Una clásico inesperado que siempre sorprende: 50 años de las Torres del Parque
Alberto Escovar / agosto 23 - 2024
Vivir en Bogotá es acostumbrarse a ver cómo una ciudad se transforma de manera drástica en cada momento. Sin descanso. No sorprende la respuesta que, supuestamente, dio un visitante cuando le preguntaron cómo le parecía esta capital y apenas atinó a decir: “Solo responderé cuando la terminen de construir”. Esto no va a ocurrir pronto, ni tampoco es un proceso reciente.
Los cachacos que vivieron en la capital del país en la primera mitad del siglo pasado no se cansaban de hablar del paso de Santafé a Bogotá, para hacer referencia al cambio de las casas de adobe y techos de teja por los edificios de cemento y cubiertas planas; a la ampliación de las vías para permitir el paso de buses y automóviles, y a la sistemática desaparición de referentes urbanos.
Las causas que han desencadenado las rápidas transformaciones de esta ciudad son diversas, pero existen varias explicaciones sobre las que hay consenso; una de ellas es el Bogotazo, así como los múltiples hechos que se desencadenaron a raíz del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, en 1948.
No habían pasado muchos días de este episodio cuando Rogelio Salmona, que entonces estaba a pocos días de cumplir diecinueve años, viajó a París para cumplir el sueño de todo arquitecto de esa época: “Trabajar con Le Corbusier”.
Este suizo nacionalizado francés, considerado en ese momento como uno de los más importantes arquitectos del mundo, había venido un par de veces a Bogotá para trabajar en el plan urbano con el que se intentaría domesticar el crecimiento desordenado y desbocado que estaba sufriendo esta urbe. Salmona lo conoció y tuvo la oportunidad de comer un par de veces con él en su casa familiar, situada en Teusaquillo, y allí tuvo claro su futuro profesional.
Casi una década después, Salmona regresó a Bogotá, y la primera dificultad que tuvo que sortear fue poder titularse como arquitecto. El paso por el taller del maestro le había dejado el oficio, pero no el título que le exigían para poder diseñar y construir en Colombia.
El encargo del proyecto a Salmona
En 1964 se tituló en la Universidad de los Andes, y ese mismo año el Banco Central Hipotecario (BCH) le encargó el diseño de un proyecto que le cambió su vida y que cambió también el paisaje construido de Bogotá.
Antes de morir Le Corbusier, en 1965, Salmona lo visitó y alcanzó a mostrarle los primeros bocetos de esta obra que popularmente se conoce como las Torres del Parque. El maestro lo miró de reojo y le dijo que eso no era “Le Corbusier”. Tenía razón. El discípulo había decidido tomar su propio camino.
Para el momento de este encargo, ya habían aparecido prismáticos volúmenes para albergar apartamentos, algunos incluso inspirados en ejercicios de la entonces famosa Unidad de Habitación de Marsella, del mismo Le Corbusier; sin embargo, Salmona quería algo diferente, que ayudara además a conformar el paisaje urbano de una ciudad que necesitaba reconformarse.
El sitio así lo requería. Su lugar de implantación está ubicado en las inmediaciones del parque donde se había conmemorado el primer centenario de la Independencia, en 1910 —que había sido mutilado de manera parcial por la calle 26—, y en la parte posterior de la plaza de toros de Santamaría, recubierta con una piel de ladrillo en 1943 por el español Santiago Esteban de la Mora, para asemejarla a la de Las Ventas de Madrid.
Con estas variables en mente, Salmona proyectó tres torres que emergen de una plataforma y que se enroscan a medida que ascienden, usando como eje compositivo para este ejercicio el centro mismo de la arena de la plaza de toros. Con esto logró no solo rendirle un homenaje a este edificio, del que también adoptó como material constructivo el ladrillo, sino conformar un conjunto arquitectónico indivisible.
Nadie esperaba algo así, ni los mismos aficionados a la tauromaquia que lideraron un Comité Cívico de Defensa Civil que auguraba la muerte de la plaza si este proyecto se construía. Apelando a un conocido poema de Jorge Zalamea, “El sueño de las escalinatas” (1964), Salmona bautizó con este nombre una gradería que comunica peatonalmente la carrera 5ª prácticamente con la carrera 7ª, y que sirve para incorporar todo el parque de la Independencia al espacio público propuesto por él.
La arquitectura transgresora de Las Torres del Parque
Por muchas razones, el proyecto de Salmona transgredió los cánones del momento. Frente a los rígidos y rectangulares apartamentos que se ofrecían entonces, esta obra propuso 294 unidades conformadas por muros abanicados, así como por balcones y terrazas que se abrían de múltiples maneras a todo el entorno.
En lugar de encerrarse detrás de rejas y porterías, incluyó en el primer piso una plataforma con áreas para comercio y oficinas, al igual que un gran espacio público que cualquiera puede recorrer y disfrutar, en medio de una rica vegetación.
Los vientos en contra soplaron de nuevo una vez que la obra se terminó, en 1972. Los apartamentos no se vendieron como se esperaba, y hubo que esperar un par de años a que un selecto grupo de ciudadanos decidiera romper con el reflejo de irse a vivir cada vez más al norte y regresaran al centro, conscientes de las bondades de habitar en este lugar.
El arquitecto Samuel Vieco, amigo y colaborador de Salmona, reconoció que pasaría mucho tiempo antes de que se repitiera en Colombia un proyecto como este, y no se equivocó. Ninguno ha tenido hasta el momento este impacto nacional e internacional, y tampoco ha existido un arquitecto nacional que haya logrado tanto reconocimiento como Salmona, ni que haya dejado una obra tan sólida y consecuente como la suya.
Las Torres del Parque ganaron el Premio Nacional de Arquitectura en 1976 y las declararon patrimonio cultural de la nación en 1995, cuando Salmona aún vivía, hecho que hasta ese momento no tenía antecedentes.
Querer vivir en las Torres del Parque no ha pasado de moda y continúa tan vigente como hace medio siglo. Quizás el secreto radique en que, a pesar de que en apariencia su diseño parece caprichoso por los ángulos que siguen los muros que definen los apartamentos, en la práctica estos son muy versátiles, y como lo vemos en los ejemplos de este artículo, han logrado adaptarse a los cambios de vida y modas estéticas.
Para los colombianos de las décadas de los sesenta y setenta, era necesario tener apartamentos con áreas bien definidas para la cocina y zona de ropas; además, allí se incluía un cuarto para el servicio. Eran familias más numerosas, y por eso el número de habitaciones llegaba a cuatro en algunos casos y, en general, los acabados de pisos y baños eran más austeros.
Todo esto ha cambiado en las últimas décadas. Cada uno de nosotros ha sacado el cocinero que lleva dentro, y esto ha llevado a que dicho acto se vuelva una actividad colectiva que incorpora este ambiente al comedor. Cada vez tenemos menos hijos, y eso se ha traducido en reconvertir esas alcobas en estudios o adicionarlas para tener piezas más espaciosas. Los baños también se han modificado con el correr de las tendencias y gustos.
Todo esto ha pasado en el interior de los edificios, pero sin alterar la imagen exterior de las tres imponentes torres que concibió Rogelio Salmona, superando dificultades y detractores. Esta obra maestra ahora está incluida en el expediente que en 2025 se enviará a un despacho de la Unesco en París, con el propósito de que ingrese a la Lista de Patrimonio Mundial. Será en esa ciudad que lo vio formarse como arquitecto donde ahora un grupo de expertos evaluará si su trabajo ya no solo es un orgullo para los colombianos, sino para todo el mundo.
Ésta maravillosa obra de arquitectura del Maestro Salmona es espectacular, por su diseño, construcción, los espacios tan generosos que dan para tener un espacio para la Biblioteca, para nuestros grandes amigos como lo son nuestros libros, todos estos importantes detalles son los que hacen que se merezca estar dentro de la lista de Patrimonio Mundial.
Gran arquitectura colombiana
Por la forma y todos los detalles que la definen como su gran obra, mejor dicho, su obra maestra, sería interesante si alguien investiga su relación con la secuencia de Fibonacci. Quizá Rogelio Salmona nunca imaginó algo que estuviera por encima del acierto que representan estas torres para el paisaje bogotano.