Un refugio moderno en Subachoque que convierte la montaña en hogar
Camilo Garavito / septiembre 24 - 2025

“Queríamos una casa de un solo nivel, fácil de recorrer, donde se pudieran pasar fines de semana largos sin necesidad de volver a Bogotá”, cuenta Gregorio Sokoloff, arquitecto a cargo de este proyecto: un refugio para una pareja colombo-brasileña que, cerca de la jubilación, buscaba un lugar para cocinar, recibir amigos y estar cerca del campo, durante extensas temporadas.

El programa lo resolvieron en tres volúmenes que se articulan a través de jardines, diseñados por la paisajista Diana Wiesner. En el cuerpo central, un gran espacio social reúne la cocina, el comedor y la sala. El primero de estos tres ambientes es el corazón de la vivienda, pues cocinar y compartir alrededor de la mesa es parte esencial de la vida de la clienta.

A un costado ubicaron el ala de su hija y un cuarto de huéspedes; al otro, la zona privada de la pareja, con estudio, gimnasio y la habitación principal. Todo en un solo piso, pensando en la comodidad presente y futura.

La arquitectura se apoya en un lenguaje sobrio, de materiales nobles y locales: muros de ladrillo a la vista con emboquillado profundo —material característico en las obras de Sokoloff—, techos inclinados a dos aguas, cuyos aleros y vigas estructurales en concreto se extienden generosamente. “En esa zona llueve mucho y no queríamos cubiertas planas, sino grandes aleros que protegieran la casa”, explica el arquitecto.

La piedra pizarra de la sabana, en su versión con tonos amarillos y marrones, reviste chimeneas y terrazas. Los pisos interiores de madera maciza de sapán, y los cielorrasos, también de madera, se convierten en protagonistas del interior. No hay lujos ostentosos: todo está concebido desde la honestidad material y el sentido de pertenencia al lugar.

Las ventanas, diseñadas a partir de retículas modulares, enmarcan robles y nogales centenarios. Aunque evocan cierta tradición inglesa, para Sokoloff tienen un propósito más íntimo: “La retícula da calidad al espacio, lo hace más cálido. Cuando miras de cerca, se siente acogedor; cuando miras de lejos, el ojo ya no la lee”. Esa misma mezcla entre apertura y resguardo se repite en toda la casa: está rodeada de jardines, pero siempre hay un rincón protegido, una esquina que invita a quedarse.

El interiorismo de la casa
Sobre esa base arquitectónica neutra y rústica, Santiago Peraza desarrolló un interiorismo vibrante y personal. “La arquitectura nos dio un cascarón acogedor, y sobre él inyectamos la alegría que ella quería”, cuenta el interiorista. La clienta, carioca, buscaba color, vida y calidez.

De ahí que el verde —su color favorito— aparezca en diferentes tonalidades a lo largo de la vivienda, contrastando con la madera, la piedra y el paisaje exterior. Elementos específicos en azul intenso, amarillos y ocres completan una paleta que equilibra frescura y carácter.

La inspiración estética es ecléctica. Hay un hilo mid-century que ordena el proyecto, pero con guiños a la campiña inglesa —donde la pareja vivió sus primeros años de matrimonio— y con gestos propios de una casa de campo colombiana.

Así se explica la existencia de un mud-room en la entrada, una despensa inglesa trabajada con carpintería fina o la puerta principal, concebida como un portón de finca reinterpretado en clave contemporánea.

El mobiliario refuerza esa mezcla con piezas desarrolladas en talleres colombianos. El bar lo diseñó el equipo de Peraza y lo construyó la firma Moblar; los sofás se hicieron a medida con Olmo Estudio y Tree House, y muchas de las sillas y mesas se adquirieron en anticuarios.

“Todos los muebles son colombianos —subraya el interiorista—, los unimos bajo una línea estética común”. Una cama en la habitación principal, fabricada con madera de demolición de más de doscientos años, y varias lámparas en bronce diseñadas especialmente para la casa completan el repertorio de objetos únicos.

El arte tuvo también un lugar esencial. Dos cuadros de caballos pintados por Lina Binkele, artista bogotana, se comisionaron para el proyecto. En uno de ellos aparece retratada la hija de la pareja; en el otro, la energía pura del animal. Colgados en la sala, los lienzos aportan color y narrativa a un espacio que respira campo en cada detalle.

Los interiores, además, se llenan de gestos vivos: un limonero en el comedor dialoga con las sillas verdes y aporta destellos amarillos en medio del espacio; tapetes gruesos en las habitaciones suman calidez; textiles con textura en sofás y camas hacen eco a la rusticidad de la madera. Todo pensado para que la casa se sienta acogedora, sin perder su frescura.

La iluminación es un capítulo aparte. Para Peraza, más que una necesidad técnica, es un recurso atmosférico. “No me gusta llenar los techos de bombillos. Prefiero que las lámparas sean casi esculturas”, dice. Por eso, en vez de luces empotradas, la casa está poblada de apliques, lámparas de pie y colgantes que definen rincones, acompañan la lectura o subrayan la textura de los materiales. En la estructura misma de las cerchas, ocultaron sistemas de luz indirecta que resaltan las vigas y bañan suavemente los cielorrasos de madera.

El resultado es una vivienda que no responde a un estilo único ni a una fórmula decorativa, sino a un modo de vida. Una arquitectura sobria y bien asentada en el territorio, habitada por interiores alegres, coloridos y personales. Una casa que, más que objeto, es escenario de reuniones en la cocina, de tardes junto a la chimenea y de cabalgatas que regresan al mud-room, entre jardines, montañas y nogales centenarios.

Cinco puntos para destacar de esta obra

1. La casa se abre como refugio de una pareja que soñaba con vivir al ritmo del campo. Un hogar pensado para la calma, las largas sobremesas y la vida sin afán.
2. Tres volúmenes sencillos se articulan en un solo piso, buscando comodidad presente y futura.
3. Ladrillo, piedra y madera hablan el lenguaje noble y sereno de la sabana.
4. Las ventanas con retícula convierten cada vista en un cuadro, enmarcando nogales centenarios y jardines íntimos.
5. La base rústica se llena de carácter con colores vivos y guiños mid-century mezclados con ecos de la campiña inglesa.
Una vez mas que la revista destaca la arquitectura y el interiorismo de una obra, desconociendo el constructor quien se quemo las pestañas para lograr cumplir el sueño de unos clientes y los caprichos de un diseñador.
MAL!!