Arquitectura para interpretar el pasado de Bogotá con este apartamento de 1930 de Quinta Camacho
Fotografía: Andrés Valbuena. Producción: Ana María Zuluaga. / marzo 15 - 2016
Alrededor de 1930 comenzó a surgir Quinta Camacho, con una variada mezcla de construcciones residenciales, amplias villas en grandes lotes, casas en serie y algunos edificios de apartamentos de distintos formatos y estilos, entre los que se encuentran ejemplos de arquitectura inglesa, mediterránea, déco y moderna, que no obstante su variedad, presentan una coherencia urbanística y ambiental que le ha dado al barrio un tratamiento de conservación.
El arquitecto santandereano Gabriel Lian Barrera se ha integrado con la cotidianidad de este sector tradicional de la localidad de Chapinero, donde vive y trabaja desde hace más de diez años. Caminando por las calles de su barrio vio que estaba en venta un edificio de finales de los años cuarenta, con cinco apartamentos, que se había transformado parcialmente en sede de consultorios médicos y servicios de salud, y decidió comprarlo sin una destinación específica.
Inicialmente pensó instalar allí su oficina profesional, después estudió la posibilidad de establecer un hotel boutique y, en definitiva, optó por estructurar un proyecto de vivienda con cuatro unidades. ¿Por qué cuatro? La razón es válida y sencilla: el diseño permitía disponer de cuatro garajes y, evidentemente, la disponibilidad de parqueo incrementa la funcionalidad de las viviendas. Con relación a los criterios de diseño, explica: “Decidimos conservar la fachada de ladrillo, reemplazar la estructura de concreto por una nueva de acero y buscamos que cada una de las casas tuviera acceso a una terraza privada”.
El tratamiento abujardado del ladrillo unificó el tono de la fachada, la cual se fijó a la nueva estructura metálica mediante bastidores de acero. La conservación de los vanos determinó que se respetara la configuración original de los espacios, de manera que donde había grandes ventanas de piso a techo se dejaron las zonas sociales y donde las aberturas eran más pequeñas se localizaron las alcobas. “Al diseñar uno tiene que hacer silencio y tratar de escuchar lo que le dice el proyecto”.
En este caso, la forma trapezoidal del lote, el restablecimiento del uso residencial, la composición de la fachada y la lógica de la arquitectura original sugirieron mantener el esquema de distribución de las áreas, renovando por completo la estructura y agregando las terrazas.
En la fachada del edificio se lee la distribución de sus espacios. Hacia el centro se marca el volumen de las escaleras. A la derecha, un apartamento tipo loft de 90 m2 y uno dúplex de 270 m2 configuran la fachada de tres pisos rematada en un techo inclinado cubierto de lajas de madera. A la izquierda se ven las entradas a los garajes y dos apartamentos de 116 m2. El perfil superior muestra un juego de pendientes que refleja la riqueza formal de los techos inclinados del barrio.
Al recorrer el edificio con Gabriel Lian, resulta evidente la intención de darle un carácter individual a las cuatro townhouses que integran el conjunto. Aunque comparten el lenguaje arquitectónico y la gama de materiales, cada una tiene su personalidad, a lo que contribuyen el tamaño y la relación de las unidades con las terrazas y jardines.
“Me gusta –dice Lian– que el material exprese su naturaleza: el ladrillo, la madera, el acero, la cerámica o el vidrio tienen unas características propias que le dan calidad a los espacios y que no vale la pena tratar de imitar”. Este diálogo de tonos y texturas se percibe en el dúplex al que se ingresa por el nivel superior, donde se ubican la zona social y la cocina abierta, junto a la cual el arquitecto aprovechó una cuña resultante de la forma del lote para ubicar lo que considera el mejor complemento de una buena cocina: una alacena independiente.
El piso de madera australiana de color marfil, los muros de ladrillo a la vista, la estructura de acero pintada de negro y el cielorraso en lámina plegada de acero en tono gris pizarra crean un ambiente cercano al de las mansardas de las casas bogotanas de los años treinta. Al bajar las escaleras con pasos de cuero negro, iluminadas por un vitral de doble altura de módulos cuadrados amarillos y azules, se llega al piso privado con dos grandes alcobas, cada una con baño y vestier. Por la escalera central del edificio se sube a la terraza, que se asoma a los tejados del barrio, a los cerros y al perfil urbano de Bogotá.
Hay en el diseño del edificio un sentido lógico y espontáneo que tuvo como base la lectura del entorno, el estudio de las posibilidades del terreno y la aplicación de las normas de conservación del sector para crear una arquitectura que responde a las características del lugar y se acomoda con naturalidad al vecindario. Como lo afirma Gabriel Lian: “No estaba buscando reconstruir espacios del pasado o practicar una arquitectura de estilo; empezamos a desarrollar el proyecto y el sitio, el programa y los materiales fueron dando sus respuestas para llegar a un resultado que me parece atemporal”. Arquitectura para interpretar el pasado.