El arte de recibir
Fotografía: manolo yllera. Producción: cristina giménez / junio 15 - 2016
Esta casa ya tenía nombre cuando su propietaria, Ladina Florineth, quien trabajó en galerías de arte contemporáneo, la encontró; se llama Villa Flor y data de 1904. La construyó una familia de emigrantes suizos al retornar a su pueblo natal, S-chanf, en la Alta Engadina, enriquecidos después de años de trabajo en Italia.
La villa se distingue de las viviendas de la zona, la mayoría grandes moradas rurales de granjeros con establos, al ser de porte señorial, con largos pasillos y una elegante escalera a partir de la cual se organiza simétricamente. Su estilo neoclásico de influencia italiana y ornamentación “Jugendstil” (nombre que recibe el estilo art nouveau o modernismo en alemán) se caracteriza por los colores, los materiales y la decoración.
Después de algunos años viviendo en Zúrich (Suiza), Múnich (Alemania) y Nueva York (EE. UU.), Ladina decidió regresar a la Engadina. Dicen que todos los suizos tienen que salir de allí, al menos una vez en la vida, para valorar todavía más este lugar al retornar.
Por eso, cuando encontró la casa, en 2006, vio que era ideal para llenarla de amigos, y aunque nunca antes había pensado en un hotel, la vivienda le dio la idea, por lo que la recuperó para crear siete habitaciones para huéspedes. Esta es la filosofía del hotel Villa Flor, en el que la idea de casa y hotel se mezcla, al igual que el concepto de amigos y huéspedes.
Otra de las pasiones de Ladina, una muy presente, es el arte contemporáneo. En los pasillos y habitaciones cuelga su colección particular, algunas piezas son regalos de los amigos artistas que la visitan, otras son parte de las exposiciones que organiza en colaboración con algunas galerías de arte como Ivorypress.
En 2009 puso en marcha la remodelación, para ello Ladina trabajó mano a mano con el arquitecto Christian Klainguti, responsable del proyecto y quien tiene su propia firma en Zuoz, Suiza. La casa estaba en muy buenas condiciones, pues se conservaban la estructura y los ornamentos art nouveau originales, incluso el distintivo color rosado de la fachada era el de la época, por lo que estos elementos fueron cuidadosamente restaurados. La mayor tarea consistió en modernizar y dotar cada habitación de un cuarto de baño, pero incluso estas intervenciones arquitectónicas se realizaron con tanto respeto que los elementos contemporáneos conviven en perfecta armonía con la memoria del pasado del lugar.
Sin contar con la ayuda de un decorador, ella misma se hizo cargo del interiorismo: el equipamiento, la búsqueda de los tejidos, lámparas y mobiliario. Algunas piezas ya las tenía de sus casas y vidas anteriores, otras las buscó recorriendo mercados de pulgas y anticuarios del siglo XX en París, Zúrich o donde fuera que viajase. Hay que tener las ideas muy claras para poder llevar a cabo un proyecto así en apenas ocho meses, que fue lo que duró la obra y el amueblamiento desde que iniciaron los trabajos.
Las siete habitaciones, adecuada cada una con objetos únicos y colores distintos, crean un ambiente acogedor y hogareño a la par que elegante, todo en la justa medida, para alejarse de la idea de un hotel corporativo y recordar a las personas que están alojadas como invitadas en casa de Ladina Florineth.
Entre lo rural y lo artístico
S-chanf es un pueblo sencillo enmarcado por un valle montañoso, la magia del lugar reside en su paisaje y la luz que lo envuelve. En él la vida rural todavía está muy presente y convive con toda naturalidad con la sofisticada escena artística local. Resulta asombroso que en esta población, que apenas sobrepasa los 600 habitantes, haya cuatro galerías de arte y muchas de sus casas han sido adquiridas por artistas y coleccionistas que la disfrutan como segunda, tercera o cuarta residencia.
Detrás de las puertas, que hasta hace poco cruzaban las vacas para llegar a su cobijo en los establos, hoy se cuelgan obras de Andy Warhol, Francesco Clemente, Alex Katz o Fausto Melotti. Con esta vida cultural e intelectual en los alrededores, entre los huéspedes e invitados de Ladina siempre hay artistas o escritores –algunos llegan a una cena o una tertulia–, también gente a la que le gusta el campo, placenteros paseos por la montaña, la paz o los deportes de invierno, con magníficas pistas de esquí, con St. Moritz a quince minutos o Zuoz a solo cinco.
Entre sus amigos habituales están el pintor y director de cine estadounidense de origen judío Julian Schnabel, vestido con su acostumbrada pijama, sentado en la biblioteca de Villa Flor leyendo un libro; el arquitecto británico y ganador del premio Pritzker en 1999 Norman Foster, que atiende a una inauguración junto con su esposa, Elena, comisaria española de arte contemporáneo y fundadora y directora general de Ivorypress; o el diseñador y artista conceptual alemán Rolf Sachs, que participa en una tertulia, y otros muchos más que por la discreción que la caracteriza, Ladina prefiere no mencionar. Aquí la más exquisita sofisticación es conseguir que las cosas parezcan sencillas.
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