El concreto tiene el poder de convertir una edificación corriente en extraordinaria
Rodrigo Toledo, arquitecto y profesor asistente de la Universidad Pontificia Bolivariana / septiembre 19 - 2019
Existe un vínculo estrecho entre la arquitectura y el momento histórico y cultural en el que aparece. Los edificios muestran las huellas de las costumbres, idiosincrasias y técnicas de las sociedades –pasadas y presentes– que los levantan. Una catedral románica, por ejemplo, con sus muros gruesos de piedra y ventanas pequeñas que limitan el acceso de luz al interior, da cuenta de los sistemas constructivos y estructurales disponibles en Europa alrededor del siglo XI, pero revela también algo más: pone en evidencia una organización social en la que el conocimiento era manejado por la Iglesia católica de forma hermética, y el poder político no emanaba de los ciudadanos. Un mundo altamente jerarquizado y segregado, en el que la institución se separaba del pueblo.
De la misma manera, la arquitectura que empezó a construirse desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX es testigo del carácter de su tiempo. Inserta en un entorno global en el que la industrialización dominó la producción y los últimos imperios empezaron a ceder paso a las democracias modernas, esta expresión del espacio habitable se muestra abierta y con amplitud para configurar el escenario del desarrollo y el bienestar de la sociedad. La arquitectura moderna busca la desmaterialización de su cuerpo físico, persigue la levedad y la transparencia para volcar sus entrañas hacia afuera y producir ambientes fluidos que se muestran sin ocultar nada, para plasmar la idea de democracia.
Acá le mostramos cómo una simple casa de madera puede ser un lugar de descanso
Tres materiales han sido un vehículo para este deseo: concreto, acero y vidrio
El concreto es un material maleable, una pasta gris que puede verterse en un molde para que, al endurecerse, conserve una forma determinada. Su plasticidad inicial y su condición pétrea una vez fraguado, han permitido obras célebres como el Palacio de la Asamblea de Chandigarh, India, diseñado por el arquitecto suizo-francés Le Corbusier o el Cementerio de Igualada del catalán Enric Miralles. Su uso va desde el vaciado de estructuras de soporte hasta la construcción de fachadas y acabados. Las posibilidades técnicas que ofrece hacen real una arquitectura singular, dotada de diversidad espacial.
La implementación de sistemas estructurales de acero posibilitó la aparición de los rascacielos hace más o menos cien años. Las propiedades mecánicas de este material
favorecen una forma de construcción modular con elementos esbeltos. El resultado es una arquitectura ligera con un esqueleto delgado. El arquitecto germano-estadounidense Mies van der Rohe experimentó con el acero en proyectos como el Crown Hall en el Illinois Institute of Technology, donde la estructura metálica llevada al perímetro y los paneles de fachada en vidrio producen un espacio educativo luminoso, integrado visualmente con el campus y libre de columnas en su interior. Recientemente, el estudio español RCR ha utilizado el acero para construir fachadas que se oxidan y muestran el paso del tiempo en el material, para dotarlo de un sentido poético que trasciende su funcionalidad.
Por su parte, El Palacio de Cristal del inglés Joseph Paxton, inaugurado en 1851 para la Exposición Mundial de Londres, es un paradigma de la modernidad. Quizás sea el
precursor más importante de la espacialidad transparente y diáfana que predominó en las décadas posteriores. El vidrio permite establecer límites casi inexistentes entre el interior y el exterior; su superficie, llena de reflejos, favorece el paso de la luz y abre la mirada hacia el paisaje. La fachada flotante acristalada es hoy uno de los recursos más recurrentes en edificaciones de todo tipo; el principio elemental de la construcción de invernaderos se ha replicado en viviendas, oficinas y edificios institucionales en todo el mundo.
Estos tres materiales –y sus diversas expresiones y aplicaciones– dan forma a gran parte del panorama arquitectónico actual. Aparecen en las edificaciones más corrientes, pero también en las más singulares, aquellas en las que su presencia, cruda y expuesta, cualifica el espacio humano. Si bien la tradición en Colombia ha estado volcada principalmente al ladrillo, existen múltiples ejemplos en los que el concreto, el acero y el vidrio adaptan el espíritu internacional de la arquitectura moderna al entorno tropical nacional. Una materialidad propia de un mundo industrializado que, en nuestras ciudades, se conjuga con el sol, el viento y la vegetación.
Conozca el edificio 8111, la obra bogotana que participará en la Bienal de Arquitectura y Urbanismo.