‘Joya habitable’: así se describe este apartamento en Bogotá tras su remodelación
Camilo Garavito / agosto 21 - 2025

Claudia Camacho no es arquitecta ni diseñadora de interiores. Tampoco pretende serlo. Pero sí tiene, como joyera, una sensibilidad muy afinada hacia la proporción, el peso de los materiales, la paleta de color y, sobre todo, el detalle. Tal vez por eso, cuando habla de su apartamento en Bogotá —que rediseñó para convertirlo en su hogar— lo hace desde un lugar distinto al del oficio decorativo convencional: no hay pretensión, no hay alarde. “Yo simplemente lo curé a mi gusto”, dice, como quien ajusta con delicadeza la montura de una esmeralda sobre un anillo de oro.

Ubicado en las faldas de la vía a La Calera, en uno de esos edificios que parecen emerger de la montaña, el apartamento tiene 350 metros cuadrados, todos en una sola planta, con ventanales que ofrecen una vista completa —360 grados, literalmente— de la ciudad y del verde que la rodea. Esa relación íntima con el paisaje fue la razón por la que Claudia escogió el lugar. “Es como estar metida en un oasis de montaña. Verde y luz natural donde estés”, resume.

El apartamento tenía una distribución cerrada y ciertos contrastes formales que, aunque funcionales, no le permitían expresar su belleza. Camacho lo transformó sin alterar su esencia: abrió muros, liberó el área social y, en especial, creó un gesto fundamental —una terraza interior, que en su casa llaman informalmente “la pecera”—, que le da al espacio la dimensión que le faltaba: una forma de salir al exterior sin salir del todo, de habitar la luz y el aire sin romper la contención del volumen arquitectónico.

El nuevo diseño del apartamento
Ese nuevo lugar funciona como articulador entre el interior y la montaña. “Todo eran ventanales, ventanales, pero no tenías dónde salir a oír los pajaritos. Ahora sí”, explica. El gesto es simple pero radical: a la inversa de lo que suele suceder en muchas remodelaciones, no cerraron una terraza abierta, sino que abrieron, controladamente, un espacio cerrado. Se ajustó un poco la fachada, instalaron puertas corredizas de metal oscuro y vidrio, e incorporaron la magia de la montaña al interior del hogar, para poder percibirla con todos los sentidos.

Los materiales existentes desempeñaron un papel determinante. El piso, de madera oscura, estaba desde antes, al igual que las carpinterías metálicas color café y varias puertas internas que delimitaban la cocina. En lugar de remplazarlos, Claudia decidió trabajar con ellos. “Lejos de ser el piso que yo habría puesto, a partir de algunas intervenciones específicas logramos resolverlo y darle claridad al apartamento. Me fui por armonizar con ese café tan oscuro, y al final funciona muy bien”, explica.

Las paredes las empapelaron con tonos suaves —mantequilla, terracota, ámbar—, que neutralizan el contraste entre lo que anteriormente era blanco y la madera, aportando calidez. No hay cortinas, solo solar screens que se despliegan a la hora de dormir.

En la habitación principal, la relación con el exterior alcanza su punto más nítido. El muro original que separaba la cama de la ventana se bajó para permitir la vista total al bosque, y se convirtió en un espaldar-escritorio de doble función. La madera del mueble es la misma de los clósets, los marcos de las puertas, los zócalos: un naranja caramelo que dialoga con el piso, sin mimetizarse. “Yo contrasto mucho con el piso”, comenta Claudia, mientras se sienta a trabajar en ese escritorio que también es mirador.

Lo mismo ocurre con el mobiliario. Todo parece que se hubiera elegido para dejar ver, no para imponerse. Las piezas habitan el espacio con discreción. Predominan los tonos neutros, los tejidos artesanales, las texturas que remiten a la naturaleza. Hay textiles que evocan lujo pero sin ostentación, arte en tonos pastel, esculturas en materiales nobles. El color aparece más como insinuación que como afirmación. “Es una casa que tiene estructura fuerte, pero que evoca calma y calidez al mismo tiempo”, sostiene Camacho.

El arte, en particular, ocupa un sitio especial. Una pintura de gran formato del artista Rafael Dussán se vuelve el eje visual del espacio social. Colgada en la esquina donde confluyen la sala, el comedor y la terraza interior, la obra —de carácter ambiguo y paleta suave— condensa buena parte del espíritu del apartamento: presencia, pero sin ruido.

Y aun cuando no fue una intervención de gran escala en términos constructivos, el ambiente que Claudia logró es profundamente coherente. El apartamento, como sus joyas, está hecho de decisiones contenidas, proporciones precisas y una elegancia que no necesita validación externa.

“Cuando yo hago una joya, busco cierta poesía dentro de un trabajo muy pulcro. Eso mismo es lo que siento en este espacio”. No es casual: los colores de sus piezas, las gamas de sus piedras —ámbar, mantequilla, esmeraldas oscuras—, se repiten aquí, en la paleta del lugar. La casa se convierte así en una extensión de su sensibilidad. En una joya habitable.
Cinco puntos para resaltar de esta obra
1. El apartamento se abre completamente al paisaje, integrando la montaña como parte esencial de la experiencia de habitar.
2. Pequeñas intervenciones bastaron para reconfigurar el espacio por completo, sin borrar su historia ni sus materiales originales.
3. La atmósfera es serena y pulcra, con una materialidad cálida y un lenguaje visual sin estridencias.
4. Cada decisión refleja la mirada de Claudia como joyera: precisión, armonía y una estética personal que privilegia la intuición y el detalle.
5. Este nuevo espacio, abierto desde el interior, articula el apartamento con el paisaje y se convierte en el corazón sensorial de la casa.
Bellísimos espacios ! Colores serenos que invitan a no salir al caos. Muy muy bello. Felicitaciones