Viviendas que rompen fronteras
fotografía: markus guh Textos: RAMÓN ANDRÉS NIVIA / julio 21 - 2016
Integrar, no segregar. Con este concepto, los arquitectos colombianos Nataly Granados y Camilo Hernández –radicados hace más de 15 años en Alemania– desarrollaron un programa de vivienda para refugiados, donde diseño y sostenibilidad se convierten en pilares para generar oportunidades. “El tema social puede ser limitado por el presupuesto, pero el rol del arquitecto es hacer lo mejor posible con los recursos disponibles”, afirma Hernández, quien junto con Granados fundó la firma U3BA en 2006.
Consideran que la arquitectura no ha dado suficiente importancia a la vivienda social, porque son los megaproyectos, con amplios presupuestos y realizados por star architects, los que se roban el show. “Pero eso está cambiando. Por ejemplo, el premio Pritzker entregado este año al arquitecto chileno Alejandro Aravena y la curaduría que este hizo de la Bienal de Arquitectura de Venecia”.
Prueba de la poca atención que se le presta a este tema, es lo mal preparada que estaba Alemania cuando la canciller Angela Merkel decidió abrir las fronteras a los refugiados en 2014. “En ese momento, el país recibe a millones de personas que tienen que ser ubicadas rápidamente, pues sucedió a mediados de septiembre, antes del invierno. Deciden entonces darles albergue en contenedores de construcción, colegios, polideportivos, carpas, etc.”.
En busca de soluciones, los organismos de la ciudad de Ostfildern –al sur de Alemania– contactan al estudio U3BA, ubicado en Stuttgart –a unos veinte minutos en automóvil–. Así, lo que en un principio estaba planteado como un albergue para las personas sin hogar, se transformó en un refugio para asilados, en su mayoría provenientes de Siria.
El objetivo principal de los arquitectos consistía en crear viviendas que fueran una plataforma para que las personas pudieran integrarse a la sociedad alemana. Por eso, diseñaron tres unidades de tres pisos, idénticas en su estructura, pero cada una rotada 90 grados frente a su predecesora para que el techo a un agua generara la sensación de ser única, distinta. Además, esta rotación permite que las escaleras de acceso se vinculen con el parque, espacio que busca la interacción de sus habitantes con la población local.
El primer y el segundo piso están compuestos por dos apartamentos de 37 metros cuadrados, con dos alcobas cada uno. Por cuenta de la inclinación del techo, el tercero tiene solo uno –de 48 metros cuadrados– con tres habitaciones. Allí ubicaron también la zona común de lavandería y el cuarto técnico –donde, por ejemplo, está la calefacción–. En los primeros dos niveles es posible unir las respectivas viviendas tan solo eliminando unos paneles, así generan un gran espacio con cuatro cuartos por planta. “Por su índole, este proyecto debía ser muy flexible, ideal para familias o personas solas”.
Granados y Hernández explican que debían potenciar la relación de los refugiados con la población local por medio de la arquitectura. “En un principio muchas personas se opusieron a este proyecto, pero al ver que existe un diálogo con las casas aledañas, lo empezaron a percibir de otra manera. Además, si uno pretende que las personas se integren con la sociedad, no puede meterlas en contenedores. Hay que lograr espacios de calidad para que se sientan acogidas. Hay que crear arquitectura que no segregue”.
Dos factores influyeron y condicionaron el diseño: un presupuesto limitado y la necesidad de cumplir con las normas alemanas de sostenibilidad. “A cada edificio le hacen un seguimiento energético, que sea sostenible no solo en el consumo que va a tener en el futuro, sino en los materiales utilizados, si son ecológicos y reciclables, pues cada cinco años se actualizan las normas constructivas y se realizan inspecciones para saber si se deben ejecutar reparaciones, renovaciones o demoliciones”.
Por ello, la especificación del aglomerado OSB –Oriented Structural Board–, que se produce con restos de madera reciclada, fue un gran acierto. Lo emplearon en la estructura general de la vivienda por ser “resistente y económico. Adicionalmente, las paredes que se hacen con estos paneles son estructurales, por ende la edificación no es muy gruesa, la construcción es muy liviana”.
Así mismo, al ser prefabricados permiten un rápido ensamblaje y se disminuyen los costos, pues en Alemania la mano de obra es muy costosa. Para reducir el consumo de energía durante el invierno, utilizaron un aislamiento térmico de lana mineral, material biodegradable que no se adhiere a la madera, se pone a presión, por eso es totalmente reciclable, pues al momento de demoler, los elementos pueden separarse con facilidad. Finalmente, para la fachada emplearon como recubrimiento placas de Onduline, hechas a base de asfalto y generalmente utilizadas en los techos.
En cuanto al uso energético en las diversas estaciones, las ventanas fueron un elemento clave. “Usamos pocas porque son costosas y tienen un coeficiente de transmisión de energía más alto que los muros de madera aislados con lana mineral –más área de vidrio significa más pérdida de calor en invierno y más entrada del mismo en verano–. Sin embargo, fueron bastante importantes en el proyecto, es ahí donde entra el diseño, no todas están ubicadas en el mismo punto, jugamos en cada módulo con la composición, son puntos sobre una base negra. Queríamos lograr la antítesis de la arquitectura de contenedores, que son todos iguales, no hay individualidad”.
Por otra parte, en Alemania el verano no es tan intenso y la fachada, a pesar de ser bastante aislada, no tiene temperaturas altas en el interior.
Este ejercicio, que a simple vista puede parecer una propuesta sencilla en su concepción, demuestra que la finalidad de la arquitectura, más allá de habitarla, está en generar espacios que permitan a través del buen diseño la interacción social e, incluso, la inserción de las personas en una sociedad.