La sorprendente ampliación del colegio Helvetia en Bogotá diseñada por el Equipo Mazzanti
Rodrigo Toledo, arquitecto y profesor asistente de la Universidad Pontificia Bolivariana / marzo 18 - 2021
Diseñar un colegio es mucho más que distribuir salones a lo largo de un corredor. Si la arquitectura es –cuando menos– la traducción de las actividades y hábitos humanos al espacio, un edificio educativo se encarga, entonces, de darle cuerpo a una serie de dinámicas complejas, que componen la vida cotidiana de su comunidad. Aprender, enseñar, jugar, hacer amigos, ejercitarse, socializar, una institución es todo esto.
Tradicionalmente, el modelo arquitectónico asociado a una escuela es el claustro: una tipología edificatoria que se cierra a su entorno al agrupar dependencias alrededor de un patio central para volcarse por completo hacia el interior.
Este arquetipo es reproducido en todas las latitudes y climas. La ampliación del Colegio Helvetia en Bogotá, diseñada por El Equipo Mazzanti, reúne las cualidades espaciales del claustro, pero de manera simultánea genera un lugar abierto al paisaje. Mira hacia adentro y afuera al mismo tiempo.
El proyecto es parte de un plan maestro para la ampliación y reorganización del centro educativo. El complejo existente inició su construcción en 1954 con un edificio diseñado por Victor Schmid, arquitecto suizo radicado en Colombia. A esta obra, declarada Bien de Interés Cultural, le adicionaron con el tiempo algunas otras para satisfacer las necesidades de crecimiento del colegio.
Años después, debido a problemas estructurales, decidieron demolerlas para reemplazarlas por una nueva edificación que no solo mejorara las condiciones de espacio físico, sino que se adaptara a las formas de pedagogía actuales.
La primera apuesta del arquitecto Giancarlo Mazzanti consistió en nivelar el proyecto un piso por debajo de las edificaciones que se conservaron. Esto permitió minimizar el impacto de la obra sobre el bloque patrimonial y abrió la oportunidad de ganar altura sin romper la escala urbana del sector. Por otra parte, las dos nuevas naves, una de primaria y otra de secundaria, fueron dispuestas para que entre ellas apareciera un patio. La geometría de estas fue adaptada al borde del lote y a las construcciones existentes mediante giros que fragmentan sutilmente el jardín central.
Así generaron recovecos para el encuentro y una zona abierta de mayor área. Al darles forma a los edificios se moldea también el vacío. Las fachadas del proyecto están cubiertas con paneles translúcidos que tamizan el resplandor del sol durante el día y que, en las horas de la tarde, crean en los volúmenes un efecto de caja de luz, gracias a la iluminación artificial.
La expresión homogénea de los revestimientos contrasta con el uso de colores fuertes aplicados tanto en el mobiliario lúdico que aparece en los corredores, como en los salones de clase. La imagen urbana del edificio, sobria y monocromática, esconde un mundo de policromía y diversidad espacial.
Definieron los extremos de los nuevos volúmenes como escaleras y rampas para escalar, cuyo nivel inferior coincide con el de los edificios antiguos para conectarse con ellos. Además, estas circulaciones verticales conducen a terrazas ajardinadas en la parte superior del proyecto, desde donde se puede disfrutar del paisaje urbano. La idea moderna de promenade architecturale –paseo arquitectónico– aparece aquí como una forma de juego.
Moverse por el colegio implica descubrir recodos y rincones ocultos, girar en torno a un patio a diferentes alturas y, finalmente, caminar sobre los techos bajo el cielo. Si las aulas son el lugar para el aprendizaje académico, los espacios que se cuelan entre ellas son los escenarios para la formación social. En ese sentido, en palabras de Mazzanti, la arquitectura es el tercer profesor.
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