La casa perfecta para un coleccionista en Portugal fue intervenida por un arquitecto colombiano
Texto: Catalina Obregón - Fotografía: Andrés Valbuena. / mayo 27 - 2020
La audacia creativa de Lizarazo y el espíritu transgresor y visionario de sus clientes –una pareja colombo-suiza de coleccionistas de arte– les dieron nueva vida a las ruinas de un palacete lusitano de 1900, ubicado frente al mar en la región de Colares, parte baja de Sintra, Portugal. Lizarazo, reconocido internacionalmente por los textiles que desarrolla, afrontó este proyecto con la misma mentalidad que cuando teje una pieza, es decir, con mucha paciencia, dispuesto a hacer cambios en el proceso y sin temor a romper paradigmas.
“Fue un desafío interesante y en el proceso aprendimos a leer los mensajes que nos daba la casa”, recuerda Lizarazo, quien mientras duró el proyecto viajó en promedio una vez al mes para visitar la obra. Uno de los aspectos a los que le dio prioridad al embarcarse en esta aventura fue cómo establecer un vínculo entre la propuesta y el lugar. “No quería que se percibiera como una arquitectura impuesta, ajena a su entorno”, explica mientras repasa las imágenes de la casa terminada, sentado en el escritorio de su taller en el barrio 20 de Julio de Bogotá.
Encontró la solución en una de sus primeras visitas a la obra, cuando le llamó la atención el uso de los tradicionales azulejos portugueses en algunos elementos decorativos de las fachadas existentes. En ese momento se cuestionó cómo podría lograr que esos detalles hicieran una transición al interior de la casa y se incorporaran de manera armónica con la propuesta contemporánea que trabajaban.
En este proceso contó con la ayuda de su cliente, quien a lo largo de su vida profesional como galerista, coleccionista y promotor del
arte contemporáneo, se ha caracterizado por ir más allá de lo convencional y tradicional. Así, los azulejos terminaron por convertirse
en protagonistas de la propuesta. Sin embargo, el proceso fue accidentado y dispendioso antes de llegar a eso. No solo por la logística que implicaba manejar una obra a larga distancia, sino porque en un principio la construcción estuvo a cargo de un contratista que, de manera inconsulta, determinó que la casa debería hacerse toda en concreto, algo que no convenció a los propietarios y por lo cual acudieron a Lizarazo para que tomara las riendas del proyecto. “En aras de buscar soluciones prácticas y lógicas optamos por mantener el concreto, aunque no hubiera sido nuestra primera elección, y usarlo como base para la nueva propuesta”.
La única condición impuesta, tanto por los propietarios como por el arquitecto, consistió en recuperar todo lo que fuera original de la casa. “Solo estaban en pie dos caras de la fachada. Adentro se mantenían los arcos de piedra, que daban sobre el patio interior y
que fueron restaurados e inventariados”. Ese fue el punto de partida en cuanto al lenguaje formal del proyecto.
“En un inicio quisimos hacer un homenaje a los marineros portugueses, y la idea era lograrlo a través de una espectacular cubierta de madera, como si fuera un barco”. Sin embargo, este plan tuvo dos fallas: la primera, que ya estaba fundido el techo de concreto, y la segunda, que no consiguieron un carpintero con la habilidad para fabricar lo que imaginaban.
En la búsqueda de una solución a este inconveniente llegaron a la propuesta de enchapar el techo en azulejos –fabricados especialmente para este proyecto–. “Queríamos suavizarlo para que fuera el hilo conductor de la casa. Así nació la idea de las escamas de pescado, y que los cerramientos de las habitaciones en el segundo piso hicieran alusión a las aletas”. Esta, podría decirse, es la pièce de résistance del proyecto, que no solo unifica los diversos ambientes, sino que compite con la impresionante colección de arte que alberga la casa.
“Terminó siendo un homenaje a los pescadores lusitanos –dice Lizarazo con una sonrisa–. Conceptualmente fue una jugada
radical que dio muy buen resultado, pues al hacer los azulejos en diferentes tonos, del nácar al marfil, logramos crear una sensación
de suavidad e interesantes juegos de luz que cambian a lo largo del día y del año”. La neutralidad de los tonos complementa el piso
de microcemento en un color avena claro, que provee la base para las coloridas piezas de diseño que conforman los diferentes
ambientes.
El programa, que pasó de ser un hotelboutique a un museo y a una casa para el coleccionista y su colección, determinó la distribución interior, concebida con obras de arte específicas en mente. Por ejemplo, la dimensión de los muros y la proporción
de las bibliotecas en el sótano fueron milimétricamente definidas de acuerdo con la pieza del artista norteamericano Allan
McCollum, compuesta por 1.200 prints, con los 600 nombres de hombre y los 600 de mujer más comunes en Estados Unidos.
Lo mismo sucedió con obras de artistas de la talla de Jeff Koons, Cindy Sherman y Ai Weiwei, entre otros. En el primer piso están la sala, el comedor, la cocina, el dormitorio principal y un estudio. Las divisiones entre las diferentes áreas se determinaron con el mobiliario y los tapetes. “Es como vivir en un museo, todo es una obra de arte, desde las sillas hasta el mesón de la cocina”. En el segundo nivel hay cuatro habitaciones de huéspedes con sus baños, y una luminosa circulación que sirve de galería y aprovecha la luz y la vista del patio interior. El sótano y el garaje se convirtieron en espacios de exhibición. El primero, una biblioteca, alberga la obra de McCollum, y el segundo es una galería de dibujo.
En la parte de atrás de la casa están el jardín y la piscina. “Para lograr que esto funcionara tuvimos que hacer una compleja
excavación, pues los vientos en esta región son muy fuertes y para poderla aprovechar y disfrutar, esta área debía quedar protegida”. Es también un espacio para el arte. El resultado final de este proyecto evidencia el potencial que puede ofrecer una estructura abandonada y subvalorada, y cómo con empeño, visión, talento y convicción se logra una propuesta excepcional y única.
Un planteamiento que va más allá de los cánones establecidos, que rompe paradigmas y que demuestra las infinitas posibilidades
de rescatar una construcción descartada y detenida en el tiempo. ■