La remodelación sobria y funcional de este apartamento diseñado por el maestro Rogelio Salmona
Fotografía: Iván Ortiz. Producción: Ana María Zuluaga. Texto: Amira Abultaif / junio 3 - 2014

Las ciudades, como los hombres, apelan a los sentidos para hacerse sentir y construir su carácter. Bogotá no es la excepción y la labor de Rogelio Salmona fue vital para que moldeara su identidad actual: su trabajo durante más de cinco décadas marcó un hito en la estética y la técnica arquitectónica citadina. En buena medida, por Salmona, Bogotá se viste de terracota y se ve en bloque. Uno de los sellos de su obra fue el uso masivo del ladrillo –su material predilecto, junto con la madera, la piedra y el hormigón–, la conexión con el exterior a través de ventanas, la austeridad interior y la concepción de cada lugar como un espacio único.
Y esas son las características que refleja este apartamento, ubicado en un edificio declarado bien de conservación que se asienta sobre la ladera oriental de Bogotá y construido por Salmona a principios de los años ochenta. Se trata de un tríplex de 340 metros cuadrados –de los cuales 120 están dedicados a terrazas– que privilegian la panorámica urbana hacia el occidente y que se nutren de la vegetación de la montaña hacia el oriente.
Durante muchos años estuvo abandonado, tras una pasada remodelación que maltrató su arquitectura interior con cambios que, en algunas zonas, alteraron la esencia de la obra original. “Estaba en obra gris porque alguien lo había empezado a remodelar de nuevo, pero esa persona, un extranjero, cambió de planes y decidió ponerlo en venta”, señala la propietaria, una publicista que desde hace más de dos décadas se dedica al yoga prenatal y a servir de «partera urbana», como se autodenomina. “Pese a su mal estado, cuando lo vi lo sentí de inmediato por sus terrazas generosas y las bondades del diseño del gran Salmona”, añade.
Era imperativo recobrar su obra, y para ello acudió al arquitecto Gregorio Sokoloff, quien ya había intervenido otros dos apartamentos de ese inmueble. Según él, este penthouse había sido modificado radicalmente con intervenciones que llegaron a descomponer la distribución, la estética y la técnica: “Varias paredes fueron enchapadas, a la chimenea la maquillaron con unas vigas de madera que disminuían su dimensión y rompían la armonía de la sala y, en el segundo piso, se implementó un sauna y un jacuzzi, que también se incluyó en las terrazas”.
Desde el principio tuvo claro que su trabajo se centraría en deshacer lo anterior, limpiar las áreas para restaurar la arquitectura original y adecuar respetuosamente los espacios conforme a las necesidades de sus habitantes. Para la dueña de casa era fundamental que cada una de sus tres hijas tuviera una alcoba, un estudio conjunto para las tres y otro para ella, una oficina y diversas áreas verdes.
Con eso en mente, Sokoloff dedicó el primer piso a un área social abierta que incluye sala, comedor, cocina, vestíbulo y corredor; en el segundo nivel acondicionó tres habitaciones con sus respectivos baños, un estudio y una salita de televisión, y en la tercera planta dejó la alcoba y el baño principal con un estudio y una oficina adyacentes.
Pero quizás uno de los mayores privilegios es que desde cada espacio se accede a una terraza con vegetación nativa desde la cual se extiende la mirada hacia la ciudad. “Una de las bondades de Salmona es que volcaba los espacios hacia unas visuales especiales. Abría las terrazas sobre unos pinos espectaculares o sobre los cerros y hacía de cada ventana una obra de arte”, afirma Sokoloff, quien también destaca su riqueza de texturas gracias al ladrillo.
La remodelación, no obstante, implicó ejecutar cambios para mejorar la funcionalidad de las áreas y darles un look contemporáneo, sin perjudicar la estructura original. “Con mucho respeto por la arquitectura de Salmona, se modernizaron los baños, se instaló toda la iluminación en techos y nichos porque resultaba muy precaria, se agrandó la cocina –que era muy limitada– y se enriqueció el espacio interior con acabados sutiles”, explica el arquitecto.
Pero de estar vivo, el resultado final seguramente hubiera dejado satisfecho a su creador, así como quedó su actual propietaria, una mujer que buscaba un refugio para contemplar la ciudad exterior y su mundo interior: “Me siento en el campo porque vivo sobre una montaña rodeada de verde. Si desde el primer piso miro hacia arriba, mi apartamento se convierte en una casa en el aire, como en los sueños”. Arquitectura capital