cargo de Elena Echavarría, y ejecución de Poli Mallarino, de Deimos Arte, en Bogotá. “Quería que el parque que circunda la casa se integrara con el interior, por ello usamos colores tierra y grises, así vinculamos de manera clara los diversos ambientes con el exterior”, explica Echavarría.
Para enfatizar la relación con la naturaleza, recurrieron a las texturas y los materiales utilizados en el mobiliario y los objetos. Las maderas locales fueron su gran aliado, como se ve en el comedor de diez puestos, con sillas de la diseñadora Yasmin Sabet, o en la robusta mesa de centro de la sala. Para las camas y mesas de noche eligieron la mampostería, gracias a su asociación con este tipo de arquitectura. El diseño estuvo a cargo de Mallarino. “En los dormitorios elegimos colores que recuerdan las flores, y aunque existe un hilo conductor no hay dos iguales. En general, buscábamos una casa con acento tropical, sencilla. Además, los materiales debían soportar el clima húmedo de la región”, añade Echavarría.
“La principal motivación fue crear una casa de familia donde los diversos ambientes trajeran recuerdos de los momentos vividos. Por eso incluyeron en la propuesta fotografías y algunas piezas de mobiliario compradas por los propietarios en diferentes partes del mundo. Los cinco hermanos que la comparten debían sentirse en casa, en un espacio acogedor, algo que resultaba complejo por el número de personas que la utilizan”.
Los árboles centenarios, las montañas, los linderos de piedra y la ganadería son elementos que proporcionan riqueza espacial a esta hacienda. Y los responsables del proyecto eran conscientes de ello, por eso su propuesta es austera, y está basada en materiales de la región –madera, tejas de barro, gres y piedra– para lograr ambientes amplios que ponderan y se mezclan con el exterior.