Una casa bogotana colorida y de piezas recicladas inspirada en la arquitectura y el diseño escandinavo
Fotografia: Monica Barreneche. Texto Amira Abultaif / octubre 2 - 2015

«Cuando uno vive en un sitio tiene que hacer lo que dicta el corazón”. Esa es, para la propietaria de esta casa en Bogotá, la síntesis de lo que significa el hábitat, y en eso se ha empeñado esta mujer que hace más de tres décadas migró a Colombia por amor y cuyo hogar es una oda a los valores sentimentales.
Tras vivir 12 años en este espacio, ella y su esposo –ambos artistas profesionales– decidieron remodelar drásticamente su vivienda, que es muy semejante a las típicas casas inglesas: altas, con multiniveles y áreas angostas pero profundas. El propósito era lograr mayor iluminación, ventilación, apertura y fluidez.
Con eso en mente emprendieron una obra que implicó erradicar un muro estructural y muchos otros divisorios, desechar el techo falso dejando a la vista la cubierta original de vigas paralelas y varias claraboyas, derruir las escaleras macizas con barandas para implementar unas flotantes, quitar puertas y reemplazar algunas por correderas, acondicionar diversas ventanas con pivote central para permitir su apertura a 180 grados, cambiar pisos, enchapes y grifería, eliminar un balcón interior y rediseñar la iluminación.
Ese trabajo en la arquitectura interior no solo integró en gran medida los seis medios pisos que conforman esta vivienda de 195 metros cuadrados, sino que constituyó el marco para la puesta en escena de un diseño interior con pinceladas tropicales y esencia escandinava. Lo primero se manifiesta en telas diseñadas por ella, inspiradas en la Expedición Botánica y presentes en el mobiliario –gran parte reciclado y refaccionado– y diversos objetos.
Entre tanto, lo segundo se evidencia en el estilo de los muebles –muchos de ellos con el trazo de los años cincuenta y sesenta–, la presencia de plantas interiores –algo muy frecuente en países nórdicos dada la necesidad vital de tener vegetación en casa ante los crudos inviernos–, la apertura de la cocina y la exhibición de sus accesorios, y –de forma contundente– el diseño de la iluminación y el manejo del color.
“Para quienes venimos del norte, la luz la consideramos fundamental porque es escasa. Nuestros inviernos son oscuros, largos y la luz resulta limitada, por eso considero un imperativo tenerla dentro de casa generando ambientes de gran calidez”, explica la propietaria. “De ahí que siempre me concentro en combinar los tres puntos de iluminación de un espacio: el techo, el nivel medio y el piso”, agrega. Y en ese proceso no solo es fundamental complementar la iluminación natural con la artificial, sino apelar al universo de atmósferas que ofrecen los colores.
Aunque en los interiores escandinavos es común encontrar tonos muy claros, también se ven gamas oscuras, y son estas las que fascinan a la dueña de casa, para quien son el lienzo ideal al colorear su hogar con múltiples objetos. Parecería paradójico que a una sueca le gustasen los tonos oscuros a sabiendas de lo difícil que es vivir a la sombra, pero su preferencia se cimienta en dos premisas: la idea de que los azules o grises oscuros, además del negro –colores rectores en su vivienda–, le brindan la neutralidad necesaria para su decoración –en la que resaltan los ácidos y fuertes–, y la convicción de que no existe división entre fríos y cálidos, pues uno frío puede volverse muy cálido –y viceversa– si se sabe cómo iluminarlo.
“Aquí la gente le tiene mucho miedo al color, y es una lástima porque estamos en un país que por donde uno camine el colorido brota. No hay que dejarse llevar por las modas, sino por lo que se siente desde dentro, y por eso siempre les digo a mis estudiantes que lo importante es crear una emoción; les pido que piensen en lo obvio y hagan lo opuesto, y el resultado constituye toda una liberación. ¿Cómo no hacer lo mismo en el espacio donde se vive?”, concluye esta profesora en dirección de arte y autora de Una casa Escandinava y Colorida.