La restauración de una vieja casa del centro histórico de Cartagena
Fotografía: Andrés Valbuena. Texto: Diego Guerrero / junio 6 - 2014
El sofocante calor caribeño no tiene más remedio que quedarse en la puerta de esta casa gracias a sus techos, que llegan a los seis metros y medio en el punto más alto de la segunda de las tres plantas, y a 2,50 en un primer piso, que gira en torno al patio central. Por el contrario, la terraza permite tomar plácidamente el sol en un espacio privado y amplio.
Es una edificación típicamente cartagenera, así que conserva arcos, muros de hasta cuarenta centímetros y un patio con una platanera que sobrevivió a la decadencia de la vivienda, y que ahora se yergue justo delante de una caída de agua que sale de un muro de pizarra (junto al antiguo aljibe de la casa), desde los 2,80 metros.
La corriente bordea el patio por una acequia –de cuyo fondo brota una suave iluminación indirecta que se trasluce en el agua y se hace evidente en la noche– e impregna el ambiente de un sonido relajante. Esa fue la intención del arquitecto Mauricio Pinto, quien diseñó el interior de la vivienda: “una alusión a la cultura árabe, en la que el líquido es signo de abundancia”.
Ese panorama es el que se puede apreciar desde una sala de estar cuya ambientación constituye una señal inequívoca del gusto de los dueños por el estilo africano; por eso, hay un par de sillas de campaña, como de safari, tapizadas en cuero de silla de montar.
También, junto al refrescante sonido del agua, está el comedor para 12 comensales con una mesa larga de pino, que tiene una pátina gris y patas torneadas, sin muchos adornos, acompañada de unas sillas de madera con acabado de poliuretano y lona de algodón blanca. Allí, un espejo, grande y quemado, da la sensación del paso del tiempo y acentúa el aspecto rústico.
En la noche la luz llega con una lámpara de mimbre, diseñada por el arquitecto Pinto y hecha a mano por artesanos del Tolima, que parece flotar sobre la mesa. Al encenderla, los rayos se filtran por entre el mimbre del tejido yaré.
Y si bien el piso es de piedra, lo que ayuda a enfriar la temperatura son dos abanicos con aspas de madera, réplica de los antiguos, que sirven en caso de que el calor arrecie.
Un salón sorprendente
En la primera planta la frescura de la naturaleza domina. En la segunda, el techo del salón deslumbra ya que tiene 6,50 metros de altura y luce totalmente restaurado en madera y a dos aguas. Si se mira bien –según explica Pinto–, es semejante a un barco invertido.
La razón viene de la época en la que se concibió la casa: la Colonia, pues sus constructores fueron carpinteros navales, que sabían de hacer barcos y quillas y no de diseñar techos. Por eso, tiene ese aspecto particular que actualmente es realzado mediante lámparas tipo candelabros de estilo belga, del siglo XIX, de la compañía Restoration Hardware.
De las alcobas se destaca la principal, que está dividida del salón por una gran puerta que, al abrirse, deja ver un estilo shabby chic, basado en la reutilización de elementos antiguos. Dos grandes espejos, que se realzan a sí mismos por tener marcos también de espejo, dominan la habitación.
La cama posee un espaldar de madera con un labrado provenzal de rosas; un candelabro, del mismo estilo, cuelga del techo. También hay un sofá de apoyo y una poltrona club chair de lona. Para no desentonar, el baño de la alcoba cuenta con dos duchas, mesón de roble blanco y grifería de cobre en sus dos lavamanos.
Las demás habitaciones son sencillas, y, en lo posible, aprovechan la luz y la ventilación natural, aunque la casa cuenta con estaciones verticales de aire acondicionado en sitios estratégicos. Todo esto en medio de una decoración que mantiene ese sutil guiño a la cultura africana.