Una casa de descanso que gira entorno al valle verde de Sopó
Texto: Gabriel Hernández Producción: Diana Tovar Fotografía: Iván Ortiz / mayo 6 - 2015

Más allá de la conmoción de la ciudad, el entorno verde del valle de Sopó crea un escenario adecuado para una casa pensada para reunir a una pareja y sus tres hijos en la tranquilidad de un condominio campestre al nororiente de Bogotá.
Dos volúmenes, para las alcobas y la zona social respectivamente, resumen el esquema de la casa. Las alas están articuladas por una “rótula” que marca el punto de acceso y que, además, gira el eje de articulación de las dos secciones, lo que independiza los frentes de vista de cada una de ellas.
A la derecha del vestíbulo de acceso está la zona social, un volumen de casi cuatro metros de altura donde los distintos ambientes de reunión –claramente delimitados con recursos de amueblamiento– comparten un mismo espacio lleno de luz y vista gracias a una gran fachada de vidrio, la cual forma una esquina transparente, dotada con puertas correderas que salen a la terraza enfrentada a un lago y protegida con una pérgola en voladizo de estructura de acero y planos de vidrio.
Una barra que sirve de mesa auxiliar une el comedor con la cocina, la cual se puede aislar mediante un juego de puertas deslizantes recogidas entre el muro lateral. Tras la cocina está organizada de manera funcional y compacta la zona de servicios, dotada con garajes, alojamiento para el personal asistente, depósitos, cuarto de ropas y áreas técnicas.
El área familiar está estructurada alrededor de una circulación central que conduce al estudio, a tres alcobas y a la habitación principal, todas con baño y vestier. Una vez construida la casa, Gina Ríos se encargó de ejecutar la decoración, basada en el respeto a la vista y a la inspiración campestre del lugar.
Pensando en el estilo relajado de la actividad de fin de semana y en la facilidad de uso y mantenimiento, Ríos escogió materiales de apariencia natural como las maderas y las telas con textura de lino para dejar lugar a toques personales como la lámpara de techo del comedor, al estilo de los salones del siglo XIX, conseguida en un anticuario en Buenos Aires, que ilumina una mesa de teca de diez puestos con sillas de Zientte.
Expresión neta de la comodidad es la mesa de centro de la sala, tipo otomana tapizada en cuero, la cual está sobre un tapete de lana de hebras largas junto a mullidos sofás de lino. En esta área, una corteza larga de madera rústica hace de mesa o de escaño informal, afirmando el tema campestre.
Dos chaise longues resaltan el tono relajado de la biblioteca, separada de la sala por el mesón de concreto de la chimenea, que tiene como buitrones dos tubos de acero. En la estantería de madera clara hay lugar para el equipo de sonido, libros y recuerdos de los viajes de los propietarios, alternados con accesorios y piezas decorativas de De Arboleda.
Con su experiencia e inspiración, los arquitectos y la diseñadora sumaron aportes para responder a los deseos de los propietarios, que buscan tener un espacio adecuado para hacer un alto en la actividad laboral y compartir las horas del fin de semana con sus hijos y amigos en un ambiente de calidez y bienestar.
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