Una casa de arquitectura campestre y actual en una ladera cerca al río Cauca
Fotografía: Carlos Tobón Producción: María Mercedes Gutiérrez - Cristina Warren Textos: Eugenia Gaviria / febrero 4 - 2015

Esta vivienda está ubicada sobre una pequeña saliente de la ladera nororiental del valle de la quebrada Sinifaná, afluente del río Cauca, a una altura media entre 800 y 900 metros sobre el nivel del mar. En su vista privilegiada de 320 grados destaca la presencia del cerro Tusa como pirámide natural de referencia en el suroeste antioqueño.
Por las características del lote y los árboles preexistentes –los cuales era fundamental proteger y mantener–, la ubicación de la casa constituía una delicada decisión, pues el terreno llano resultaba menor en relación con el área en pendiente.
Al final, la vivienda se implantó en el declive. Gracias a esto, liberaron la parte plana para tener una zona verde alrededor de la estructura y, de igual forma, vincular todos los espacios con el impresionante paisaje circundante. Para cumplir con los requerimientos y lograr el programa de esta casa, que incluye salón, comedor, cocina, áreas de servicio y cuatro habitaciones, “fue fundamental la separación de los usos colectivos y privados, dispuestos en dos volúmenes independientes y articulados a partir de un patio; así, el espacio vacío es el elemento organizador.
En esta última área está uno de los árboles más pequeños del lote y junto a él, como guardián, uno de los de mayor tamaño”, explica el arquitecto Carlos Enrique Montoya, de Toro Posada Arquitectos.
Los volúmenes están dispuestos sobre los bordes de las pendientes que definen la meseta en la que se encuentran el patio interior y el área de la piscina, así liberan la estructura y, de esta forma, las terrazas de alcobas y corredores de zonas comunes quedan en relación directa con el paisaje para lograr el máximo aprovechamiento de la vista; de igual manera, rescatan la mayor porción de lote plano para el disfrute de la casa.
El salón y el comedor se hallan ubicados en el mismo espacio, pero su amueblamiento permite diferenciar claramente su uso; así mismo, la primera zona se relaciona con la piscina sin perder unidad y manteniendo su carácter independiente.
La cocina, lugar de encuentro familiar, está dispuesta de acuerdo con la forma en que los propietarios se mueven habitualmente; su diseño, más que una apuesta desde la arquitectura, es la lectura personal de cómo entienden los habitantes de la casa la actividad culinaria, alrededor de la cual hay un gran disfrute, por eso es libre, generosa y organizada.
Otro gran reto para los arquitectos fue el planteamiento de las alcobas como piezas agrupadas, pero a la vez como unidades que pueden vivirse de forma independiente, según Montoya, “están diseñadas en galería para evocar las casas antioqueñas y para que los miembros de la familia, al crecer y formar sus hogares, puedan hacer uso de estas de manera autónoma. Así, con el tiempo, la casa será de cada uno de ellos y de todos”.
Con esta vivienda los arquitectos cumplieron el deseo de los propietarios: sentir el aire y el sol sobre la piel, poder oler la naturaleza y tener un espacio para relajarse, en el cual la partida esté enmarcada por la ilusión de regresar.