Esta casa de playa en República Dominicana es una de las razones para querer viajar en pareja
Texto: Catalina Obregón. Fotografías: cortesía Juan Montoya. / diciembre 8 - 2016
La idea detrás de esta casa consistía en crear un ambiente simple, que tuviera elementos auténticos de una casa de playa tropical. “Los dueños querían un lugar a donde pudieran llegar, quitarse los zapatos y no tener que ponérselos de nuevo hasta que se fueran”, dice el diseñador colombiano Juan Montoya, quien estuvo al frente de este proyecto ubicado en Cap Cana, un lugar paradisiaco entre Punta Cana y Casa de Campo en República Dominicana.
Para cumplir los deseos de sus clientes –un matrimonio venezolano con tres hijos pequeños–, Montoya se involucró en cada parte del proceso, desde la aprobación de los planos de la casa, diseñada por el arquitecto dominicano Antonio Imber, hasta la elección de los textiles mexicanos que van sobre las camas. También estuvo al frente del paisajismo y diseño del jardín, donde sobresalen plantas nativas de la zona.
Tres volúmenes albergan las diferentes áreas. El de acceso, por donde se ingresa a la casa a través de dos puertas azules de madera hechas en Manizales hace 200 años. “Las tenía hace tiempo y cuando comencé esta construcción pensé que era el lugar ideal para ponerlas”. De aquí se pasa a través de una pasarela de piedras que flota sobre un espejo de agua a la palapa principal, donde predominan materiales como la madera y fibras naturales. En el primer piso, abierto completamente hacia la piscina y la vista al mar, funciona la zona social. Mientras que en el segundo están los dormitorios, una sala de masajes, y un salón más formal que el de la planta baja, puesto que está cerrado con vidrios y tiene aire acondicionado.
Un quiosco más pequeño alberga el comedor principal. En este espacio predomina la piedra coralina con diferentes tratamientos para lograr diversos efectos y resultados. Por ejemplo, en el muro que sostiene un entrepaño que hace las veces de consola, “la piedra está cortada en pedacitos, como travertino. Es burdo pero al mismo tiempo da una textura muy linda y cálida. Da la sensación que tiene que ver algo con la arena del mar”. En el piso y en la mesa, diseñada por Montoya, la coralina está pulida, creando un contraste a nivel de texturas, pero manteniendo las mismas tonalidades.
Uno de los desafíos que enfrentó el colombiano al amoblar la casa, consiste en que en esta región la lluvia cae de manera horizontal, por eso los muebles y elementos decorativos debían ser resistentes a la humedad y al calor. Para que esto no fuera una limitante desde el punto de vista estético, recurrió a ingeniosos detalles como la cenefa en mosaico de piedra que hizo en el salón principal. “Además de imitar una alfombra, y de enmarcar y contener los diferentes ambientes, es práctica y fácil de limpiar”. Y esta filosofía la aplicó al resto del proyecto. “Era fundamental para mis clientes que la casa fuera de fácil mantenimiento, que no tuvieran que preocuparse porque nada se dañe. Aquí todo es lavable y removible”.
En la sala principal, que goza de una privilegiada panorámica, Montoya logra combinar de manera armónica muebles de diferentes procedencias. Por ejemplo, las mesas de centro son de la China, las lámparas de techo de Indonesia y los sillones con rejilla de madera negra fueron diseñados por él y fabricados en Colombia. En este espacio, donde predomina una gama de colores tierra y arena, la vegetación aporta un toque de brillo y color. Las texturas también desempeñan un papel importante, por ejemplo el muro en el fondo y las escaleras que conducen al segundo nivel. “Decidí hacer los pasos con troncos viejos, para crear un contraste con la piedra coralina del primer piso”.
En la habitación principal se mantiene el estilo sobrio y ecléctico del resto de la casa, y se evidencian el refinamiento y la atención al detalle del diseñador, quien creó un conjunto llamativo y acogedor a partir de piezas únicas, y artesanías. Un nicho de color azul, con un tapiz de la India sirve de respaldo para la cama y crea un interesante contraste de color con los cobertores de la cama, traídos de México. Tal vez las piezas más llamativas son la lámpara, fabricada a partir de una escultura de conchas marinas que trajo Montoya de Bali, y las puertas negras, con incrustaciones de bambú.
Al recorrer cada uno de los ámbitos de esta casa, el lenguaje estético se mantiene, pero cada uno tiene su esencia y carácter. Después de todo, los propietarios querían varios lugares donde estar y compartir con sus invitados. Y lo más importante era lograr espacios cómodos y acogedores, que de alguna manera se relacionaran con la naturaleza y la belleza del lugar, algo que el diseñador colombiano realizó a la perfección.
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