El torno es pasión
Fotos: Ramón Giovanni. Textos: Felipe Barrientos. Producción: Ana María Zuluaga. Retrato: Karim Estefan / mayo 21 - 2014
Fernando Roa aprendió el oficio de la carpintería desde niño, de la mano de su padre, quien al pensionarse de la Policía Nacional decidió montar un taller sin conocimiento alguno en la materia. “Todo se lo debo a mi papá, quien armó un taller en el primer piso de nuestra casa y consiguió artesanos que le fueran enseñando poco a poco. A los 12 años hacía mis propios juguetes, como trompos o carros de madera. Y a los 15 ya armaba mesas, sillas y cómodas. Mi papá era muy hábil e inteligente y me enseñó a tornear”, comenta Fernando con nostalgia. La técnica que perfeccionó el maestro Roa es el torneado al aire, que consiste en tornear la madera que se encuentra sujeta sólo de un extremo del punto de arrastre de la máquina.
En torno a las raíces
“En una ocasión fuimos a una chatarrería con mi papá y nos encontramos un torno enterrado en la tierra. El dueño del lugar nos dijo que si éramos capaces de sacarlo nos lo podíamos llevar. Así que con palas y barras nos pusimos en la tarea. Ese torno tenía una estructura de madera y cabezales fundidos. Estaba bastante sucio y no tenía motor; lo arreglamos y funcionó perfectamente”, comenta Fernando con una sonrisa de oreja a oreja. Lo primero que fabricaron fue un ajedrez a gran escala, con piezas de madera de amarillo de olor picante, de unos cincuenta centímetros de altura con el que todos jugaban en el barrio.
Fernando Roa estudió hasta séptimo semestre de Bellas Artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. De aquella época recuerda que sus padres le pagaron el primer semestre con gran esfuerzo y dificultad. “Mi papá siempre me apoyó en todo lo que quise hacer. En ese tiempo, a mi papá le dio cáncer en el estómago y no soportaba el olor del aserrín. Tuvimos que venderlo todo y sólo me quedaron algunas herramientas de mano para trabajar la madera. Mis compañeros de la universidad me pagaron mi carrera prácticamente con los encargos que me hacían. Yo les fabricaba bastidores para entelar, caballetes, cajas para sus óleos y otras cosas”, recuerda el maestro. Fernando se retiró de la carrera y se fue a vivir de nuevo al Huila, a Villa Rica, donde siguió ejerciendo el oficio. “Lo más bello era hacer piezas para los campesinos. Fabricaba bateas para el maíz y molinillos con aro. La gente me pagaba con quesos, verduras y legumbres, y algunas veces con animales. Una vez me dieron un pato, otra una cabra y lo que más recuerdo fue un caballo a cambio de unas sillas de comedor”.
Al otro lado del océano
Fernando viajó a Madrid (España) con la intención de estudiar en la Universidad Complutense. “En esa ciudad estuve viviendo casi un año. Aunque no pude estudiar en la Complutense, de esta experiencia en el exterior aprendí que el que sabe trabajar con las manos, vaya a donde vaya, siempre tendrá algo que hacer. En cualquier parte del mundo hay una silla por arreglar, un mueble por fabricar y una necesidad que suplir que tenga que ver con la carpintería. Alguien siempre tiene un objeto de madera en casa que representa algo importante en sus vidas”, afirma el maestro Roa. A su regreso al país, en 2006, creó su propio taller, La galería del torno, en el barrio Teusaquillo y consiguió máquinas de carpintería. Al siguiente año se trasladó al centro de Bogotá y se certificó como técnico del Sena en el trabajo en madera. En esta entidad conoció a las personas que se lo llevaron a trabajar a la Escuela Taller de Bogotá, donde dicta clases de ensambles, de ebanistería, de torno y de historia del oficio.
Un sueño postergado
“Yo vivía enamorado de la idea de vivir como un pintor, un grabador o como escultor. Esa ha sido la pasión que me ha acompañado desde siempre. Ahora quiero alcanzar ese sueño con mi obra con la madera. También me apasiona ser profesor y compartir el tiempo con mis estudiantes. Al final de mi vida, quiero irme a vivir de nuevo al campo y enseñar todo lo que aprendí de mi papá”, afirma Fernando Roa.
Roa trabaja con los retales de maderas exóticas como el pui o el granadillo para crear piezas que se configuran como si se tratase de un rompecabezas. En su opinión, la madera lo guía y el artesano debe mostrar las vetas, los granos y sus imperfecciones. Cuando se va en contra de la esencia del material, se estalla y se agrieta, por lo cual el arte consiste en fluir con lo que la madera propone. El secreto para un adecuado acabado se encuentra en lijar muy bien las piezas y en aplicar goma laca, aceite de linaza, cera de abejas y carnauba según sea el caso.
En 2011, Roa participó en la Feria Internacional de Artesanías de Córdoba (Argentina), uno de los más destacados eventos del sector en Latinoamérica, donde recibió dos premios: al mejor trabajo de madera y al mejor tornero de la feria, entre un grupo de seis finalistas.