Este apartamento capitalino reúne las historias de una familia que vivió dos décadas fuera de Colombia
Fotografía: Iván Ortiz Producción: Diana Tovar. Texto: Camilo Garavito / diciembre 1 - 2017
Después de vivir en el exterior durante casi dos décadas, la familia que habita esta vivienda resolvió regresar a su tierra natal, Colombia, y hacer de este espacio su hogar. Con el equipaje lleno de recuerdos, experiencias y vivencias, decidieron volver al lugar que los vio nacer, apropiarse de este penthouse y acomodarlo a todo aquello que habían construido, recogido y aprendido en otras tierras: a su propio estilo.
La primera intención del diseño fue evadir las tendencias predeterminadas. Poco amante del modernismo y el minimalismo, de los ambientes fríos y cuadriculados, y de las líneas excesivamente rectas, Claudia Uribe, su propietaria y diseñadora, en conjunto con el arquitecto responsable de la distribución de la vivienda, optó por construir cubiertas abovedadas en los espacios más importantes: el salón y la habitación principal.
La escultórica geometría de las bóvedas les da aire y amplitud a estas áreas, que junto con los continuos ventanales ubicados en todo el perímetro de la vivienda, llenan la casa de luz natural.
La constante presencia de la luz natural y la riqueza espacial que le otorgan los techos abovedados hacen que el espacio se perciba como una casa. Esta sensación se incrementa gracias a que el apartamento está rodeado de terrazas. Pensadas como ambientes de transición entre el interior y la ciudad, fueron alimentadas con abundante vegetación. Macetas con plantas de bambú y especies con muchas flores difuminan el límite entre adentro y afuera, desconectan la vivienda de su entorno urbano para llenarla de naturaleza, de verde, de color.
Este penthouse se compone de tres niveles. El primero contiene las estancias de carácter más público –salón, comedor y cocina–; el siguiente, las habitaciones de los hijos; y el superior, la alcoba principal, con sus espacios auxiliares. Esta estructura segregada le permite funcionar como una vivienda unitaria y a la vez como tres áreas independientes. Los hijos adolescentes son dueños de su territorio, los padres disfrutan de autonomía en su piso y los invitados pueden ser cómodamente recibidos en la planta de acceso sin interrumpir la dinámica propia de las demás zonas.
El tono profundo y las texturas intensas que ofrece la madera aparecen al recubrir el piso público y el de los baños, al igual que en una variedad de piezas del mobiliario. Su carácter se complementa con las telas naturales, las texturas del ladrillo visto y los grises tierra de la pintura de algunos muros que, contrastados con superficies blancas, saltan a la vista por su calidez. El toque de color se añade a partir de elementos puntuales, como la alfombra bajo el comedor, los cojines y otros elementos decorativos que rompen discretamente con la paleta.
“La casa no es un museo”, comenta su propietaria al preguntarle por el espíritu del lugar. Tampoco intenta crear un ambiente perfectamente diseñado, árido y minimalista. “Simplemente quiero generar espacios bien vividos”. Con estas palabras describe el carácter de esta propuesta, la cual recibe el fruto de años y años de travesías que se expresan en su contenido, en el mobiliario, el arte y la decoración.
Los elementos decorativos, los muebles y las obras que nutren esta vivienda no proceden de diseñadores o artistas reconocidos. Simplemente son artículos adquiridos en tiendas o galerías de las ciudades donde la familia ha habitado y donde ha ido construyendo sus recuerdos. Autores anónimos que han encontrado en lugares tan disímiles como Londres, París, Madrid o Parati, en Brasil, contribuyen con su arte a llenar esta casa de carácter y contenido.
“De tanto viajar, de tanto ir y venir, la arquitectura y la decoración se han convertido en mi pasión”. Estas palabras, con las cuales finaliza la entrevista, denotan exactamente el origen y el espíritu que el trasegar le ha otorgado a esta vivienda.