Una casa colombiana diseñada con un interiorismo alegre, lúdico, mágico y creativo
Fotografía: Iván Ortiz Producción: Juanita Santos Texto: Amira Abultaif. /
junio 16 - 2014

La vida es demasiado seria como para reiterar su dramatismo, y con eso en mente los dueños de esta casa crearon un espacio que permitiera hacer eso que los hombres olvidan con tanta frecuencia: reírse de sí mismos. Las sonrisas, las irreverencias y las osadías se sirven en bandeja de plata en este refugio silvestre, consagrado con toda la intención al gozo mundano.
“Yo no me hallaría en una casa seria, porque ya la vida lo es. Por eso mi espacio, nuestro espacio (el de una familia de seis miembros), pretende ante todo ser alegre, lúdico, mágico y creativo”, dice la propietaria, quien se describe como “una mujer arriesgada que no le hace reverencia al qué dirán”. De ahí que ella y su esposo hayan decidido poner en escena sus ocurrencias a lo largo de más de tres décadas en la casa que los encantó a primera vista.
Pertenecía a una estadounidense amante de los caballos y los jardines. Era un típico rancho tejano, predominantemente de piedra, muros gruesos y sólidos, cubierto a dos aguas, chimenea central imponente, caballeriza y hasta capilla. Permaneció sin cambios durante varios años, pero cuando empezó a conformarse la familia de sus actuales dueños, comenzaron también las transformaciones.
La primera estuvo liderada por el arquitecto José Pablo Sanín, quien amplió la vivienda dotándola de una estructura que la acercó a la estética inglesa sin menospreciar su esencia bucólica. Además de construir más habitaciones creó, en uno de los pasillos, un ventanal circular como conexión visual al exterior –donde hay un jardín acogedor y resguardado entre vegetación nativa–, con ello, se nutrió de luz el área interior y se le impuso un sello indeleble a esta casona de 900 metros cuadrados de construcción y un área libre de unos 14.500 metros cuadrados alrededor.
El proceso expansivo continuó con el arquitecto Miguel Soto, quien amplió las habitaciones y el baño principal, hizo de la primera alcoba una suite con techo de madera y sala con chimenea, y creó un deck que se prolonga desde esta hasta un jardín interior. Aunque la vivienda conservó el estilo ranchero y campestre, años después su propietaria deseó imprimirle un carácter contemporáneo y subió la cubierta de la zona social a una altura de siete metros; así mismo quiso abrir los espacios para ganar fluidez de circulación y generar volúmenes cúbicos que matizaran la inclinación de la cubierta, dispuesta a distintas alturas según las áreas.
Esta intervención estuvo liderada por el arquitecto Daniel Jaramillo, quien logró modernizar la casa sin que perdiera su coherencia arquitectónica en los dos niveles, distribuidos así: en el primero, la sala, el comedor, la cocina, el lobby, la habitación principal y la de servicio, la zona de lavandería, los cinco baños y la sala de cine; en el segundo, las cuatro alcobas, cada una con su baño y terraza, y una sala-estudio central. Entre tanto, la caballeriza se deshizo y la capilla, de unos 200 metros cuadrados, se convirtió en taller de oficios para los propietarios, artesanos febriles de piezas variopintas, muchas de ellas recicladas y recreadas. Esta zona también se adecuó como sede de fiestas y reuniones con amigos –con chimenea y cocina incluidas– y casa de huéspedes.
Pese a las diversas modificaciones, en las que realzaron materiales como el ladrillo, el vidrio y la madera, la casa no perdió esa pátina de historia bucólica que la hace única dentro del paisaje. En su diseño interior es absolutamente ecléctica y atrevida porque conjuga dos lenguajes: el provenzal y barroco del propietario, con el moderno y transgresor de su esposa.
El diálogo no es disonante, pues en el arte siempre hay vertientes de encuentro. Pero si lo fuera para ojos externos, tampoco importaría por dos razones: primero, porque la autenticidad se considera un principio no negociable en esta casa, y segundo, porque para sus dueños la estética se fundamenta en la diversión y hacia allí se dirigen todos sus esfuerzos creativos. “No me gusta tanto lo ostentoso como lo divertido, y eso se acerca más a una puesta en escena casi teatral”, asegura la propietaria antes de sentenciar: “No sé si será de mal gusto o no, pero lo que busco es una respuesta divertida a nosotros mismos, a cómo somos, y soy atrevida porque no me da miedo”.