El propósito de esta vivienda era ‘vivir dentro de un museo japonés’
Vía V2com / octubre 1 - 2025

Algunas casas no se diseñan, se recuerdan. Casa Tao no nació de un dibujo técnico, sino de la memoria silenciosa de quienes la habitan. Es una vivienda que no busca responder a una imagen, sino a una vida, o mejor dicho a una forma de vivir.

Gustavo creció en una casa humilde, hecha más de esfuerzo que de materiales. Hijo de agricultores y artesanos —personas de manos toscas y mirada generosa— quienes, aunque interrumpieron prematuramente sus estudios, lograron inculcarle el deseo de comprender el mundo.

Creció en Puerto Vallarta, un lugar en la costa del Pacífico mexicano, donde el sol y la humedad marcan el ritmo de los días, y donde la sombra no es un accidente, sino un bien preciado: un verdadero refugio. Desde el principio, la casa necesitó reflejar esa necesidad de refugio, de aislamiento, de frescor.

El concepto de sombra no se entendía aquí simplemente como un fenómeno físico, sino como una condición emocional: una promesa de calma, de aliento, de protección silenciosa ante un mundo ruidoso. Pero fue la personalidad de Gustavo —tan rica y compleja como el lugar de su infancia— la que moldeó profundamente el diseño. Con una curiosidad poco común, es un hombre que ha hecho del conocimiento autodidacta su camino.

Filosofía, arquitectura, música, fotografía: da la impresión de que poco le es ajeno. Su biblioteca, repleta de ediciones especiales de Alberto Campo Baeza, Fan Ho, Tarkovski y otros, revela un gusto por la claridad formal, por la geometría esencial, por los patios tranquilos que dialogan con el vacío y la luz. Hablar con él es sumergirse en una visión abierta al mundo, profundamente sensible y, a la vez, precisa.
Contexto de la obra
Su historia con Cynthia, la segunda habitante, también es parte esencial de esta arquitectura. Junto con sus dos hijas, Mila y Anto, emprendieron su primer viaje al extranjero, a Japón. Ese viaje dejó una huella imborrable en su imaginación: la estética del vacío, la limpieza compositiva y la quietud contenida en cada gesto arquitectónico.

Dijeron a los arquitectos, con una sonrisa: «Nos gustaría sentirnos como si viviéramos dentro de un museo japonés». Pero no se referían a la solemnidad del museo como institución, sino a ese tipo de espacio donde el tiempo se ralentiza, donde la luz se filtra suavemente, donde el silencio se hace tangible.

Y eso es lo que HW Studio intentó hacer. En un barrio sin vistas destacables, salvo una plaza arbolada que ofrecía sombra y brisa, decidieron orientar la arquitectura hacia esa frescura. Pero no lo hicieron frontalmente. Evitaron grandes superficies acristaladas que pudieran intensificar el calor.

En cambio, propusieron una relación oblicua y angular que permite percibir la presencia de la plaza sin estar completamente expuesta a la intensa luz solar. El acto de habitar se enmarca indirectamente, como si la casa observara en diagonal, modestamente, dejando pasar solo el viento y la fragancia del mar cercano.

Colocaron el programa principal —dormitorios, garaje y áreas de servicio— en la base, y sobre ella, suspendieron una caja ligera de doble altura que albergaba las áreas sociales. Esta estrategia les permitió elevar la vida social por encima del nivel de la calle, rodearla de aire y abrirla a los árboles y a la brisa salada que cruza la plaza.

Los patios elevados funcionan como terrazas para la contemplación: pequeñas plataformas desde las que se puede respirar mejor el aroma de las flores y escuchar el murmullo del viento entre las copas de los árboles.
El diseño de los espacios de la vivienda
Las habitaciones se organizan alrededor de un patio, buscando el silencio y el aire. Aquí, la intimidad se expresa a través del encierro, no como un confinamiento, sino como un mundo interior. Un muro curvo recibe al visitante con suavidad, marcando un umbral de bienvenida, mientras un árbol lo saluda como un arreglo floral.

La casa no mira hacia el barrio; se vuelve hacia adentro, como quien busca refugio. Pero no se cierra: se abre al cielo, a la sombra, a la plaza. Todo está dispuesto para que la vida transcurra de una manera más pausada y plena, más abierta a lo invisible.

La materialidad era inevitablemente táctil y sensorial. La blancura deslumbra bajo el sol costero, mientras que el hormigón —pesado y honesto— absorbe la luz con delicadeza. Es un hormigón que se calienta con el uso y el tiempo. En este material, la luz no rebota, sino que se asienta.

Casa Tao es, en definitiva, una arquitectura nacida del deseo de habitar el mundo con mayor atención. Es una casa que se retira discretamente y ofrece sus espacios como atmósferas para la contemplación y la memoria. En ella, habitar se convierte en una forma de estudio, de pausa, de gratitud. Cada rincón invita a quedarse, no a pasar, y cada sombra es una promesa de bienestar.

Esta búsqueda deliberada de la sombra —como refugio y cualidad poética— nos acerca a una comprensión espacial similar a la descrita por Junichirō Tanizaki en «Elogio de las Sombras». Allí, Tanizaki no celebra la oscuridad como la ausencia de luz, sino como una forma más sutil de ver.

En su texto, la sombra no es un obstáculo, sino un velo que ennoblece: una forma de amplificar la profundidad de las cosas, de permitir que la belleza surja lentamente, con humildad. Lo mismo ocurre con esta casa: no está iluminada con asertividad, sino que deja que la penumbra sugiera; permite que la luz se filtre sin violencia, y cada espacio se convierte en una experiencia sensorial matizada y contenida en la que el tiempo se espesa y la vida se aquieta.