Historia y tradición en esta casa de Andalucía, Valle del Cauca de 1711
Revista AXXIS / junio 17 - 2021
Es usual que los medios especializados enfoquemos nuestra atención en obras nuevas. El campo del diseño muchas veces está sujeto a la idea de “lo novedoso”, de lo que está de moda, pero que, precisamente por estarlo, pasa rápido.
Sin embargo, la arquitectura es una profesión con una carga histórica importante, que constantemente mira hacia el pasado para encontrar estrategias espaciales y soluciones funcionales a los problemas del habitar. En Colombia ha existido una conciencia de esta tradición de mirar al pasado gracias a grandes maestros modernos como Rogelio Salmona, Germán Samper y Fernando Martínez Sanabria, entre otros, que se han convertido en referentes fundamentales para los profesionales de hoy. Revisar lo que se hizo para aprender de ello es rescatar gestos, materiales y espacios que, al repetirse y reinterpretarse, construyen una identidad arquitectónica, un patrimonio vivo que no solo se queda en el ayer.
Sin embargo, nuestra herencia arquitectónica se remonta mucho más atrás de las décadas de mediados del siglo XX. Los españoles, influenciados por las edificaciones árabes, trajeron a nuestro territorio una manera de construir que se adapta perfectamente al clima tropical. El patio, el alero, las albercas y los zaguanes forman parte de un inventario de recursos que proponen una vida volcada hacia el exterior, en medio de la vegetación, la luz intensa del sol y la sombra.
Esta casa, cuya construcción se inició en 1711, recoge los valores que dieron origen a la arquitectura vernácula y profesional colombiana y, a su vez, es testigo de algunos momentos significativos de nuestra historia. Ubicada en el municipio de Andalucía, Valle del Cauca, a 110 kilómetros de Cali, esta hacienda ha sobrevivido por más de 300 años. Entre sus muros habitaron personajes como Simón Bolívar, quien se alojó en dos ocasiones durante su gesta libertadora. A lo largo de los siglos ha tenido varios dueños y ha sido intervenida hasta el punto de perder su aspecto original. En la década de 1960 llegó a manos de la señora Alba Teresa Azcárate, quien la heredó de su padre.
Ella se encargó de retornar la casa a sus raíces. Con especial atención y el conocimiento adquirido en visitas a edificios europeos de ese periodo histórico, restauró los colores originales y recuperó algunos espacios y materiales modificados. Asimismo, hizo cambios para adaptar la vivienda a las costumbres actuales, como traer los baños hacia el interior y convertir las pesebreras sin uso en un estar de televisión, pero siempre respetando la arquitectura. Hoy sus hijos cuidan de la residencia. Transformaron en capilla una de las habitaciones, lo que era usual en este tipo de haciendas. También hicieron un trabajo de decoración interior llevado a cabo por Yoyis de Mejía, en el que los objetos pasan a un segundo plano para resaltar los atributos de la estructura. Incluso las reparaciones de los muros fueron hechas con adobes de gran tamaño y pañetes en boñiga, materiales ampliamente utilizados en la época.
La residencia es hoy un lugar para el descanso y el recreo, que alberga una colección de autos antiguos y a viajeros aficionados a este hobby que cruzan el continente. Es un tesoro familiar, pero también una pieza patrimonial, un vestigio de un tiempo en el que podemos aún reconocernos como cultura. El amor y el cuidado que ha recibido en los últimos años muestra que las personas tenemos una relación íntima con los espacios que habitamos y con su historia, y que a veces vale la pena mirar hacia atrás. ■