Un apartamento en los cerros orientales con vista sobre la ciudad de Bogotá
Fotografía: Iván Ortiz Producción: Diana Tovar. Texto: María Juanita Becerra / mayo 29 - 2018

Esta vivienda es uno de esos apartamentos con vista sobre la ciudad, con las elevaciones de los cerros orientales detrás, en la cordillera sobre la que se erige Bogotá. Disimulado entre los destellos rojizos de las fachadas de ladrillo, un edificio acoge en el piso doce este hogar, cuyo interior oscila entre la arquitectura y el arte. Se trata de una estética a lo sumo ecléctica.
En un inicio consistía en un apartamento donde estancias amplias y delimitadas entre sí, se sucedían a lo largo de dos niveles. El proyecto de remodelación, concebido por el arquitecto Andrés Casallas, de la firma CHP Arquitectos y la artista colombiana Liliana Porter, adoptó la estrategia de poner en relieve el carácter abierto de las áreas sociales y sus cualidades arquitectónicas.
Por eso, en el primer piso modificaron por completo la configuración: la cocina, antes subdividida en su interior, es ahora una tipo isla provista de un mesón central de mármol y de una serie de servicios a su alrededor. Asimismo, el baño social, que anteriormente separaba el comedor de la sala, fue trasladado a un costado del comedor con el propósito de vincular espacial y visualmente ambas estancias. Por último, intervinieron la escalera en su intención de tener áreas más abiertas y conectadas; remodelaron las gradas –ahora flotadas– y el pasamanos, tanto en su forma como en su materialidad.
En el segundo nivel conservaron la distribución original de las habitaciones, organizadas según los requerimientos de privacidad. En dicha planta, el arquitecto se enfocó en los acabados –los cuales son escuetos y en tonos claros, como beige, marfil y ocre, pues el arte es protagonista– y en el mobiliario –que incluye algunos objetos fabricados a la medida y otros producidos por la firma danesa BoConcept–. El diseño interior surge, así, de un juego de cerramientos y aperturas, de opacidades y claridades, entre las zonas sociales y las de carácter privado.
Las superficies del techo, que despliegan halos de luz en paredes y pisos, levitan sobre numerosas obras de arte contemporáneo. Destaca le enorme variedad de formatos de iluminación artificial, cada uno de ellos concebido de acuerdo con los requerimientos específicos de los espacios. Desde la innovación técnica, en un diseño basado en la belleza y en el arte, la luz es protagonista.
Si bien esta vivienda acoge obras de importantes artistas colombianos como Débora Arango, Luis Fernando Peláez, Beatriz González, Óscar Muñoz, Juan Cárdenas y Johanna Calle, el arte más inverosímil –y acaso extraño– que tiene lugar aquí es el africano. Las piezas expuestas podrían confundirse con la tendencia que a menudo asociamos a creadores no occidentales. Ese es el caso del retablo de una puerta que adecuaron para ser usado de comedor, el cual, aunque está fabricado en madera rústica y presenta un aspecto envejecido, ha sido cuidadosamente tallado: está decorado con imágenes simbólicas de alguna tribu africana –desconocida incluso para su dueño–. Es apenas obvio que este elemento despierte curiosidad en los visitantes, quienes nos sentimos impactados ante su vasta dimensión y traza primitivista.
La mayoría de las piezas de origen africano son escultóricas; evocan paisajes vernáculos y elementos orgánicos, desmarcándose del resto de las obras presentes (colombianas y latinoamericanas). Al final, esa sinergia entre una corriente y la otra compone un vocabulario figurativo único, resultante de la pasión de su dueño por diferentes tendencias artísticas modernas y contemporáneas, pero sobre todo por el arte africano de distintas épocas.