Diseño de autor

Ubicado en un edificio de patrimonio histórico en el norte de Bogotá–construido en 1939–, este apartamento está lleno de historia, arte y color.

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Un gran corredor de tono carmín recibe al visitante tan pronto cruza la puerta. Y esta propuesta poco convencional para un hogar es, simplemente, un adelanto de lo que el color significa para su diseñador, el arquitecto Jorge Lizarazo. “Cuando inicié a tejer era muy tímido con los colores, pero poco a poco comencé a explorar. Ahora son parte importante de mi vida, así como la naturaleza”. Desde el comienzo, resulta evidente que este no es un apartamento cualquiera. Ubicado en un edificio de patrimonio histórico en el norte de Bogotá –construido en 1939–, este lugar está lleno de historia, arte y color en cada uno de sus rincones. “Lo más importante para mí es la memoria, una casa sin memoria, una vida sin memoria, es vacía”.

Las puertas, pisos y columnas que lo componen fueron rescatadas de la demolición del antiguo convento San Agustín, en Bogotá, que data aproximadamente del siglo XVIII. Por eso, los cambios que se pueden hacer son mínimos, “tenía una cantidad de nichos, eso fue lo único que ocultamos para poner arte en las paredes”. Además, uno de sus grandes atractivos es la historia que reflejan sus diversos ambientes.  Aunque no ha sido modificado en distribución ni acabados, sí se ha transformado en cuanto al color. Ahora el que era el gran salón pasó a ser el comedor, un ambiente verde esmeralda. “Antes era blanco, pero nosotros tanto en arquitectura como en interiorismo proponemos un tono envolvente que va en muros, techo y en acentos –como en los tapetes–”. En este espacio, como en el resto del apartamento, el arte, los textiles de su firma Hechizoo y las piezas antiguas y rescatadas –como el sofá que su amiga la galerista Cristina Grajales encontró en una carretera en Pereira– son los encargados de configurar una propuesta ecléctica y personal. Es también imposible no fijarse en la escultura colgada en el techo, de Aldo Chaparro, artista mexicano originario de Perú, o en la mesa italiana de los años sesenta.

Contiguo al comedor se encuentra la sala. Más allá de su mobiliario y de los textiles, la historia y los acabados de este espacio son interesantes. Sus paredes rojas están recubiertas con una madera tallada del siglo XVIII, y en la parte superior, una gran lámpara –que podría pasar por una sofisticada cenefa–, diseñada por Hechizoo y ejecutada por un artesano de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo, se lleva el protagonismo. Hecha en cobre burilado –material tratado con una pátina para simular la seda–, esta pieza recrea el agua, el viento y la tierra. “En cada parte, en el centro, ves una cantidad de animales que representan lo que sería la comida, y luego una abstracción de cada elemento”.

Concluye el área social un salón de televisión donde el tono azul se apodera tanto de las paredes como del techo –siguiendo la estética de las demás áreas–. Aquí los textiles aportan una calidez única, utilizados tanto en los múltiples cojines como en los tapetes –muchos de ellos prototipos– y en las cortinas, las cuales “si te fijas, las telas no son iguales”. Una puerta tallada oculta el bar.

Las áreas privadas, los dos cuartos, son ambientes más tranquilos en cuanto a la paleta de colores. Son lugares pensados para el descanso, para estar aislados del ajetreo de la ciudad. Como es de esperar, los textiles y el arte son los encargados de darles vida. Así, este apartamento de patrimonio histórico se reinventa para mezclar la riqueza de su historia con una propuesta tonal arriesgada que lo lleva a otro nivel.

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