Un hospedaje indígena en el Putumayo con una arquitectura inspirada en lo ancestral
Sandra Martínez, editora de la revista Diners / abril 10 - 2025

Hace un par de años, la ingeniera industrial Luz Ángela Chapal Legarda jamás imaginó que iba a regresar a Puerto Asís (Putumayo). Llevaba quince años viviendo en Popayán (Cauca), donde tenía un trabajo, un hijo y una vida perfectamente organizada; sin embargo, en 2009, por un revés económico, retornó a su lugar de origen.

Palchucán, que reinterpretó las casas de la comunidad kofán.
Luz Ángela comprendió, después de un tiempo, que fue lo mejor que le pudo pasar. En 2012, contrajo matrimonio y decidió irse a vivir con su esposo a la finca de su padre, a las afueras del municipio, en la vereda Aguas Negras. Inicialmente, comenzó con un tema de conservación y regeneración del bosque, porque las cinco hectáreas y media que la componen eran potreros dedicados a la ganadería.

En 2015, abrieron un restaurante con gastronomía local. Luego, un sendero para avistar aves, mariposas y ranas. Tres años más tarde tomaron la iniciativa de crear un ecohotel, siempre con el objetivo de hacer un turismo responsable y sostenible.

Chapal empezó a investigar la historia de Aureliano, su abuelo paterno, perteneciente a la comunidad indígena kofán. Según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), los kofanes habitan en la frontera entre Ecuador y Colombia, son considerados sabios y maestros del mundo espiritual y su cultura está cimentada en el pensamiento de los mayores, las lenguas nativas, las plantas sagradas y sus valores con la naturaleza.

Esta ingeniera industrial decidió llamar Kofán a su ecohotel, en honor de esa comunidad, a sus raíces y sus ancestros. Luego pensó detalladamente en el diseño y la arquitectura del espacio. “Nosotros queríamos proyectar lo que hay en nuestro territorio, plasmar un poco nuestra cultura, nuestra parte ancestral”, asegura. Actualmente, el ecohotel es reconocido por formar parte de la estrategia turística del municipio de Puerto Asís, en colaboración con otras asociaciones locales que promueven el turismo sostenible.

Cuenta Chapal que en esa búsqueda tuvieron la fortuna de encontrar un arquitecto indígena del Alto Putumayo, Ómar Palchucán. “Él quería conocer un poco más a los kofanes, porque pertenece a otra comunidad indígena. Y llegamos a la conclusión de que queríamos construir un espacio en el que la gente pudiera vivir realmente la experiencia de sentirse en una casa de nuestras comunidades”.

Un diseño sostenible en el Putumayo
Las cuatro cabañas se llaman kanseye, que en español significa “buen vivir”, y tienen varias características: su estructura palafita es de una altura generosa, para evitar que se inunden cuando el río Putumayo crece —además de que permite que algunas especies de animales no se vean afectadas por la construcción—.

Sus amplias escaleras y balcones están elaborados con troncos de árboles que quedan abandonados en la ribera del río y les dan una forma orgánica a sus barandales, y para el piso de los baños utilizan las piedras que ellos mismos recogen del río, todo esto protegido por una cubierta a dos aguas. “Para nosotros es muy importante contar con materiales de nuestro territorio”. Las seis habitaciones adicionales también cuentan con detalles en el diseño de la cultura kofán.
Adicionalmente, el ecohotel tiene el Sello Verde de Corpoamazonia desde noviembre de 2021, lo que les ha permitido organizar el espacio teniendo en cuenta los parámetros de sostenibilidad ambiental, social y económica.

Gracias a esto, por ejemplo, las cabañas están dotadas con paneles solares. “En la parte superior de los techos, además, tenemos yaripa —una esterilla gruesa elaborada con tallos de palma, generalmente chonta, abiertos en dos mitades, según explica el glosario amazónico del Instituto Sinchi—, lo que permite que el espacio sea mucho más fresco”, dice Chapal.

En el sendero tienen varios puentes elaborados con plástico. “Cuando la gente trae plástico, nosotros lo recogemos, lo reciclamos y lo llevamos a la Asociación de Recicladores Biofuturo, que lo transforma en ‘madera’ plástica”.

“Tratamos de hacer cada cosa con un sentido; por eso tenemos a la entrada, cerca del lago, sillas elaboradas con neumáticos; con los troncos que se caen, debido a las fuertes ventiscas, hacemos mesas, al igual que con los carretes gigantes que se utilizan para los cables o las estibas que sobran”.

Chapal asegura que el Sello Verde es la satisfacción propia de saber que van por buen camino. “Sabemos que hemos cumplido cuando hacemos la matriz, o cuando nos van evaluando anualmente y vemos cómo vamos aumentando la calificación”.

A comienzos de marzo de este año, recibieron el sello de Destinos de Paz, que entrega el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo por ser un prestador turístico que ayuda a la construcción de paz. “Es una gran noticia para nosotros. Entendemos que estamos haciendo bien las cosas y cada día estamos mejorando”.