Dos increíbles casas de concreto ubicadas en el Retiro, Antioquia

Estas dos pequeñas casas, ubicadas en El Retiro, Antioquia, nacen como un ejercicio arquitectónico en el que la composición no es un simple inventario de espacios.

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Dos viviendas mínimas de concreto fueron construidas, sueltas en medio de un prado, en el municipio de El Retiro, a 45 minutos de Medellín. Dos maneras de ocupar el entorno se encarnan en ellas: una incrustada en la tierra y la otra aérea. Dos ideas se ponen a prueba en este ejercicio: paisaje y estética. Para la firma LCLA –fundada por los arquitectos Luis Callejas y Charlotte Hansson– y la arquitecta Clara Arango, diseñadores de las Casas Ballen, el encargo presentó la oportunidad de hacer una reflexión sobre la arquitectura doméstica y la relación que esta puede establecer con el lugar donde se levanta.


La ventanería con marcos ocultos enfatiza la transparencia de los vanos.

Inicialmente, la solicitud del cliente requería de un único habitáculo que pudiera reproducirse muchas veces en el lote. Los arquitectos decidieron, en cambio, explorar tres modelos diferentes y apostar a la multiplicidad de respuestas y de formas de habitar, en lugar de privilegiar la estandarización. De estos, dos se erigen sobre la parte más inclinada del terreno.

El uso intensivo del concreto fundido a la vista determina la expresión de los volúmenes y produce una arquitectura en la que la forma es la estructura portante. La espacialidad surge de esta operación, en estas casas se habita bajo una placa, entre muros cargueros desnudos. Ambas construcciones fueron concebidas como espacios únicos sin divisiones. No hay habitaciones, solo rincones para dormir, cocinar, comer y bañarse.

En este espacio sin divisiones, los muebles se encargan de configurar rincones para dormir, cocinar y bañarse.

La primera vivienda, de 87 metros cuadrados, se emplaza en la parte baja de la pendiente y la definen como un cuerpo alargado. Sobre uno de sus extremos, una escalera entre muros permite subir a la cubierta, que se ofrece como una terraza que domina visualmente la geografía. En el lado opuesto, un patio curvo contiene una ducha bajo el cielo. Aquí la arquitectura se adapta a la topografía pero, al tiempo, la reconfigura. Propone una vida en dos niveles y en contacto con la montaña, e introduce la luz del sol al espacio íntimo.

Levantaron la segunda construcción casi cuatro metros sobre el terreno, con una única columna cruciforme. El volumen cuadrado en voladizo fue perforado, con un patio que separa el baño del resto de ambientes y dirige la mirada hacia el perímetro. Su posición elevada y la apertura de sus fachadas al 50 % crean un vínculo entre el interior y el follaje de los árboles circundantes, mientras su cubierta protege los 60 metros cuadrados de superficie y se prolonga sobre los bordes para generar un alero de concreto.

Clara Arango explica que el desarrollo técnico del proyecto estuvo enfocado en privilegiar las soluciones más simples. La honestidad constructiva se llevó desde los vaciados de hormigón hasta los ensambles de los herrajes de la carpintería metálica. Diseñaron el sistema de la ventanería específicamente para las casas, de tal forma que los ventanales corran sobre la cara exterior de los muros y sus marcos queden ocultos en el interior. Esto logra un efecto de total transparencia en las aberturas, pero requirió el desarrollo de tiraderas especiales para cada ventana. La encargada de la construcción fue la arquitecta Gloria Múnera.

La luz natural es un elemento más de la arquitectura de esta casa.

En este proyecto la arquitectura es un vehículo para reimaginar la forma como vivimos. Propone ambientes que no solo observan el paisaje, sino que se entretejen con él de manera diversa, y no solo se aborda la idea de estética desde lo bello, sino desde la relación afectiva entre nosotros y las cosas. No surge a partir de un inventario de espacios –baño, cocina, alcoba–, sino desde la poética de los hábitos cotidianos. Estas dos pequeñas piezas nos enseñan que la arquitectura puede perseguir una idea y poner a prueba las convenciones, que la arquitectura puede tener espíritu. ■

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