Diana Beltrán Herrera, la hacedora de pájaros

Darles protagonismo a seres del universo distintos de los humanos es una decisión para Diana Beltrán Herrera, que optó por comunicar esta intención con sus obras de papel logradas a partir del Kirigami.

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Diana Beltrán Herrera realizó una colaboración para el artista Thomas Poulsom, en el Reino Unido, y participó en una exposición colectiva de la Galería Beers Lambert Contemporary en Londres. Además ya logró su primera muestra individual en el espacio Artnexus, en Colombia, y actualmente prepara una campaña publicitaria, con una agencia internacional, que representa flores y aves emblemáticas de 12 estados de Estados Unidos en los que la empresa cultiva girasoles para su aceite.

Se graduó en el 2010 como diseñadora industrial de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y entendió que el impulso que sintió desde niña para transformar cualquier objeto o para darle vida a través del color era una necesidad estética. Pensó que el diseño industrial, que estudió, tenía sus limitaciones y, por eso, lo dejó a un lado y se aventuró a explorar los caminos del arte. Entró a cursos de pintura experimental y uno de sus profesores la animó a participar en una convocatoria para exponer en una galería. Esta fue la primera aproximación a su trabajo, con resultados concretos: algunos collages de papel, que fueron seleccionados para el Salón de Diversidad, y una invitación a ser parte de un grupo de 50 artistas que desarrollarían las exposiciones de la galería durante ese año.

Al principio hacía círculos sobre papel que le servían de fondo; los marcaba y luego los desarrollaba a través de cortes y plegados del papel. Sin saber hacia dónde la llevaría esto, guiada por una infalible mezcla de intuición, curiosidad y seguridad en su propio talento –como ella dice-, con cada nuevo trabajo aparecieron sus propios procesos dentro del Kirigami, la técnica de recorte de papel con tijeras a la que llegó por curiosidad. Al principio sus cortes eran sencillos, pero luego, con el papel más doblado, hizo infinitas combinaciones de color hasta que llegó el momento en que los dibujos planos y el mundo bidimensional de los objetos dejaron de ser suficientes. Necesitó darles volumen.

Algunos meses después viajó a Finlandia invitada por el artista Hanni Bjartalid, reconocido escultor en las islas Faroe (un archipiélago en el Atlántico norte, entre Escocia, Noruega e Islandia). Según sus propias palabras, el taller fue su primer contacto directo con el arte. Diana y el artista expusieron Is anybody home para el Nordastlantes Brygge, en Copenhague. Este trabajo, desde una perspectiva infantil, buscaba recuperar en el espectador la imaginación y el asombro. “Elaboramos muchos dibujos y esculturas en conjunto. Él hacía casitas en madera y yo le ponía los detallitos de color que sentía le hacían falta para darles vida”, recuerda Diana Beltrán y agrega: “Creamos un paisaje imaginario con seres que habitaban casitas pequeñas. Representamos un lugar que aparentemente no existe, pero que uno rescata a través del arte”.

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Durante seis meses disfrutó en Helsinki de la relación hombre naturaleza en ciudades en donde es habitual ver conejos, zorros o pájaros por las calles. Aprendió del artista anfitrión y aprovechó para estudiar escultura en cerámica en el Suomenkielinen School. Antes de regresar, creó, por primera vez, un oso en papel, pero en relieve. Luego elaboró una especie de pájaro humano, más tarde un cisne y, posteriormente, el papel le reveló la forma de un pájaro.

Con ese equipaje aterrizó en Bogotá, en donde empezó a observar mirlas, que siempre le gustaron por el contraste entre el café oscuro del cuerpo y el naranja de las patas, y colibrís. Una vez más, mediante la contemplación y ensayo y error desarrolló una técnica basada en el asombro, en la no planeación y en dejar que el papel y los cortes o dobleces le marcaran el paso que debía seguir. Poco a poco adornó el cuerpo de un pájaro con plumas, recortadas en papel Canson, pegadas una a una, abrió las alas y entendió el lenguaje de estos animales y hoy en día decora las alas con acuarela para obtener los visos del plumaje. Sus aves son hechas a escala real y los movimientos los captura, a veces, solo mediante su aguda observación, aunque, recientemente, se apoya en fotos de libros de aves que ha empezado a coleccionar y que hacen parte de sus investigaciones.

Inquieta, constante, intensa, Diana Beltrán está en la búsqueda diaria de conocer otras técnicas y visiones de artistas de otras latitudes. Del diseño ha incorporado la necesidad de materializar la idea en un objeto, el sentido estético, la teoría del color, la transformación de los materiales, así como el desarrollo de una forma y su estructura.

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