Loft de objetos animados
Fotografia: Carlos Tobón Texto: Amira Abultaif Producción: María Mercedes Gutiérrez-Cristina Warren / julio 28 - 2015
«Los objetos son herencias, regalos, anécdotas o simples antojos; se juntan, se alejan o se encuentran como los amigos, la familia o las situaciones en la vida”, sostiene Alejandro Toro. “El espacio se entiende como un espacio vivo donde los cosas cambian al igual que quienes lo habitan”, añade este arquitecto, que deliberadamente hizo de su casa un lugar donde los elementos, muchos de ellos recuperados y refaccionados, son protagonistas.
Su liderazgo se detecta desde la entrada, donde la mirada se dispersa en múltiples direcciones y formas de estar en el espacio.
Un comedor que parece más un área de estudio de biblioteca añeja, unas sillas y sofás asimétricos que se extienden a lo largo del gran salón, cuadros sobre el suelo y recostados en una pared o un mueble, mesas embebidas, esculturas que están donde quieren estar… aquí, según lo confiesa el dueño de casa, él y los objetos son copropietarios.
Y esa complicidad configura un universo singular que inevitablemente hace que el visitante quiera cuestionarlo todo, un ejercicio que al propietario no le molesta, por el contrario, le complace. ¿Por qué? Porque provoca que la gente se detenga a pensar dónde y cómo está, despierta la mirada y agudiza la curiosidad y eso, en un mundo que vive de afán, es significativo.
Con ese mismo esmero, Toro configuró progresivamente su ambiente a partir de ceros, pues a su cargo estuvo la arquitectura interior, la determinación de los acabados, el diseño y la decoración. Las únicas preexistencias eran los muros que definen el espacio, las acometidas para las instalaciones eléctricas e hidráulicas y una cubierta de casetones que deja el concreto a la vista.
Bajo la premisa de querer un loft, el dueño de casa buscó flexibilidad en la utilización de las áreas con las menores intervenciones físicas posibles. Por ello, los 175 metros cuadrados están distribuidos en una sola habitación, dos baños (el principal y el social), una zona de ropas y un gran salón que integra la sala, la cocina, el comedor, el estudio, el vestíbulo y un mirador sobre la quebrada La Poblana y el Parque Lleras, de Medellín.
Aprovechó la altura, 3,80 metros, para enfatizar la amplitud y la fluidez y dejó al descubierto instalaciones eléctricas y columnas para realzar un aspecto industrial que contrasta con la calidez que aportan el mobiliario y los accesorios.
La casa de sus abuelos maternos fue su inspiración en el diseño interior. “Era muy clásica, con gran parte del mobiliario estilo déco, que fue cuidadosamente seleccionado por mi abuela, quien era de alguna forma ceremoniosa en la ubicación de las piezas para que no faltara ni sobrara nada. Era un sitio soñado”, recuerda el arquitecto, que acogió diversos muebles de aquella vivienda para crear su hogar. De ahí que su espacio tenga un mobiliario con acento déco y retro, que se conjuga con algunos elementos más contemporáneos como sofás y sillas.
Para acentuar las líneas simples del espacio, el arquitecto adoptó como tonos rectores el negro –a través del mobiliario–, el gris –presente en el piso de microcemento, las columnas, la cubierta y algunas paredes– y el wengué –definido en la carpintería general–. En aras de la calidez, están los coloridos tapetes –especialmente kilims hallados en la boutique El Fin del Afán–, ciertos muros con ladrillo expuesto, múltiples obras de arte –una de las pasiones del dueño de casa– y decenas de objetos variopintos encontrados sobre la marcha.
El resultado es desparpajado e innovador: “Para mí, la magia es que al final hay una perfecta armonía en la que todo está en su lugar y fuera de él. Los objetos fueron llegando sin buscarlos y marcando la pauta de dónde querían estar, y de esa forma confabularon para crear un espacio en el que tanto las personas como las piezas puedan fluir generando nuevas formas de habitar”, concluye Toro.