Una colombiana fue la encargada del interiorismo del loft neoyorquino más deseado del año
Camilo Garavito / marzo 20 - 2020
Una fábrica de especias y, con el pasar de los años, el estudio de un artista. Tales fueron los comienzos de este edificio ubicado en Tribeca, corazón de la isla de Manhattan, Nueva York. La estructura que en algún momento contuvo los cautivadores aromas de diversas especias, alberga hoy este loft de 400 metros cuadrados.
Remodelado originalmente en 2007 –cuando sus actuales propietarios lo adquirieron–, en 2015 decidieron realizar un trabajo de interiorismo que se adecuara a sus necesidades, las de una familia. Para ello contactaron a la diseñadora colombiana Laura Santos. “Inmediatamente me enamoré de este sitio. ¡Tenía una carpintería espectacular!”, recuerda con emoción.
El alcance de Santos en este proyecto estuvo enfocado principalmente en la decoración, en resaltar las virtudes de la reforma ejecutada por sus anteriores propietarios y en adecuar el espacio para complementar la estética existente. La madera es protagonista, tejida en espina de pescado para el piso y trabajada meticulosamente en puertas y mobiliario. Este loft neoyorquino tiene una planta profunda, con entrada de sol únicamente por dos extremos.
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La renovación inicial ubicó en el centro del apartamento las habitaciones de los niños y el salón de juegos y televisión, para dejar las zonas más amplias y principales en contacto directo con el exterior. El trabajo de madera que conforma la envolvente de los ambientes centrales generó una celosía superior que permite el paso de luz natural a las áreas interiores, a lo largo de toda la estructura.
“La decoración se enfocó en buscar un balance, contrastar y complementar el extenso trabajo de madera a partir de colores y materiales”, afirma Santos. La estrategia utilizada fue escoger los objetos más grandes y de mayor presencia como anclas del diseño, y desde ellos empezar a trabajar. La mesa del comedor surgió al encontrar una pieza de mármol en una bodega en Brooklyn. “Este mármol a veces puede ser demasiado intenso y ruidoso, pero este en especial tenía las vetas más suaves, parecía un grabado japonés”. Con sus tonos azules y verdes y sus dramáticas vetas, definió el lenguaje cromático del resto del apartamento.
Luego de encontrar la piedra, la diseñadora contactó al carpintero que había llevado a cabo la reforma inicial y le encargó construir el soporte de madera para la mesa. Igualmente, definió el color de la tela del sofá de la biblioteca y del tapete del salón en consonancia con el comedor, para resaltar con los tonos azules los cálidos colores de la madera. La biblioteca, abierta hacia la zona social, presenta un sinfín de nichos y geometrías, complementados con telas y texturas clásicas.
El sofá principal se vincula a través de su terciopelo azul con el comedor, mientras que el auxiliar es una pieza recuperada que tapizaron con cuero. El tapete, traído desde Turquía, soporta estos elementos como objeto central.
Frente a la biblioteca está el salón. El sofá, blanco y de líneas contemporáneas, y la mesa de centro, de vidrio y latón, contrastan por su sencillez frente a la complejidad del mueble que contiene los libros. Junto a estos dos lugares, una pequeña mesa de juegos, estratégicamente ubicada, permite disfrutar de la vista hacia al río; con un tejido de latón que estructura su base, “es casi una escultura. Llena el espacio de personalidad”. El salón tiene un área más íntima, que goza de la visual proporcionada por la esquina del edificio, donde el tapete central retoma la tonalidad azul de los elementos importantes de la casa.
El salón de juegos y televisión es un ambiente independiente y activo. El mueble de madera, con un diseño inspirado en el trabajo del arquitecto estadounidense George Nakashima (1905-1990), esconde un televisor solo visible al requerirse. El sofá, desplegado de pared a pared, sirve para sentarse, dormir, saltar… “debía ser indestructible”. Los cojines, protegidos con textiles traídos de la India, forman parte de una colección de su propietaria. “A ella le encanta el color y está dispuesta a tomar riesgos. No es común tener un proyecto en el que se pueda utilizar el color sin miedo”, afirma la diseñadora.
La habitación principal es amplia y llena de luz. Contiene dos sofás con espíritu de los años cincuenta y una pequeña mesa de centro, diseñados por el estadounidense Edward Wormley (1907-1995), que le permiten a la pareja invitar a sus hijos y amigos, y llevar a su alcoba un poco de su activa vida social.
La elección del mobiliario en el apartamento responde a la pasión de Santos por la estética brasileña del siglo XX. Aparece así el buffet junto al comedor, diseño de Arturo Casas, o las sillas del salón de televisión, autoría de Lina Bo Bardi (1914-1992). También se hace un guiño al origen de la diseñadora con la fotografía del colombiano Juan Manuel Echavarría que recibe en la entrada.
Con un delicado y refinado trabajo de la madera como telón de fondo, el diseño y la decoración de este loft neoyorquino encuentran un balance a partir del uso del color y de la mezcla ecléctica de objetos y materiales con estéticas y orígenes diversos, que responden a un espacio cargado de texturas, calidez y carácter.