Una casa de campo incrustada en una montaña de la Sabana a 2.850 metros de altura

La construcción, de espacios amplios con decoración minimalista, se deja dominar por la soberbia arquitectura. Un diseño del arquitecto Luis Restrepo.

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Incrustada en una montaña a 2.850 metros de altura y rodeada de bosque, una casa se levanta serena. Desde su terraza la vista se pierde hacia la sabana, Chía, Cajicá y Cota, mientras que por distintas ventanas el sol ilumina los espacios casi sin obstáculos.

La casa, de perfiles claramente definidos y más de 500 metros cuadrados, está ubicada en la vereda Fusca, en Chía.

En la zona donde está construida hay una limitación de espacio, pues es norma conservar el bosque, así que los vecinos principales de esta casa son los conejos, las ardillas y los pájaros que, según sus propietarios, a menudo se aparecen por la terraza, a veces hasta con sus crías.

“El perímetro se despejó con mucho cuidado, solo lo necesario, para conservar la vegetación y los árboles”, resalta el arquitecto Luis Restrepo, diseñador de esta vivienda familiar cuya característica –además del entorno– es que no tiene varios pisos, no obstante estar construida en una pendiente.

La razón radica en que los que hoy viven allí, a pesar de ser jóvenes, tienen claro que desean envejecer algún día en esa casa y no quieren que, llegado el momento, los pisos les dificulten el desplazamiento. “La solución –explica Restrepo– fue diseñar un piso de servicio en una primera zona, en la que están el garaje, la lavandería y una oficina, donde el propietario puede trabajar separado del resto de la casa. Sobre este piso se diseñó la terraza y hacia atrás, el resto de los espacios”.

Así que la terraza, amplia como para recibir sin problemas a treinta personas para un asado, se convierte en el acceso principal, que

se conecta a la zona social. Al construirla se aprovechó la inclinación del terreno, de tal manera que las copas de los árboles rozan con ella y se obtiene una vista hacia el paisaje sabanero.

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Luz durante el día

Algo importante para los dueños era que la casa tuviera áreas sociales para estar con invitados, espacios familiares para compartir entre padres e hijos y la posibilidad de intimidad para la vida en pareja. Además, para el arquitecto resultaba de gran importancia hacer visible el contacto con la naturaleza y acentuar la iluminación natural.

“A partir de la terraza se desarrollaron los demás espacios sin separarlos con pisos, propiamente, sino mediante niveles muy bajos. Primero está la zona social, el comedor y la cocina a un costado. Más atrás quedan tres habitaciones y la alcoba principal”, explica el arquitecto.

Así, tan solo con algunos escalones amplios y de pendiente muy suave, y el uso de muros de distintas alturas, que no llegan hasta el techo, se logra separar las zonas sociales de las privadas.

La luz entra por todos los costados de la casa y con ella parte del paisaje. Hay claraboyas, ventanas altas a la altura del techo y ventanales casi de la pared entera. Además, los muros, por no subir hasta el techo, permiten que la luz se adueñe del espacio interior.

Los habitantes de la vivienda aseguran que “a pesar de que tiene 535 metros cuadrados, más las terrazas, no se ve tan gigante por el buen manejo en la proporción de las alturas y los techos. Es muy acogedora. Además fueron construidos muros dobles y esto hace que el frío no se sienta tanto”. Claro, también hay calefacción.

La cocina es suficientemente amplia para que seis personas departan mientras cocinan (un hobby de los propietarios) y una ventana grande los pone en contacto con la naturaleza. Las habitaciones tienen todas vista al bosque y la terraza. La alcoba principal es tan amplia que permite la reunión de la familia por momentos. Además tiene jacuzzi lo que la convierte en un lugar íntimo.

El mejor elogio para esta casa es el de sus habitantes: “Nosotros, en Bogotá, siempre salíamos del apartamento. Ahora hacemos ‘locha’ el fin de semana”. Encajada en la sabana.

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