Arquitectura

Mirando hacia abajo

Por: Mónica Barreneche Olivares. / 
diciembre 10 - 2018
Mirando hacia abajo
Son pocas las veces que, al pisar un espacio interior, nos fijamos realmente sobre qué estamos parados, a menos que la superficie que nos soporte sea tan llamativa que nos obligue a mirar hacia abajo. Existen decenas de acabados arquitectónicos creados para llamar nuestra atención, pero quizás, aparte del mármol y las baldosas hidráulicas, el terrazo o granito fundido puede ser uno de los más atractivos, gracias a la infinidad de posibilidades que brinda en cuanto a diseño.

Tanto el terrazo como la baldosa hidráulica tienen varios elementos en común: son trabajos completamente artesanales, transitan de un estado liquido a sólido, y dentro de sus componentes compartidos se encuentra el cemento y el agua. Además, al ser productos hechos a mano, dependen en gran medida de la capacidad del artesano para que el acabado final de un producto con tantas variantes de por medio (calidad de los materiales, tiempo y estado del clima) confluya en un acabado arquitectónico casi perfecto.

El terrazo, conocido también como granito fundido en sitio, tiene su origen en la ciudad de Venecia, Italia. Su nombre viene de la palabra terrazza y según la diseñadora de interiores y colaboradora del diario El Heraldo de España, Elisa López, esta técnica se remonta a la Venecia de mediados del siglo XV. “Los trabajadores del mármol de aquella época, aprovechaban trozos sobrantes de la construcción y los mezclaban con arcilla y leche de cabra. Con esta masa pavimentaban las terrazas exteriores de sus casas, comenta López en una de sus publicaciones.

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Si bien este acabado, que también se utiliza en paredes y superficies para baños y cocinas, es un referente de la arquitectura residencial que tomó vuelo a principios de los años setenta en países como México, Perú y Colombia; para el arquitecto y urbanista colombiano Ignacio Restrepo Manrique esta técnica se comenzó a implementar en Bogotá con la urbanización del barrio Teusaquillo en la década de los treinta.

Una mezcla homogénea de marmolina (mármol pulverizado), mármol triturado, cemento y pigmentos, crean la materia ideal para diseñar superficies en terrazo. En su estado líquido, la mezcla se vierte entre dilataciones metálicas pegadas (generalmente en bronce) al piso en concreto. Una vez solidificada la mezcla, se pule. Entre más seca la mezcla da un mayor brillo. Sólo en este momento es posible saber si el proceso quedó bien. “Lo más difícil es la envarillada. De la correcta disposición de las uniones entre cada dilatación depende que el granito no se mezcle y dañe el diseño”, comenta el artesano y aprendiz del terrazo Oscar Páez al narrar el proceso.

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También asegura que, si el piso de base no está completamente seco, todo el proceso se echa a perder ya que el concreto de base absorbe el granito fundido y crea desniveles en la superficie: “hasta que no se seque y pula todo, es imposible saber si el trabajo quedó bien. En caso que la calidad del cemento no sea la adecuada, o las dilataciones no encajen a la perfección, toca romper el piso y empezar de nuevo”, concluye.

Alistar el piso, envarillar, verter el granito, dejar secar, pulirlo o destroncarlo –como se conoce en el argot del mundo de la construcción–, sellar y brillar: este proceso puede tardar de uno a dos meses. Sin embargo, siendo un proceso completamente artesanal, se cobra por metro cuadrado como acabado arquitectónico y no por hora de mano de obra.

Desde que el diseñador industrial británico Max Lamb lanzara una silla hecha completamente en terrazo durante la edición 2015 del Salón del Mobile de Milán, la utilización de este material en arquitectura interior, diseño de mobiliario y accesorios tomó vida de nuevo y se convirtió en tendencia mundial. Con propuestas que van desde el tradicional negro, blanco y gris con incrustaciones en bronce, se han ido añadiendo materiales como vidrio, perlas, cristales y aluminio, sobre bases de colores pastel y piedras de gran formato. Esta tendencia novedosa se conoce como el nuevo terrazo.

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Por otro lado, el uso de la baldosa hidráulica también ha cogido vuelo. Contrario a la creencia de que esta técnica es una herencia que adoptaron los españoles de la ocupación árabe, el historiador español Antonio Bravo Nieto asegura que su origen se remonta a la Francia del siglo XIX. Este acabado arquitectónico, hecho de una mezcla de arena, cemento y pigmentos, tuvo gran acogida en las construcciones republicanas de países latinoamericanos como Cuba, México, República Dominicana, Puerto Rico y Colombia.

Así como el terrazo, la baldosa o mosaico hidráulico es un proceso totalmente manual y artesanal. “Primero diseñas y sueldas el molde en metal o ‘cartulina’, como lo conocemos. Luego, viertes cemento sobre una cara de la trepa –herramienta esencial de la baldosa hidráulica–. Una vez lista la base de la baldosa, se vacía una mezcla previamente pigmentada de 50 % arena de río –que es la mejor– con un 50 % de cemento a través del molde. Esta es la parte más delicada del proceso, la baldosa hidráulica no lleva dilataciones y en la mayoría de los casos está compuesta de complicados diseños multicolores que no se deben mezclar entre sí”, cuenta la arquitecta Luisa Aldana, cofundadora de Icono Taller, una de las treinta fabricas registradas en Colombia que producen este material.

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Con una fuerte reminiscencia a un pasado de glamour y unidos por materiales, elementos de la naturaleza y la factura manual, el terrazo y la baldosa hidráulica se han convertido en una opción de lujo en las tendencias globales del diseño contemporáneo.

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