Arquitectura

Chocó y Arauca tienen senderos ecológicos que los alejan de la guerra

Revista AXXIS / 
agosto 29 - 2024
Chocó y Arauca tienen senderos ecológicos que los alejan de la guerra
La construcción de recorridos especializados en varios lugares del país, que antes eran vedados por la presencia de grupos armados, hoy son una posibilidad certera para las comunidades, que los ven como un ejercicio de memoria histórica o como un dinamizador del turismo ecológico.

Después de vivir uno de los episodios más horrendos en la historia del conflicto colombiano, los habitantes del pueblo de Bojayá (Chocó) decidieron que este acto doloroso, en el que murieron 102 personas refugiadas en una iglesia en medio del fuego cruzado entre guerrilleros y paramilitares, no podía quedar cubierto por el manto del olvido.

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Fue una especie de juramento comunitario, aunque primero los sobrevivientes que esquivaron esa masacre hace 22 años se desplazaron hasta volver a levantarse muy cerca, al borde del río Atrato, a kilómetro y medio del casco antiguo. Desde ese lugar a la orilla del río, que llaman Bojayá la Nueva, piensan en el futuro que se abre con la posibilidad del turismo y de otros proyectos que empujen hacia una mejor calidad de vida en el territorio. 

Como un homenaje a las víctimas, cada 2 de mayo esas comunidades afrodescendientes e indígenas recuerdan el significado de la guerra por medio de un recorrido, una peregrinación repleta de memoria: van a los lugares que aún se mantienen entre las ruinas. De esta romería popular nace la idea de construir un sendero de memoria para Bojayá, en el que el Ministerio de las Culturas y el gobierno nacional están apoyando el sentir de este municipio.

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Según el arquitecto Alfonso Jurado, asesor arquitectónico del diseño y vinculado al Fondo Paz de la Presidencia de la República, este pueblo chocoano hace una reflexión casi espiritual: no solo se trata de unir el casco viejo con el nuevo por medio de una vía, sino que significa un reconocimiento de unir el pasado con el futuro, “y que los colombianos podamos ir a reconocer esa memoria de estos pueblos”, comenta.

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Un sendero que transforma

En este momento, el sendero se encuentra en la etapa de diseño y concertación con las comunidades. En los planos están dibujadas las intervenciones al mausoleo de las víctimas y la construcción de un muelle en la parte nueva que sirva de inicio del recorrido.

Posteriormente, el camino sugerido invita a un tránsito ecológico que se interna en el bosque húmedo de la selva, donde se “generan unas estaciones de contemplación y avistamiento de flora y fauna”, aclara Jurado. Justo ahí, en plena calma, hay espacios elevados para usar binoculares, plataformas de permanencia y puentes que esquivan ciénagas y árboles viejos. 

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Ya en el cierre de la caminata se llega al casco antiguo, donde queda la iglesia, la cual se debe reconstruir —con el Cristo destrozado—, y la escuela bombardeada por la guerrilla con tatucos —los temidos cilindros bomba construidos por las FARC—, espacios que brindan la posibilidad de entender la dimensión de la guerra.

Dicen los expertos que, además de la construcción de un hospedaje, este ejercicio de unión del pueblo viejo con el nuevo servirá para fortalecer las raíces locales y para expandir el conocimiento. 

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Lo cierto es que en estos territorios es complejo levantar la memoria histórica de manera autónoma. “La verdad es que no se ha podido hacer la infraestructura debido a la falta de recursos, razón por la cual el gobierno propone construir esta clase de senderos, espacios concertados con la comunidad, para transformar estos territorios y dinamizar la economía”, explica Pablo Pardo, director de Fondo Paz, entidad que financia esta primera etapa del proyecto.

En cierta forma, construir los senderos en estas zonas vulnerables por la violencia significa un cambio para las comunidades afectadas, cuyo mensaje es que sí se puede caminar otra vez por el territorio de un modo seguro. Después del acuerdo con las FARC, firmado en el teatro Colón (Bogotá) en noviembre de 2016, en los lugares donde este grupo armado tenía injerencia se han creado este tipo de iniciativas que involucran recorridos o senderos ecológicos.

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Quizás el primero de ellos —y que tuvo el apoyo del gobierno fue Caño Cristales, en el Meta, específicamente en La Macarena, en el que la comunidad construyó el sendero ecológico con recursos estatales, con el fin de que cada año llegaran más turistas a conocer esas aguas de siete colores.

Con el mismo espíritu, en Viotá, un proyecto de turismo comunitario —con víctimas y firmantes de paz— se destaca hoy como un emprendimiento para mostrar las montañas y la naturaleza de ese corredor en Cundinamarca. 

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En el departamento del Guaviare, otro de los bastiones históricos de las extintas FARC, las comunidades y varios excombatientes establecieron unos senderos que sirven para revelar la selva de La Lindosa, al igual que los paneles en piedra pintados con arte rupestre, de más de ocho mil años de antigüedad.

En otros puntos del Meta o Caquetá han proliferado diversos proyectos, que tienen que ver con iniciativas de senderos y recorridos por sitios recónditos que estaban escondidos por la guerra, como el río Güejar y el río Pato.

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“Hay que entender que la violencia histórica en estos territorios lleva a que los caminos tengan un significado muy importante hoy en día: unir y abrir las puertas de las posibilidades, el reunirnos con otras personas. Simbolizan que podemos recorrer para construir memoria, un legado, unas culturas y otras posibilidades que surgen ahora, como el turismo”, sostiene el arquitecto Álvaro Randazzo, experto en diseño de proyectos de impacto social.

El parque de Arauca

En la frontera con Venezuela, otro de los proyectos más ambiciosos en este tema es el Ecoparque Los Libertadores, localizado en Tame (Arauca). Aunque todavía no entra en funcionamiento, las 100 hectáreas destinadas al recorrido —con un sendero de seis kilómetros y otras 309 hectáreas de conservación— son la apuesta de las autoridades regionales para convertir este camino en el mayor dinamizador de la ciudad.

El biólogo Steve José Rodríguez, que lleva tres años trabajando en el proyecto, destaca la conservación natural del lugar, ya que sirve de hábitat para especies nativas en la sabana de La Vieja y los morichales de La Lobería. Son siete espacios que incluyen cascada, teatrino, restaurantes, senderos, cubiertas, lagos, mirador y la plaza de armas.

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La mayoría de los visitantes vienen para observar las 269 especies de aves detectadas, como el jacamar, un pájaro casi endémico, y las 26 especies de mamíferos medianos y grandes, donde el puma es el más emblemático del parque.

De alguna manera, cada uno de estos proyectos en zonas de conflicto se convierte en una herramienta fundamental para transformar esos territorios. Ya sea que respondan a ejercicios de memoria histórica o de turismo sostenible en entornos naturales de gran potencial, cada uno se vuelve una opción real y expedita para el sustento futuro de las comunidades.

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