Arquitectura

La arquitectura del Colegio del Cuerpo en Cartagena tiene una conversación con la naturaleza

Daniel Grajales Tabares / 
septiembre 27 - 2024
La arquitectura del Colegio del Cuerpo en Cartagena tiene una conversación con la naturaleza
A 20 minutos de Cartagena, en el corregimiento Pontezuela, esta corporación ofrece educación para la paz por medio del arte, mientras desarrolla un complejo arquitectónico que se erige en armonía con la naturaleza.

Es mediodía, y aunque no hay un reloj a la vista, solo con el sentido de la apreciación, con una mirada al techo y otra al suelo, se podría calcular que ya va a comenzar el ensayo. Son las doce en punto. Los bailarines iniciarán la preparación de su versión de La consagración de la primavera, obra original de Ígor Stravinski, que El Colegio del Cuerpo presentará después de seis años de no llevarla a escena. 

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La meridiana de sol, que ilumina por dentro el nuevo estudio de prácticas corporales del grupo —su templo principal, bautizado Athanor—, está marcando justamente el centro, como una bola de fuego que se posa desde las alturas sobre el piso de danza profesional, cubierto de linóleo negro, que contrasta perfectamente con la piel morena de una de sus bailarinas.

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El sol se adentra en este espacio —diseñado y construido por el arquitecto bogotano Leopoldo Javier Combariza— para recordar que la danza ha sido una especie de luz para los más de 10.000 niños y jóvenes de poblaciones vulnerables de Cartagena y otros territorios de Colombia, que han escrito la historia de este colectivo artístico fundado en 1997. 

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“Estar aquí me hace sentir libre, pues puedo ser lo que quiero ser. En este grupo nos permiten movernos como queramos; en este espacio podemos hacerlo”, narra la bailarina Sharith Cienfuegos, cuando acaba el ensayo. 

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Por su parte, Johan Gutiérrez, quien hace 23 años llegó a la compañía tras ser desplazado por la violencia de El Bagre (Antioquia), repite una palabra fundamental: dignidad. “Estar aquí parado y trabajar en un espacio como este me hace sentir digno; aquí puedo crear, creer, vivir, imaginar… El Colegio del Cuerpo es un oasis, un lugar cómodo y, al mismo tiempo, inspirador”, explica.

Aunque se puede pensar que ese salón de clases imita una maloca, el arquitecto Combariza revela que Athanor es realmente un termitero. La antigua historia de las termitas, de su supervivencia, lo inspiró para construir un edificio de 300 metros cuadrados, hecho integralmente en madera.

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Solo con atravesar la delicada puerta —de un metro de altura con cuadrados entrelazados—, la temperatura ambiente de 37 grados del corregimiento de Pontezuela baja. No hay aire acondicionado ni abanicos, mucho menos ventiladores de pie. Es la arquitectura la que le resta calor al potente y seco clima del Caribe. 

Detalles de la arquitectura del proyecto

Este proyecto arquitectónico se puede resumir como una gran concha, compuesta a su vez por una serie de persianas de madera horizontales, levemente inclinadas y sobrepuestas, que busca en la naturaleza, en el soplo del viento, la solución a las necesidades de los bailarines, sin dejar de ver lo que pasa en el exterior. El adentro no renuncia al afuera en las construcciones de este arquitecto.

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Combariza, que se graduó de arquitectura en la Universidad de los Andes en 1983, define este proyecto constructivo como una conversación de sus líneas con la naturaleza del bosque seco tropical de 40.000 metros cuadrados que habita, con dos lagos de 70.000 metros cúbicos de agua. La Alcaldía de Cartagena le donó el terreno a esta corporación sin ánimo de lucro en 2007, con el fin de que siguiera adelante con la promesa de ofrecer educación para la paz a través del arte a quienes más lo necesitan.

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“La arquitectura de este lugar podríamos decir que ‘brotó’ del territorio. Evoca cómo la naturaleza va creando una relación entre raíces, cómo va haciendo uso racional de la luz disponible del sol, así como de la distribución de troncos, ramas y hojas, de la lluvia, del área. Recuerda cómo cada individuo debe tener su espacio para desarrollarse orgánicamente, pues hay en ella una lógica de equilibrios. Esta arquitectura trata de entender y escuchar los procesos naturales del entorno”, explica Leopoldo Javier, hijo también de arquitecto, quien está delineando este sueño desde hace 17 años. 

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El material principal de este proyecto es la madera de pino pátula inmunizada, traída a Cartagena desde Rionegro (Antioquia) por proveedores locales. Así mismo, no talaron ninguna especie natural in situ para construir los edificios, ya que ocuparon perímetros en los que no crecieron árboles, puesto que desde el proceso de diseño esquivaron algunos para no tocarlos.

Arquitectura Colegio del Cuerpo

Para Álvaro Restrepo, director de El Colegio del Cuerpo, esta construcción revela “la esencia de la institución a través de las palabras claves de nuestro trabajo: dignidad y belleza, ética y estética, disciplina y plenitud”.

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Una de sus filosofías es promover el “estrato talento”, esto es, creer en el talento de los bailarines y entregarles lo mejor, sin importar de dónde vengan, “obviando esa especie de ‘sistema de castas’ determinado por los estratos socioeconómicos en Colombia. Algunas personas ya no dicen “Yo vivo en un barrio estrato 1 o 6, sino ‘Yo soy estrato 1 o 6’, haciendo determinante esto para definir lo que son”. 

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A su vez, la maestra francesa Marie France Delieuvin, cofundadora y codirectora de El Colegio del Cuerpo, asegura que uno de los atractivos del edificio Athanor son sus doce metros de altura. “Es como una catedral, un lugar donde la realidad tiene una dimensión diferente. Es uno de esos sitios que desde afuera llaman a ‘elevarse’, más allá de cualquier religión, y que por sus dimensiones invitan a los bailarines a verse y verlo todo desde otra percepción”.

Donde el tiempo se detiene 

Además del Athanor, esa especie de “santuario” donde bailan, El Colegio del Cuerpo cuenta con El Arca, un módulo independiente de cien metros cuadrados. “Es una nave espacial”, bromea el arquitecto, por su forma alargada con doble altura. 

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Este espacio tiene una fachada hacia el sur más amplia, que se va cerrando hasta terminar en punta, marcando el norte geográfico. Es como un triángulo con techo a una sola agua, pensado para reutilizar el agua lluvia y ubicar sobre él paneles solares. 

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El Arca es el coworking del equipo. Tiene en el centro una mesa cuadrada de diez puestos y, al mismo tiempo, alberga una bodega que soluciona el almacenamiento. A lado y lado, hay una serie de estanterías de exhibición; además, conserva su propia biblioteca. El ambiente es el de una pequeña galería que resguarda los objetos que han formado parte de las obras del grupo y de los símbolos fundamentales para ellos, como sus máscaras de animales. Así mismo, su hall de acceso, con amplios ventanales de vidrio, sirve de centro de recepciones.

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Este complejo arquitectónico tiene ubicadas las construcciones de norte a sur, cerradas de este a oeste para bloquear el recorrido del sol. Adentrándose más en el bosque, cruzando los lagos sobre un puente de madera, llaman la atención cinco casas de diecinueve metros cuadrados cada una, de accesos independientes, a unos cinco metros de distancia la una de la otra. Llamadas Residencias en la Tierra, son unidades habitacionales pensadas para las residencias artísticas, para que creadores, gestores, investigadores, académicos e incluso turistas puedan tomarse un tiempo para el alma en El Colegio del Cuerpo.

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Su relación con el paisaje está inspirada en la arquitectura tradicional coreana, lo que permite que este entre en toda su plenitud, que le entregue su verde al espacio interior, además de lo sensorial que resultan los sonidos de los animales y de la brisa. 

En ellas, el alero de cubierta está involucrado en la habitación a través de las fachadas, mientras las ventanas están construidas por una piel de anjeo de fibra óptica, imperceptible, casi transparente y oblicua; esto permite que quien está adentro pueda relacionarse todo el tiempo con el trópico. Son construcciones palafíticas, pensadas para causar el mínimo impacto sobre el terreno y que la circulación del agua lluvia sea inalterada. 

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En cada sector de El Colegio del Cuerpo, las construcciones están inmersas en un recorrido de artes visuales. Entre el verde se exhiben también las instalaciones tridimensionales de Álvaro Restrepo, con gran carácter ritual, que van desde evocaciones a espacios tradicionales de culturas orientales hasta obras dedicadas a familiares que han partido. Son pequeños y medianos objetos escultóricos repetidos, como cabezas humanas en piedra o caracoles, que reúne hasta conformar una instalación de gran formato. 

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Por estos días, por ejemplo, trabaja en apilar estéticamente botellas de agua vacías, de un particular color azul. Si se quiere, es también su propio parque de esculturas, una evidencia de la producción visual que ha venido desarrollando el artista, con mucho del ADN de las escenografías de El Colegio del Cuerpo. 

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En los siete espacios de este complejo arquitectónico, el tiempo se detiene y el alma se reconforta. Por medio de un contacto constante con la naturaleza y las artes, todo está dispuesto para una experiencia que, como concluye Combariza, rinde homenaje a la idea de Friedrich Schelling y su libro La filosofía de lo natural, que nos invita a encontrarnos, a sentirnos, a integrarnos, a formar parte de la naturaleza, entendiendo que uno de los puentes más potentes es el del arte. 

Cinco puntos para destacar

1. El Colegio del Cuerpo está conformado por siete estructuras que cumplen diversos fines. 

2. La madera de pino pátula inmunizada, traída de Rionegro (Antioquia), es el material predominante. 

3. El espacio principal del complejo se llama Athanor. Allí queda el estudio de prácticas corporales del grupo.

4. El Arca, otro de los espacios, cumple las funciones de un coworking para el equipo.

5. Finalmente, cuentan con cinco unidades habitacionales para las residencias artísticas.

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