La audacia creativa del arquitecto bogotano Jorge Lizarazo y el espíritu transgresor y visionario de sus clientes –una pareja colombo suiza de coleccionistas de arte– le dieron nueva vida a las ruinas de un palacete lusitano de 1900, ubicado frente al mar en la región de Colares, en la parte baja de Sintra, Portugal.
Lizarazo, reconocido internacionalmente por los textiles que desarrolla, afrontó este proyecto con la misma mentalidad que cuando teje una pieza, es decir: con mucha paciencia, dispuesto a hacer cambios en el proceso y sin temor a romper paradigmas. La única condición que se impuso consistió en recuperar todo lo que fuera original de la construcción. “Solo había dos caras de la fachada, adornadas con los tradicionales azulejos portugueses. Adentro, se mantenían los arcos de piedra, que daban sobre el patio interior, y que fueron restaurados e inventariados”. Ese fue el punto de partida en cuanto al lenguaje formal del proyecto.
El programa –una casa para el coleccionista y su colección– determinó la distribución interior, concebida con obras de arte específicas en mente. Por ejemplo, la dimensión de los muros y la proporción de las bibliotecas en el sótano fueron milimétricamente definidas de acuerdo con la pieza del artista norteamericano Allan McCollum, compuesta por 1.200 prints, con los 600 nombres de hombre y los 600 de mujer más comunes en Estados Unidos.
Lo mismo sucedió con obras de artistas de la talla de Jeff Koons, Cindy Sherman y Ai Weiwei, entre otros. Sin embargo, hay una pieza que unifica y compite con todas las demás. Se trata del techo, recubierto en su totalidad con azulejos portugueses hechos especialmente para este lugar. “Quisimos rendir un homenaje a los pescadores lusitanos, y de ahí surgió la idea de las escamas de pescado, una jugada radical que dio muy buen resultado, pues al hacerlas en diferentes tonos –van del nácar al marfil– logramos crear una sensación de suavidad e interesantes juegos de luz que cambian a lo largo del día y del año”.