Este es el museo escondido en China con una arquitectura de contemplación y movimiento
Rodrigo Toledo / febrero 7 - 2024

El antiguo monasterio de Ji Xin, en la ciudad china de Qinhuangdao, se reconstruyó en su emplazamiento original. El nuevo complejo de este museo consta de una serie de edificios sueltos, distribuidos en forma ascendente para perseguir la topografía del terreno montañoso, de tal manera que se crea una secuencia de patios entre ellos.

Las edificaciones ubicadas en la parte más alta contienen un museo dedicado a exhibir estatuas de Buda. En este proyecto museístico, diseñado por el arquitecto chino Han Wenqiang, de la firma Archstudio, se aprovecha el carácter ceremonial del centro religioso para proponer una arquitectura en la que la contemplación y el movimiento a través de ella tienen una connotación de ritual.

Como antesala al museo, un patio llamado “La terraza de las nubes” ofrece una escalera alineada centralmente, acompañada de terrazas ajardinadas sobre sus dos costados. En esta circulación a cielo abierto está la primera escultura. Tres construcciones albergan la colección.

Los detalles del diseño del museo

Dentro del edificio de mayor tamaño, en el centro del complejo museístico, se levanta una estructura a manera de pagoda —templo de deidades en algunos pueblos de Oriente— que genera un cascarón donde se disponen estatuas de diferentes dimensiones en torno a un vacío central, ocupado por una estatua de mayor importancia. Se trata de una arquitectura con forma ovoide dentro de otra, concebida para ser recorrida y admirada desde afuera y desde adentro.

A medida que gana altura, esta pagoda reinterpretada se reduce en tamaño para así generar una cúpula que transforma la espacialidad del templo. Una secuencia de arcos atraviesa esta cáscara construida en madera para destacar cada pieza exhibida.

El diseño de la iluminación artificial refuerza el carácter expositivo del proyecto y crea efectos lumínicos en el espacio. Vista desde el interior, esta escultura arquitectónica se muestra desdoblada en pétalos curvos que ascienden hasta llegar a un cenit inundado de luz. Como parte de la intervención, el arquitecto propuso pasarelas aéreas que circundan esta pieza para que los visitantes puedan recorrerla a diferentes alturas.

Así mismo, destinaron las construcciones laterales a actividades educativas para el público. Dentro de ellas instalaron en lo alto paneles con sutras budistas —discursos que daba el Buda a sus discípulos—, escritas con caracteres luminosos. Sobre el suelo dispusieron pequeños butacos y cojines para sentarse. Aquí se aprovecha la altura de once metros para reforzar con el proyecto la verticalidad del espacio.

En esta obra se propone una arquitectura en la que el museo y el templo se tocan hasta confundirse el uno con el otro. Y para hacerlo, opera como una arquitectura interior, que modifica la espacialidad original pero sin contradecirla.