Mirador futurista
Fotografía: Greg Cox/bureaux.co.za Producción: Sven Alberding. Texto: Graham Wood / marzo 13 - 2017
Una notable vista da la bienvenida a las dunas cubiertas por fynbos (vegetación propia del clima mediterráneo del sur y suroeste de Sudáfrica) en Keurboomstrand, al norte de Plettenberg Bay. Allí, algunos transeúntes comparan un prístino y orgánico edificio con una estación espacial, otros con un barco. La arquitecta Lesley Carstens, quien junto con su esposo, Silvio Rech, diseñó esta casa, afirma que “luce como un pedazo de hueso de ballena erosionado en la playa”. Rech, por su parte, sugiere que desde ciertos ángulos se pueden discernir las formas o el movimiento de un par de ballenas nadando, “da la sensación de un objeto o ser orgánico”.
El edificio podría considerarse una contradicción: a primera vista impacta, aunque su forma ondulada es discreta y sensible con su entorno. La llaman K. Cottage (Cabaña K) –a pesar de que con tres pisos de altura es sustancialmente más grande que una cabaña–, es la casa de vacaciones de Julian Treger, activista inversionista y gestor de fondos sudafricano radicado en el Reino Unido. El propietario es un prominente coleccionista de diseño y arte, y apasionado por la arquitectura. Dice que en un principio quería un espacio superminimalista, pero luego consideró más apropiada “la arquitectura orgánica dada la sinuosa naturaleza de las colinas, la montaña detrás y el movimiento del mar”.
Y debido a su interés en la historia y el ADN de los diseños que lo apasionan, esta casa fue una exploración de las raíces y del desarrollo de la arquitectura orgánica. Treger, Rech y Carstens se encontraron explorando el arte futurista y la arquitectura de los años sesenta, como la Villa Mondadori en Cap Ferrat, Francia, del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer; el TWA Flight Centre del aeropuerto JFK en Nueva York, diseñado por el arquitecto estadounidense de origen finlandés Eero Saarinen, o las casas californianas futuristas del arquitecto estadounidense John Lautner. Además, esta propiedad tiene más de un guiño a la reciente obra de Zaha Hadid. “Fue una carta de amor para los arquitectos de esa época”, dice Rech.
Rech y Carstens son conocidos por algunos de los más lujosos resorts en África y el mundo. Han refinado su aproximación a la arquitectura como un mediador entre el hombre y la naturaleza, también han dado un impulso al arte de la arquitectura como experiencia, como una aventura en sí misma, como una vivencia integral del entorno. Y toda esta filosofía la plasmaron en la K. Cottage.
Primero, como el clima y la luz cambian constantemente en Plettenberg Bay –hacen referencia a las famosas “cuatro estaciones en un día”–, los arquitectos imprimieron una especie de dinamismo dentro de las formas del edificio. “Sientes que este edificio está siempre en movimiento, y cuando lo miras está simplemente congelado. Al alejarse parece estar a punto de levantarse, de inflarse y moverse”, afirma Rech. El sentido de movimiento que evoca, es lo que impide que se imponga en el paisaje.
Desde el interior, el edificio funciona como un dispositivo para apreciar la naturaleza. “Es casi como un lente que captura lo que pasa en el exterior”, explica Rech. En algunas áreas, como en la zona social y el cuarto principal, los enormes ventanales ofrecen una panorámica impresionante, donde mar, cielo y paisaje son protagonistas. “Creo que el mejor aspecto de la casa es, siendo egoísta, la ventana de mi habitación. Levantarse en las mañanas es algo extraordinario”, comenta el propietario.
Rech agrega que tiene vista de 360 grados. Mientras las amplias cortinas de vidrio en algunas áreas ofrecen visuales tan puras y generosas como es posible, en ciertos lugares este material parece deslizarse dentro de lo que el arquitecto llama un “exoesqueleto”. En este punto el edificio se convierte en una especie de “piel de tambor perforada en varias partes. Estos huecos están relacionados con lo que pasa en el interior”. Por ejemplo, en el baño hay una abertura ovalada sobre la tina que centra la mirada en el lago donde Treger tiene una oficina.
“A medida que recorres el edificio tienes vista hacia todas las direcciones. Ya sea a través de este muro/cortina que se contornea y se mueve alrededor, o de las aberturas ovaladas que han sido seleccionadas para que al llegar a la esquina haya una vista perfecta”, dice Rech. El otro objetivo de la casa es servir como galería para la colección de arte y mobiliario del propietario, quien ha elegido piezas que son apropiadas para esta propuesta y reflejan un poco el diseño orgánico, entablando un diálogo con la estructura. “La mayoría es mid-century modernism”, explica Julian Treger. Asimismo, ha escogido trabajos de los diseñadores brasileños Campana porque “sus materiales tienen una sensación orgánica, como de la playa”.