Este increíble apartamento fue remodelado pero aún conserva piezas de arte del siglo XIX
María Juanita Becerra / octubre 22 - 2019
Lograr una propuesta moderna y acogedora a partir de un diseño que respondía a un estilo de vida de otra época era el objetivo del arquitecto Julián Molina, fundador de la firma Refugio, quien se encargó de la remodelación de esta vivienda. Para ello optó por descomponer la antigua distribución, basada en compartimientos, para proporcionar espacios amplios y, sobre todo, iluminados.
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Tras la desaparición de las divisiones interiores, el arquitecto creó una sucesión de planos con la cual se percibe mayor amplitud y profundidad. En la zona social alteró las jerarquías espaciales y ahora sala, comedor y bar son prácticamente un solo espacio. Además, en el bar instaló vidrios reflectivos con la finalidad de que desde allí se admiraran generosas vistas del paisaje urbano.
Entre tanto, independizó la cocina y el “vestier” de la habitación principal por medio de una celosía de madera, inspirada en los foyer de la arquitectura nipona.
La iluminación era un aspecto esencial del proyecto. “Uno de los requerimientos más importantes del cliente era poder conservar su extensa colección de arte colombiano y, más aún, que el diseño interior girara en torno a ella”, comenta el arquitecto.
Por eso, el manejo de la luz natural directa e indirecta se enfoca en las obras; incluso usó la artificial con el fin de crear un escenario alrededor de cada una. Destacan piezas del siglo XIX y comienzos del XX, de artistas colombianos como Pedro Alcántara Quijano, Ricardo Acevedo Bernal, Jesús María Zamora, Francisco Antonio Cano y Miguel Díaz Vargas. Que la arquitectura también fuera protagonista significó un reto, puesto que las obras de arte son el centro de atención. De ahí que la búsqueda se haya orientado a resaltar los materiales utilizados, en un esfuerzo por hacer de estos, además de funcionales, estéticos.
Es el caso de los ductos originales del edificio, los cuales forman parte de la decoración, y de la chimenea de gas revestida de hierro oxidado, que es el corazón de la zona social. “En este punto hubo una convergencia importante entre la visión de la dueña y la mía.
Por un lado, la presencia del arte –fundamental para ella, pues es fruto de largos años de empeño por salvaguardar estas piezas antiguas–, y por el otro, la honestidad material de los elementos arquitectónicos”.
Molina apostó por una gama de colores cálida. El piso de madera oscura y los muebles tapizados en telas índigo y palo de rosa acentúan las tonalidades ocres de las pinturas. A su vez, las cerámicas de los baños aportan calidez gracias no solo a la paleta escogida –caracterizada por los neutros–, sino por las texturas pétreas y graníticas.
Por último, en la habitación principal buscó generar un ambiente de relajación y comodidad, para lo cual dispuso lencería beige y blanca.
Vivimos en un tiempo en el que la arquitectura no siempre responde a los intereses y las necesidades de las personas. Urge, por tanto, aprovechar el potencial de las viviendas antiguas mediante reformas como esta, donde todas las visiones convergen en total armonía.
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