Arquitectura sobria y minimalista en este penthouse en Bogotá
Texto: Catalina Obregón Producción: Ana María Zuluaga Fotografía: Iván Ortiz / julio 7 - 2021
No existe un hilo conductor en la colección, aunque hay periodos y estilos que predominan –como los maestros colombianos–, el coleccionista no deja que esto lo limite cuando le gusta una pieza. Esto se evidencia al recorrer los tres pisos de esta vivienda. El punto de partida es el hall de entrada, un espacio que recibe al visitante tan pronto se abren las puertas del ascensor. Enchapado en granito negro, con dilataciones iluminadas con luz cálida, crea un ambiente dramático para la escultura que alberga, y que marca la pauta de lo que está por venir. Se trata de un bronce del artista ruso Ossip Zadkine, famoso por sus figuras humanas inspiradas por el cubismo.
La planta baja reúne las áreas sociales. El ascensor, ubicado en el centro del apartamento, genera un punto fijo en torno al cual giran los diferentes ambientes, y crea unidad visual en los tres niveles, al convertirse en un gran volumen vertical enchapado en madera. Desde el hall se puede acceder hacia la derecha –donde hay una zona más reservada con una biblioteca y un estudio que puede funcionar como cuarto de huéspedes– o hacia la izquierda –que se abre hacia el salón y comedor principal–.
Hacia la derecha, las tonalidades cálidas y luminosas de los muros blancos, y el piso de roble europeo, contrastan con el granito y crean un ambiente idóneo para la exhibición de las obras de arte. Algunas paredes están pintadas de azul oscuro, detalle que hace parte del lenguaje del diseño y genera una conversación con otras áreas del primer nivel. En este lugar llaman la atención cuatro esculturas de acero del artista antioqueño Luis Efe Vélez, un dibujo de Luis Caballero y un David, de Miguel Ángel Rojas. Al propietario le tomó un año encontrar un lugar donde los cuadros y las esculturas se lucieran y tuvieran espacio para respirar. Una vez encontró el apartamento, resolvió intervenirlo para hacerlo a la medida, con una arquitectura neutra, sutil –pero elegante–, que no compitiera con las piezas de la colección.
Para esa tarea acudió al arquitecto bogotano Guillermo Arias –quien define su trabajo como el epítome del minimalismo–. La construcción estuvo a cargo del arquitecto Juan Carlos Rojas, de RIR Arquitectos. “El apartamento –un penthouse– ya tenía los acabados y la distribución. Tuvimos que empezar de cero para adecuarlo a sus necesidades: muros despejados y mucha luz”, afirma Guillermo Arias, quien comenta que en el primer piso se eliminó una habitación para hacer un estudio integrado a la sala. Esto dio paso a un generoso corredor que desemboca en el salón principal.
La biblioteca guarda catálogos y libros que referencian gran parte de las obras en la colección. A tono con la arquitectura, el diseño es limpio y depurado. En el suelo, un bronce titulado Mujer con serpiente, de Fernando Botero, comparte el espacio con un dibujo del artista chileno Claudio Bravo y una pareja de ángeles de madera rescatados de un incendio en la Catedral de Colonia, en Alemania. Las lámparas, que actúan como reflectores, fueron diseñadas y fabricadas especialmente por Octubre, la firma de Arias. Este es uno de los ambientes donde resulta más evidente el cuidadoso trabajo de iluminación, que además de llamar la atención a ciertos puntos, fue pensado para crear experiencias.
En los muros del corredor que comunica con la sala –que en un costado tiene un ventanal hacia la terraza– se hicieron nichos para objetos específicos, como los jarrones pompeyanos de vidrio, que resaltan sobre un fondo de laminilla de oro, o unas pequeñas esculturas –originarias de Portugal– de caballeros de oro, plata y piedras semipreciosas. El conjunto se completa con dos obras de Alejandro Obregón, una de ellas un autorretrato de principios de 1990.
Aquí se crea una sala auxiliar con un sofá de cuero y un par de sillas de madera y cuero del diseñador brasilero Jader Almeida, quien ha ganado varios premios y sus muebles están en las ferias más importantes. En el salón principal, escala, proporción y luz confluyen para crear un espacio de características únicas. Con una altura de ocho metros y un ventanal de la misma dimensión, este es el corazón de la casa. Pocos elementos lo componen, porque inevitablemente la mirada se va hacia el gran lienzo de Fernando Botero sobre la chimenea, que dialoga con la pintura de Alejandro Obregón sobre la escalera.
Para lograr armonía en este espacio sin interferir con la intensidad de color y energía de las piezas que lo habitan, se eligió un mobiliario de líneas puras y tonos oscuros, que no compite con las obras de arte. Las mesas de centro, de mármol portoro, hierro pintado, bronce y madera, son diseño de Octubre. Sobresale también la atención al detalle en los acabados de la chimenea. “Originalmente era de granito negro, y decidimos cambiarlo por mármol blanco, una apuesta arriesgada, pues por lo general lo asocian con el baño”, comenta Arias. No obstante, gracias al refinamiento con que se hicieron los empates de las diferentes piezas y el cuidadoso manejo de la veta, el ejercicio resultó exitoso”.
De hecho, se convirtió en un material importante dentro de la propuesta. “Además del baño principal, se utilizó en una banca que sirve de baranda sobre la escalera entre los dos primeros niveles, en el marco de una ventana y en la pared lateral de la escalera que asciende al tercer piso”. Otro factor que aportó al diseño es el azul del muro principal. “Fue un acierto, le da vida y elegancia al proyecto”, añade Arias, quien admite que fue idea de la arquitecta Carolina Lineros, su mano derecha en los temas de decoración. “Tiene una visión femenina, yo soy minimalista, austero…, detesto los cojines. Ella brinda balance a nuestra propuestas, le pone color”.
La escalera planteó un reto desde el punto de vista espacial y estético, porque “invadía gran parte de la sala. Debíamos buscar la manera de hacerla lo más ligera posible”. La solución fue elaborar una baranda muy delicada, de hierro pintado y bronce –materiales recurrentes en esta propuesta–. El pasamanos es muy especial, pues por cuestiones de tacto y temperatura se decidió hacerlo de cuero cosido a mano in situ.
En el segundo piso, un hall distribuye a una habitación auxiliar y a la alcoba principal. Como antesala a esta última, y para que el ingreso fuera más interesante, Arias propuso hacer un muro de madera calado –la continuación del cielorraso del corredor de entrada–, que marca una pausa antes de llegar al dormitorio. Cuando hay reuniones, permite que el anfitrión tenga una conexión visual con el salón, sin que esto sea evidente. “Es una reinterpretación contemporánea de la arquitectura morisca, la idea de que se pueda mirar hacia afuera, pero no lo contrario”.
A lo largo del recorrido, es evidente que existe una unidad cromática cuidadosamente estudiada, y en cada uno de los ambientes hay detalles que hacen eco de la paleta especificada: una combinación de tonos fríos y neutros como blanco, gris y azul, presente en las paredes y materiales como el mármol; y colores cálidos, como café y beige, en la madera, cuero y papel de colgadura. Con esto se genera una sensación acogedora y agradable, muy de hogar, con una limpieza visual que permite disfrutar el arte que cada espacio ofrece.
El tercer nivel, y última escala del recorrido, es un lugar versátil, donde se presenta la posibilidad de trabajar o socializar con un grupo más íntimo. Está conformado por una gran “U”, que abraza la biblioteca abierta diseñada sobre la caja del ascensor, y rodeada por terrazas y una impresionante vista sobre la ciudad y los cerros. Tiene una pequeña zona de cocina y bar, una sala de televisión y un escritorio.
Propietario y arquitecto coinciden en que lograron lo que querían. El primero, un hogar para las obras que colecciona hace más de treinta años, y el segundo, una propuesta minimalista, pero con un encanto que se revela poco a poco, y que está en los detalles. “La idea es que fuera un apartamento con acabados planos, pero no sin gracia. Queríamos que hubiera refinamiento sin ostentación, que los detalles se descubran cuando se miran con más atención, como los delicados apliques de bronce que pusimos dentro de las dilataciones de los empates de la madera, o del papel de colgadura”, concluye Arias, quien en este proyecto reforzó su convicción de que la arquitectura no debe robarse el show, sino generar experiencias y sensaciones, y permitir que la historia y los objetos de sus habitantes se luzcan.