Un legado arquitectónico: Enrique Triana Uribe
Texto: Camilo Garavito. Fotografía: Cortesia RIR Arquitectos. / diciembre 1 - 2016
Nacido en 1929 en Bogotá, estudia arquitectura en la Universidad de Michigan, en Ann Arbor (EE. UU.), de donde se gradúa como arquitecto en 1953. Luego regresa a Colombia para dar inicio a una vida profesional fértil y fructífera que combina, durante más de 50 años, el ejercicio del oficio de arquitecto con una intensa labor como docente en la Universidad Nacional de Bogotá.
Al inicio de su carrera, empezando la segunda mitad del siglo XX, la moda en Bogotá era copiar arquitecturas inglesas y francesas, con elaborados ornamentos, e implantarlas sin ningún tipo de filtro en distintas zonas de la ciudad. Triana regresa, fuertemente influenciado por la escuela de la Bauhaus y los postulados de Mies van der Rohe y Walter Gropius, a plantear una arquitectura sencilla, clara y contundente, una materialidad honesta y austera, contextualizada con su entorno físico.
Ajeno a las modas, siempre ha buscado ofrecer una arquitectura atemporal; edificios que se mantienen vigentes a pesar del paso del tiempo. “Empiezo siempre con el análisis del lugar, del entorno, y que el edificio responda al contexto que le rodea. Intento luego generar ambientes interiores sencillos pero de volumetrías importantes. Espacios generosos de doble o triple altura…”.
En sus más de sesenta años de vida profesional, Enrique Triana ha legado innumerables obras de arquitectura ejemplares a Bogotá. Residencias unifamiliares y multifamiliares, iglesias, edificios institucionales y espacios públicos, todos ellos diseñados con los mismos preceptos de sencillez, honestidad y coherencia con los que ha llevado su vida misma.
Al preguntarle sobre los edificios que siente más representativos de su obra, elige dos de características y usos radicalmente distintos. “Tal vez los más conocidos sean el Museo de Arte del Banco de la República y mi propia casa”.
El Museo de Arte del Banco de la República, realizado en conjunto con Juan Carlos Rojas Iragorri, fue galardonado con el Primer Premio en la XIV Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito y como mejor proyecto arquitectónico en la XX Bienal Colombiana de Arquitectura. A partir de su propuesta austera, sencilla y blanca, el edificio se incorpora al tejido de la ciudad colonial proporcionando una terraza abierta, un espacio público generoso para el disfrute del peatón. Sus imponentes ambientes interiores se ofrecen igualmente amplios y llenos de luz, creando una experiencia singular para sus visitantes.
La casa del arquitecto, por su parte, es también un edificio blanco, de geometrías claras y materiales sencillos. Una vivienda inmersa en su entorno natural, horizontal, cómoda y cálida, cuya mayor virtud es su esencia misma: su condición de hogar. Construida y habitada desde hace 54 años, al referirse a ella comenta: “Todos los días me sorprendo. En cualquier espacio, en cualquier momento, paro, miro, y me sorprendo”.