El lobby de este apartamento es todo lo que van a querer sus invitados
Texto: Ramón Nivia. Fotografía: Iván Ortiz. Producción: Mariana Arango. / junio 28 - 2019
Al llegar al generoso lobby, un ascensor privado conduce al visitante a una zona social que tiene como elemento principal la vista panorámica sobre la ciudad.
Los ventanales de piso a techo, el ingreso de luz natural, las áreas conectadas y una extensa colección de arte son el hilo conductor en la historia de este apartamento, que pasó por una compleja remodelación.
Originalmente, este apartamento de 240 metros cuadrados era un espacio que aprovechaba al máximo la vista, aunque sus ambientes estaban separados por muros. No obstante, cuando surgió la posibilidad de comprar el contiguo, los propietarios vieron la oportunidad de ampliarlo y crear una nueva distribución, a la medida.
Ahora de 480 metros cuadrados, el apartamento está compuesto por dos cuerpos conectados por un corredor. El norte está pensado para las zonas sociales, debido a que sus dueños son excelentes anfitriones; el sur alberga los ambientes privados: tres habitaciones, un estudio y sus respectivos baños. Todos tienen amplias terrazas, tanto en su cara occidental como en la oriental.
Después de romper muros y conectar las dos estructuras –con la colaboración de la firma Escalar– lograron que el área de alcobas, en el sector sur, tuviera su propio ascensor privado, utilizado solo por los dueños y sus hijos. Es la única vivienda en el edificio con tres ascensores, si se cuenta el de servicio–. “Al momento de unir los dos apartamentos se hizo una redistribución completa. Antes tenían dos habitaciones y un estudio cada uno. Ahora es algo totalmente distinto”, explica el bogotano Felipe Mora, diseñador de interiores responsable del proyecto.
Un norte social
Aunque impacta por sus generosas dimensiones y vista privilegiada, la zona social crea una sensación de calidez por medio de las obras de arte –presentes en cada espacio, con firmas como Hugo Zapata, Francisco Mejía Guinand y Santiago Parra, por solo mencionar algunas– y por la distribución del mobiliario –que incluye piezas clásicas como el sillón LC4, del reconocido arquitecto suizo Le Corbusier.
La sala, quizá uno de los espacios más llamativos, está compuesta por dos módulos distintos pero unidos armónicamente. Uno, adosado junto a la chimenea que conecta con el comedor, tiene un corte contemporáneo, con piezas compradas en diferentes tiendas; por su parte, el opuesto presenta un aspecto moderno con diseños que nunca dejarán de ser relevantes, como las poltronas Wassily del arquitecto húngaro Marcel Breuer.
El comedor principal, estructurado a partir de dos mesas cuadradas, “es algo que ya tenían los propietarios y que les gusta como se ve”. Esta idea propone diversas formas de interactuar entre los comensales. Al llegar a este lugar se descubre que lo que a la distancia parece un papel tapiz de rayas, es en realidad un trabajo manual de pintura.
Uno de los espacios donde la familia pasa más tiempo es la cocina. A ella se accede tanto por el comedor como por el family room –muy distinto de lo tradicional, por petición del dueño–, conformado por una amplia biblioteca, un comedor con una mesa diseñada por Le Corbusier y sillas del diseñador industrial francés Philippe Starck. La isla, con casi 1,60 metros de ancho, permite que los propietarios disfruten una de sus pasiones: la culinaria. Esto es evidente en la terraza que cierra el ambiente, equipada con un BBQ, un ahumador de carbón y una estufa exterior que sirve de apoyo. Finalmente, la alacena italiana, con acabado de poliuretano y diseñada por Mora, presenta un sistema de automatización en sus puertas, que se abren con el accionar de un botón.
Concluye la zona social de 240 metros cuadrados el baño auxiliar, donde las paredes tienen un acabado poco común para este espacio, pero que le otorga carácter: consiste en una pintura negra con masilla, cepillada con escoba para darle textura. Además, los interruptores funcionan con sensor.
El privado sur
Las tres habitaciones de esta zona aprovechan las terrazas y las visuales. Las ocupadas por las hijas tienen vista hacia los cerros y la de los padres a la ciudad. En las tardes, la luz de los rojos atardeceres inunda el apartamento. Uno de los espacios más interesantes es el estudio, que cumple las veces de home office. Con un tono azul oscuro como regente, el escritorio se enfrenta a la panorámica y un sofá invita al descanso. También hay lugar para un mueble de entretenimiento. Esta área cuenta con baño privado, el único que dispone de tina para dejar atrás el estrés de la ciudad. Con una luz en el piso que se enciende por medio de sensores, su espejo oculta en el centro un pequeño televisor. Este, se podría decir, es el ambiente perfecto para relajarse y escapar de la cotidianidad.
En una de las habitaciones secundarias, la terraza permite que la naturaleza del cerro entre a la ducha, lo cual genera la sensación de estar, por unos instantes, en las afueras de Bogotá. Para mantener la privacidad de este ambiente tan íntimo, el diseñador se valió de unas grandes materas que dividen en dos el área exterior.
La habitación principal, con piezas clásicas como la lounge chair de los diseñadores Charles & Ray Eames, aprovecha el generoso espacio para acomodar una cama king. “A la cabecera le adecuamos dos lámparas, una en cada extremo, de la firma Ralph Lauren”. Un amplio walk in closet es la antesala al baño principal, en el cual elevaron el área húmeda –ducha y sanitario– para reacomodar las tuberías sin tener que romper la placa.
En todo el apartamento la iluminación se maneja por medio de spots, lo que permite crear una luz dramática y específica. “Siempre los ubico a 40 centímetros de la pared, creo que es el ángulo perfecto para resaltar el arte. Además, todos son dirigibles”. Así, las obras de artistas como el francés Jean-Paul Donadini tienen el trato que merecen, ya que forman parte indiscutible de la vida de los propietarios.
Este apartamento es un lugar pensado para vivir buenos momentos con amigos, sin que esto signifique sacrificar la privacidad. Las obras de arte crean un hilo conductor que amarra toda la vivienda y dan como resultado una propuesta personal, que no busca dejar la huella del diseñador sino reflejar la esencia de sus habitantes.
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