Un vivienda hecha para el descanso ubicada en Anapoima: blanca, minimalista y cálida
Revista AXXIS / septiembre 22 - 2025

Hay lugares que no necesitan ornamentos. Basta con una montaña que se abre al horizonte, un cielo lleno de atardeceres encendidos y la calma de un entorno donde el tiempo parece detenerse. “No se trata de construir casas más grandes o más ostentosas, ni de reproducir conjuntos llenos de amenities que terminan por vaciar la intimidad».
«Lo que aquí se propone es algo más profundo: la creación de hogares. Espacios donde la sofisticación se manifiesta en el silencio, en la sencillez de las formas y en la capacidad de reunir a las personas alrededor de experiencias compartidas”, explica el arquitecto Juan Carlos Hernández Castillo, responsable de Solana Village, desarrollo inmobiliario ubicado en la vía las Mercedes, a 10 minutos del Club Campestre, Vereda El Pedregal.

Hernández agrega que su objetivo no es levantar casas de incontables metros cuadrados, sino crear hogares basados en un lujo silencioso, en un minimalismo refinado, donde la naturaleza sea la protagonista. Para lograr esto, el arquitecto reinterpretó el arquetipo del claustro. Si estos espacios dirigían la vida hacia un patio cerrado, aquí la idea se resignifica para hablar de equidad. Todas las habitaciones tienen la misma importancia, todas gozan de la misma vista. No hay jerarquías, ni cuartos principales o rincones relegados. Cada lugar es valioso porque todas las personas que lo habitan lo son.
Esa noción se materializa al cortar la forma del claustro por la mitad —generando una estructura en U—; así, todas las casas se abren hacia un patio central donde el agua es protagonista, pero no a través de una piscina monumental, sino de un jacuzzi expandido, cálido, pensado para conversaciones largas y reuniones íntimas. El agua no es un accesorio, sino el eje que convoca.

Junto al agua está el fuego. “Es ese calor ancestral que históricamente dio origen al concepto mismo de hogar. Aquí se manifiesta en chimeneas al aire libre que, de noche, devuelven la magia de reunirse alrededor de una llama”, señala Hernández.
Y alrededor de estos elementos, la naturaleza, que entra a escena como telón vivo: palmeras que se mecen con el viento, pinos vela que marcan el ritmo vertical, montañas que encasillan el horizonte. La iluminación nocturna propuesta por el arquitecto convierte cada jardín en un escenario de sombras móviles, reflejos de agua y destellos de fuego.
Casas blancas y sobrias
Las casas, aunque de lenguaje contemporáneo, dialogan con la historia. Sus anchos muros —de hasta ochenta centímetros— evocan la arquitectura española y árabe, otorgando no solo un punto estético sino también confort térmico. A su vez, ventanas alargadas y discretas se utilizan en la fachada frontal para dar privacidad y, además, llevar todas las miradas al centro del hogar, al espacio donde ocurren todas las interacciones en la familia.
Este proyecto se distancia de la lógica del mercado inmobiliario convencional. “No vendemos metros cuadrados, ofrecemos una experiencia”, enfatiza su creador. Una experiencia que se traduce en refugios donde la verdadera riqueza está en compartir lo cotidiano y no en dispersarse.

Ubicadas en una meseta, las casas se implantan a diferentes alturas, todas mirando hacia el horizonte, todas alineadas con los atardeceres. Blancas, sobrias, dibujan sobre la montaña un paisaje que recuerda a las villas mediterráneas. Este desarrollo no tendrá clubes sociales ni amenities innecesarios: solamente lo esencial para tener un verdadero descanso.
El resultado es un refugio donde la arquitectura no busca impresionar, sino acompañar. Donde cada muro enmarca la naturaleza, cada espacio invita a la unión y cada detalle transmite calma. “La elegancia y la clase no tienen que gritar”. Es justamente ese silencio —blanco, minimalista, cálido— el que define a este proyecto.