Tener una casa para tomar el sol y contemplar la ciudad es la clave de esta vivienda que habita sobre una ladera en Medellín
Fotografía: Sergio Gómez. Producción: Cristina Warren. Texto: Gabriel Hernández. / septiembre 9 - 2014

No solo se trataba de un lote de fuerte pendiente en las laderas al oriente de Medellín; además la joven pareja de clientes de Felipe Uribe de Bedout quería que su casa fuera de un piso.
Para satisfacer este requerimiento, el arquitecto acudió a su ingenio y experiencia al frente de su firma, Uribe de Bedout Arquitectos (+UBEB), con la que ha realizado numerosas obras, entre las que se cuentan el Cenizario del cementerio Campos de Paz o el Museo Interactivo en Medellín, incluidas en publicaciones como el Phaidon Atlas of Contemporary World Architecture.
Con estas herramientas técnicas y conceptuales emprendió el estudio de las posibilidades del terreno y con paciencia de joyero se dedicó a tallar la superficie hasta despejar un escalón en la montaña en el que desarrolló su proyecto.
“La ladera oriental, obviamente, ofrece una vista impresionante de la ciudad –explica Felipe-, pero también es una invitación al sol del poniente lo que hace que después de las 2.00 p.m. los espacios sean difíciles de habitar”. De esta reflexión, fruto del conocimiento adquirido tras muchos diseños y construcciones, surgió la idea de dotar la casa de un alero que se proyecta a tres metros del plano de la fachada, como una gran visera que protege los ambientes de la intensa luz de la tarde.
El efecto de sombra se complementa con los remates laterales de la fachada, que actúan como cortavientos que controlan las fuertes corrientes características de la meteorología del sector y facilitan el uso de los balcones.
Otro aspecto primordial en el diseño fue proveer una zona exterior de acceso directo que permitiera abrir hacia ella los espacios de la casa. Entre el talud de la ladera y el costado oriental de la estructura se dispuso una franja de terreno que se configuró como un jardín interior hacia el que dan la sala y el comedor, con lo que la vivienda adquiere un aire campestre fresco y agradable.
Como si se tratara de una figura de papel plegado, la casa está organizada bajo un esquema lineal en el que las áreas se acomodan a los quiebres angulares de la planta para lograr un aprovechamiento eficiente y ordenado del espacio de una manera que recuerda la disposición interior de los barcos o de los aviones.
Al plantear el eje de circulación principal sobre el costado del jardín, los baños quedaron ubicados en el interior del esquema y para ventilarlos e iluminarlos de manera natural, el techo se inclinó a fin de generar una ventana alta que admite el sol de la mañana y ofrece una vista hacia lo alto de la montaña.
Pese a lo complejo de su geometría, la casa está claramente distribuida en tres zonas: en un extremo se encuentran los servicios con el garaje, la zona de ropas, los depósitos, la alcoba de la asistente y la cocina; al centro se ubican la sala y el comedor, que plantean una transparencia transversal entre el jardín interior y el balcón sobre la ladera; finalmente está el ala privada con dos dormitorios, el cuarto principal y una habitación de huéspedes, con baño independiente, que se puede aprovechar como estudio.
En la zona social y el ala de alcobas de la casa priman los acentos claros: pintura blanca en los muros y pisos de laminado marfil, afines con los enchapados de los baños. En el área de servicios y en las terrazas y balcones se instaló un piso de porcelanato gris antracita acorde con el color de las fachadas.
Con la selección de un tono oscuro para el exterior, el arquitecto quiso mitigar el impacto visual de la construcción en la montaña, efecto al que contribuye la disposición horizontal del volumen de un piso, que se asoma sobre la pendiente, como si volara sobre los helechos y las palmas del jardín.
Prácticamente invisible de día, la vivienda aparece en la noche como una discreta franja de luz en la ladera.