La arquitectura antioqueña de esta casa evoca un mundo de calma
Rodrigo Toledo, arquitecto y profesor asistente de la Universidad Pontificia Bolivariana / agosto 13 - 2024

La casa antioqueña tradicional, aquella que se ha construido durante siglos en entornos rurales del departamento, tiene formas características que le han permitido adaptarse al clima tropical andino. Tanto en regiones frías como templadas y cálidas, estos rasgos arquitectónicos han proliferado. Los aleros en los techos a dos o cuatro aguas protegen las fachadas de la intemperie, para generar a su vez un espacio exterior cubierto.

El corredor, siempre bajo el alero, constituye una circulación perimetral pero también un lugar para la permanencia al adecuarse con sillas y sofás en pequeñas estancias, destinadas al encuentro y la contemplación del paisaje. El patio inunda el ámbito doméstico de luz y ofrece una vida exterior en el corazón de estas construcciones.

Esta arquitectura tradicional entabla un diálogo con el sol y con la lluvia, los filtra entre sus muros para habitar con ellos en la penumbra, entre el mundo exterior salvaje y el interior recóndito.

El estudio Trópico Arquitectura, con sede en Medellín y liderado por las arquitectas María José Arango y Candelaria Posada, ha trabajado durante los últimos años en la exploración de estas virtudes espaciales, materiales y constructivas, propias de la tradición local. Sus proyectos residenciales parten de la tecnificación de esta arquitectura para dotarla de algunos valores contemporáneos, como la apertura espacial.

En esta casa, diseñada y construida por ellas —en asocio con la arquitecta Adriana Zelaya— en el municipio de Támesis (Antioquia), se pone de manifiesto esta postura.
La arquitectura de la casa
Diseñada para una pareja con dos hijos, la casa nació a partir del deseo de tener una finca de recreo, pero con la posibilidad de convertirse en un futuro lugar de residencia permanente. Uno de los requerimientos de la familia fue tener un área social, asociada a la piscina, pero separada del resto de la casa.

Esto condujo a un esquema de distribución fragmentado, en el que la construcción principal y la zona húmeda ocupan extremos opuestos en la parcela, pero además cada estancia se comporta como un volumen autónomo, articulado entre sí mediante un corredor perimetral semiexterior.

Tres cubiertas a cuatro aguas hacen eco del paisaje montañoso circundante y unifican la fragmentación volumétrica del proyecto, mientras un espejo de agua lineal conecta la piscina con la vivienda de forma escenográfica.

Una retícula de columnas de madera, apoyadas en piedras de tamaño mediano, confinan los patios entre volúmenes y definen el perímetro de la propiedad, comportándose como una segunda piel casi inmaterial, dislocada de los muros revestidos con pañetes hechos con pigmentos minerales.

Este ritmo de elementos verticales aligera la masa del proyecto y cualifica sus espacios intermedios. Sobre la cara trasera de la casa, una serie de muros de piedra atraviesan longitudinalmente los cuerpos de la vivienda para mantener a salvo la privacidad de la familia .

Dos apuestas arquitectónicas distancian el proyecto de las arquitecturas vernáculas y campesinas que este reinterpreta. En primer lugar, el uso de colores neutros y crudos produce una atmósfera sosegada, diferente del colorido de las casas de los pueblos de la zona. En segunda instancia, sus fachadas tienen grandes aperturas —gracias al sistema estructural de muros portantes—, que posibilitan la integración de los ambientes interiores con el afuera.

En el diseño interior, también a cargo de Arango y Posada, se implementaron piezas de mobiliario y objetos hechos por diseñadores y artesanos locales, con el propósito de lograr un sentido de continuidad entre la arquitectura y los enseres de la vida cotidiana.

Solidez y ligereza coexisten en esta obra, que invita a sus habitantes a caminar siempre por fuera, entre jardines y pilares. La sombra que arrojan sus techos y que captan sus gruesos muros es interrumpida por líneas luminosas, dibujadas sobre paredes y pisos. El refinamiento de la arquitectura tradicional antioqueña, aquí desnuda, revela un mundo dispuesto a la calma y al lento paso del tiempo.
Cinco puntos para destacar de esta obra
1. En esta obra se recogen los valores tradicionales de las casas campesinas antioqueñas.
2. El esquema fragmentado del proyecto está pensado para el clima caliente de la región.
3. La separación del área de piscina del resto de la casa permite recorrer el lote y conservar la tranquilidad en las habitaciones.
4. El color de los muros se logró con pigmentos minerales en el revoque, no con pintura.
5. Las arquitectas usaron muebles y objetos locales para el diseño interior.