Un dúplex familiar bogotano diseñado para convivir entre la naturaleza y una abundante vegetación
Fotografía: Iván Ortiz. Producción: Carolyn Gilchrist. Texto: Soraya Yamhure. / septiembre 9 - 2014

Una pareja con tres hijos, que se reúnen en la sala alrededor de la mesa de centro a estudiar, cambia todos los días el puesto de los objetos decorativos que ha conseguido durante 22 años de matrimonio, transcurridos entre Bruselas, Singapur y Bogotá. Solo permanecen intactas las paredes blancas que les dan protagonismo a obras de artistas colombianos como Jaime Franco y Santiago Cárdenas.
Algunos muros de ladrillo a la vista, la escalera de hierro y los ventanales le dan un aspecto de loft a esta obra arquitectónica de la firma Escalar.
El alma del apartamento, de 340 metros cuadrados, consiste en la historia de cada pieza decorativa, como los cojines de opio, cuyo nombre se debe a que estos rectángulos de cerámica, pintados de verde esmeralda, servían para que cada uno de los que se reunían a fumar esta sustancia extraída de una planta de la China apoyara su cabeza.
Las cajas de Birmania color tierra, que se usan para hacer ofrendas, están ubicadas en la mayoría de los muebles que los dueños compraron en anticuarios y mercados de pulgas en Bruselas. En la sala hay una tendencia estilo años sesenta, representada en una silla circular y una lámpara diseñada por el italiano Giancarlo Mattioli en 1967.
Para esta familia, apasionada por la lectura y la fotografía, la luz y la vegetación son complementos básicos del espacio en el que viven. Además de la iluminación halógena, las lámparas independientes otorgan calidez y las cortinas de lino natural, siempre abiertas, dejan ver los balcones de hierro con plantas de dos metros de alto diseñadas por Sofía Urrutia.
La madera en el piso de la primera planta crea una homogeneidad para que la vista se dirija a tres fotografías que revisten muros divisorios dentro de la zona social. En una pared de ladrillo crudo la atención se centra en los colores cálidos de una obra de Max-Steven Grossman sobre la chimenea de gas.
Al otro lado, la decoración está a cargo de una imagen que capturó Sebastián Dávila en Estados Unidos, y en un muro flotante pintado de blanco se acentúa el color con La niña de Palenque, de Sergio Trujillo.
En el comedor, un cuadro que evoca la naturaleza se une al tono de los cojines de opio para que el verde prime sobre la pared blanca; y en el piso, un tapete hecho de fique y aluminio brilla sobre la madera y combina con la estructura de las sillas y la mesa. A pocos pasos está la cocina cerrada.
En ella los propietarios eligieron colores neutros para que una pared, que hace juego con las plantas del balcón que la acompaña, impregne de frescura el espacio.
Alfombras cubren las cuatro habitaciones del segundo piso y el corredor de alcobas es de hierro, el cual se desprende de las escaleras al óxido, aspecto también presente en los tres balcones que circundan las entradas de luz natural de este nivel, todas rodeadas por una cortina de plantas. La decoración de este apartamento reúne mobiliario y piezas de tres continentes.
Por ello, cualquier encuadre que se haga contiene un pedazo de historia de Asia, Europa y América, y en menos de tres metros cuadrados se puede encontrar un sofá francés estilo años cincuenta junto a una lámpara contemporánea nacional que decora una mesa de Vietnam.